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– Creen que lo han encontrado.

Susie Douglas, de soltera McMahon, estaba sentada en la alfombra, frente a la chimenea del gran salón del castillo de Loganaich, jugando con su hija, Rose Douglas, de catorce meses, que empezaba a quedarse dormida.

– Era de esperar -suspiró Kirsty, su hermana gemela.

– Los abogados han buscado por todos los Estados Unidos. Y ahora creen haber encontrado al barón. En cuanto llegue… creo que volveré a casa.

– Pero no puedes irte -protestó Kirsty, horrorizada-. Ésta es tu casa.

– El tiempo que he vivido aquí ha sido estupendo -admitió Susie, mirando con cariño los maravillosos muros cubiertos de tapices. Las dos armaduras que guardaban el pasillo eran en sí mismas una obra de arte. Y hablaba con ellas todo el tiempo. «Buenos días, Eric». «Buenos días, Ernst».

– Pero no puedo vivir en el castillo para siempre. No es mío. Accedí a quedarme hasta que muriese Angus y ha muerto. Kirsty, cariño, Eric y Ernst le pertenecen a otra persona -dijo Susie, suspirando-. Es hora de marcharse.

– Pero yo no quiero que te vayas -insistió su hermana.

Sin embargo, una parte de ella sabía que tenía razón. La despedida era inevitable.

Tras la muerte de su marido, Rory, Susie quedó destrozada. Además de las heridas que sufrió en el accidente de coche que mató a su marido, su hermana había caído en una terrible depresión. Desesperada, Kirsty se la había llevado a Australia para que conociese al tío de Rory, lord Angus Douglas, barón de Loganaich. Un gran título para un hombre maravilloso. En el barón habían encontrado un amigo y Susie se había recuperado de sus heridas y de su infinita tristeza allí, en el castillo. Después de dar a luz a su hija, empezó a mirar la vida con ilusión otra vez.

Pero su casa estaba en Estados Unidos. Su negocio de diseño de jardines estaba en Estados Unidos. Ahora que Angus había muerto no había nada que la retuviese allí.

Pero mientras Susie se recuperaba, Kirsty, su hermana gemela, se había enamorado del médico local. Kirsty y Jake tenían una casa, niños, un perro, gallinas… toda la catástrofe doméstica. Su hogar estaba allí, en Dolphin Bay, Australia.

– Angus debería haberte dejado este castillo a ti.

– No podía hacerlo.

– ¿Por qué no?

– Este castillo fue construido con el dinero que había heredado de su familia. Cuando el verdadero castillo en Escocia se quemó, Angus utilizó parte del dinero de la herencia para reconstruir aquí, en Australia, pero no podía dejárselo a alguien que no fuera un sucesor directo. Y un hombre. Si yo hubiera tenido un hijo sería diferente, pero ahora irá a parar a un sobrino que no conocemos, Hamish Douglas, un americano.

Había dicho «un americano» con tal tono de desagrado que Kirsty tuvo que reír.

– Lo dices como si los americanos fuesen bacterias. Te recuerdo que tú también lo eres, Susie Douglas.

– Ya no me siento americana -suspiró ella, mirando a su hija-. Además, tengo a mi pequeña australiana.

– Medio americana, medio escocesa y nacida en Australia. Pero es de aquí, desde luego.

– Por eso ya no estoy segura -volvió a suspirar Susie-. Rory me dejó dinero suficiente para comprar una casita y vivir feliz para siempre con mi niña. Pero tengo que trabajar y en Dolphin Bay no hay trabajo para una diseñadora de jardines.

– Pero estoy yo -dijo Kirsty.

– Ya sabes que eso es muy importante para mí. Pero necesito un trabajo. Rory murió hace casi dos años y… las heridas del accidente están casi completamente curadas…

– Gracias a Dios.

– Me gustaba mucho cuidar de Angus, pero este castillo sin él parece vacío. Lo único que puedo hacer es cuidar del jardín y cuando llegue el nuevo propietario…

– ¿Cuándo llega?

– No lo sé -contestó Susie-. Pero los abogados dicen que lo han encontrado. Si te dijeran que has heredado una fortuna, ¿no vendrías corriendo?

Kirsty sonrió con cierta tristeza. Aquel título, aquella fortuna, habían provocado tantas penas…

– Sí, supongo que sí.

– Cuando llegue, ya no tendré nada que hacer.

– A lo mejor no viene. O a lo mejor quiere que te quedes cuidando del castillo.

– ¿Y mantenerlo para nada? ¿Qué harías tú si hubieras heredado este castillo?

– Convertirlo en hotel -contestó Kirsty. Era la verdad. Angus había construido aquel castillo como una réplica exacta del castillo de Escocia y era como salido de un cuento de hadas. Demasiado grande para una familia-. Pero a mí me parece una casa estupenda.

– Sí, claro. Catorce habitaciones, una sala de banquetes, un salón de baile, un invernadero… y Rose y yo. Aunque Jake y tú vinierais a vivir aquí con los niños, tendríamos tres habitaciones por cabeza. Es absurdo.

– Pero no puedes marcharte -insistió su hermana.

– Yo creo que debo hacerlo.

– Al menos, quédate hasta que llegue el barón. A lo mejor él no quiere vender el castillo. A lo mejor te contrata para que arregles el jardín…

– Las dos sabemos que eso no va a pasar.

– Pero te quedarás hasta que llegue, ¿no? Eso es lo que habría querido Angus.

– Lo echo mucho de menos -suspiró Susie.

– Sí, claro. Yo también.

– Puede que el nuevo barón no quiera cultivar calabazas.

– ¡Eso sería un pecado imperdonable!

– Hemos conseguido la más grande este año.

– ¿Te he contado que la noche antes de que muriese Angus me colé en el huerto de Ben Boyce para medir la suya? Es diminuta en comparación con la nuestra. Angus murió sabiendo que este año ganaría el trofeo.

– Pues ya está -rió Kirsty-. El nuevo barón sólo tiene que recoger el trofeo y seguir donde lo dejó Angus.

– El abogado dice que se dedica a las finanzas. Un financiero americano preocupándose por una calabaza… lo dirás de broma.

– No lo digo de broma -insistió su hermana-. Ya lo verás. Se enamorará del castillo y querrá que te quedes para cuidar el jardín y comerá pastel de calabaza durante el resto de su vida.

– No lo creo.

– Al menos, espera a ver qué pasa -repitió Kirsty-. Por favor, Susie. Tienes que darle una oportunidad.

– ¿Vacaciones? -Hamish miró a su secretaria, estupefacto-. Lo dirás de broma.

– No lo digo de broma. Sus vacaciones empiezan la semana que viene… Ah, por cierto, renuncio. Dejo el trabajo.

– ¿Qué? -Hamish llegaba tarde a una reunión.

Estaba reuniendo sus notas cuando su poco convencional secretaria entró en el despacho para darle la noticia.

– Que tiene tres semanas de vacaciones empezando la semana que viene -repitió Jodie pacientemente-. Y que me voy.

Él la miró como si tuviera dos cabezas.

– No puedes irte.

– Claro que puedo. Sólo soy una secretaria temporal. Vine hace dos años para sustituir a su antigua secretaria y sigo teniendo un contrato temporal.

– Pero la gente no se va…

– No, claro que no se van. ¿Por qué se van a ir cuando ganan dinero? -lo interrumpió Jodie-. Pero, ¿se ha dado cuenta de que hay gente que sí se va de la empresa? Empiezan a tomarse días libres porque no pueden seguir el ritmo. Están constantemente cansados, se les olvidan las cosas. Dejan de ser eficientes y son despedidos. Así que, lo que yo voy a hacer es marcharme antes de que me despidan.

– Pero Jodie…

– ¿Por qué cree que Marjorie se retiró tan joven? Oyéndolo a usted y a su novia uno pensaría…

– ¿Marcia?

– Sí, Marcia. Ella está tan encantada con su nuevo título nobiliario… está deseando casarse para convertirse en lady Marcia Douglas. Pero usted no tiene tiempo de ir a ver el castillo…

– Es un castillo falso -protestó Hamish.

– Un castillo es un castillo -declaró Jodie-. Que no tenga seiscientos años no significa que no sea un castillo de verdad. Y la idea de Marcia de ponerlo a la venta sin verlo siquiera es completamente ridícula. He estado hablando con Nick y…