– No. Todo bien.
– ¿Qué?
– Mi hija, Rose. Está durmiendo -sonrió ella, señalando los casco-. ¿Cree que estaba oyendo hip-hop mientras trabajaba? Pues no, estaba oyendo la respiración de mi hija -le explicó, volviéndose hacia el invernadero-. Reliquias era como nos llamaban antes.
– No la entiendo.
– Las mujeres que quedaban atrás cuando morían sus hombres.
– Y su hombre era…
– Rory Douglas -dijo ella-. Su primo. Era escocés-australiano, pero nos conocimos en Estados Unidos.
– Yo no sé nada sobre mis primos -murmuró Hamish.
Susie fue, cojeando ligeramente, hacia un edificio con paredes de cristal, pero caminaba tan rápido que Hamish tuvo que alargar la zancada.
– ¿No sabe nada de su familia?
– No sabía que existiera hasta que recibí la carta de sus abogados.
– Diciendo que era usted un barón -rió Susie-. Qué gracia, ¿no? Es como el cuento de Cenicienta. En realidad, esperaba que fuese usted pobre como las ratas y que viviera en una chabola… pero me han dicho que se dedica a las finanzas en Manhattan. Así que supongo que no viviría en una chabola.
– En una chabola bastante cara -sonrió él. Susie abrió las puertas del invernadero y Hamish miró alrededor, sorprendido-. ¡Vaya!
– Sí, vaya.
El invernadero era tan grande como tres o cuatro salones enormes y con un techo de más de quince metros de alto. Parecía casi una catedral, pensó, mareado. Las vigas eran grandes, oscurecidas por el paso del tiempo.
– Las vigas son de la catedral de St. Mary, al sur de Sidney. St. Mary se quemó después de la guerra, cuando Angus construyó este castillo.
Susie llevaba un peto vaquero manchado de tierra. Era bajita, delgada, con un rostro alegre y amistoso. Tenía los ojos de un marrón muy claro, casi de color miel, y sus rizos castaños con reflejos rojizos parecían negarse a permanecer bajo la cinta. Tenía una cicatriz en la frente, casi imperceptible, pero que la recorría de lado a lado. Seguía siendo joven: pero su rostro había visto…¿qué, la vida?
Su marido había sido asesinado. Eso era lo que le habían dicho los abogados. En Nueva York le había parecido una historia demasiado truculenta, irreal; pero de repente, allí, le parecía real. Horriblemente real.
– ¿Qué sabe usted de la familia Douglas? -le preguntó ella, como si hubiera leído sus pensamientos.
– Muy poco -contestó Hamish-. Sé que Angus fue el último barón y que murió sin tener hijos. Su difunto marido, Rory, era su sobrino mayor, pero tanto él como el segundo sobrino, Kenneth, están muertos. Yo soy el sobrino más joven, por lo visto. Pero ni conocí a Angus ni sabía nada del título o del castillo.
– Ya veo. ¿Sabe algo más?
– Que Angus vino a vivir a Australia después de la guerra y que mi padre y el otro hermano, el padre de Rory y Kenneth, se fueron de Escocia poco después.
– El castillo de Escocia quedó completamente destruido por una bomba incendiaria durante la guerra, pero creo que nadie lo lloró demasiado. Los chicos habían crecido en un ambiente venenoso. Angus lo heredó todo y los demás nada, ni un céntimo. Y el testamento era firme, de modo que no podía cambiar la situación. Después del incendio, todos decidieron marcharse de Escocia. Angus me contó que su padre fue el primero en irse. Se marchó a América y no volvió a saber nada de él.
– ¿Y qué hicieron Angus y el otro hermano… David?
– Angus estuvo en las fuerzas aéreas y fue herido al final de la guerra. Mientras se recuperaba en el hospital conoció a Deirdre. Era enfermera y su familia había muerto en el bombardeo de Londres. Cuando salió del hospital, decidieron venirse a Australia. David vino después -explicó Susie-. La relación entre ellos no era fácil y los hijos de David heredaron ese resentimiento.
– ¿Por qué?
– Cuando el hijo mayor hereda todo y los demás nada empiezan los problemas. Angus reconstruyó el castillo aquí. Era una cura, por supuesto, pero los hombres de este pueblo encontraron trabajo cuando más falta les hacía. A lo mejor no fue tal locura después de todo…
– Ya, claro.
– Deirdre y él no tuvieron hijos, pero David tuvo dos: Rory y Kenneth. Yo me casé con Rory.
Hamish la miró un momento, en silencio.
– Me han dicho que Kenneth asesinó a su marido.
– Sí, había mucho odio entre ellos -suspiró Susie-. Angus decía que sus hermanos siempre lo habían odiado y, evidentemente, Kenneth sentía lo mismo por Rory. Mi marido se marchó a Estados Unidos para huir de todo eso. Cuando me conoció, ni siquiera me habló de la fortuna familiar. Pero Rory iba a heredar todo el patrimonio de Angus y Kenneth lo quería para él. Tanto… tanto como para asesinarlo. Luego, cuando la policía lo descubrió por fin, se suicidó.
– Y ahí es donde entro yo -murmuró Hamish.
Ella respiró profundamente.
– Y ahí es donde entra usted, sí. Bienvenido al castillo de Loganaich, barón. Espero que utilice su herencia con la misma dignidad que Angus. Y espero que el odio de esta familia se detenga de una vez.
– Y yo espero que usted me ayude.
– No, yo me voy a casa. Ya estoy harta de… de todo. Es su herencia. Rory me dejó dinero suficiente como para vivir más o menos cómodamente. De modo que me voy.
Capítulo 2
Tenía que hacerse cargo de aquel castillo, pensó Hamish. Ahora era el momento de decir: «Muchas gracias por todo. ¿Me da usted las llaves?».
Aquello era absurdo. No debería haber dejado que Jodie lo convenciese.
La idea de quedarse solo en aquel castillo era aterradora.
– No tiene que irse ahora mismo. Yo puedo dormir en un hotel y mañana por la mañana nos sentaremos a hablar…
– ¿No va a quedarse aquí?
– Ésta ha sido su casa durante mucho tiempo. No tengo intención de echarla.
– En el castillo hay catorce habitaciones.
Hamish vaciló.
– ¿Le importaría que durmiese aquí?
– No sólo no me importaría. Me parecería lo más normal.
– ¿No tiene miedo?
Ella levantó una ceja.
– No.
– ¿Cómo sabe que yo no soy como Kenneth?
Susie Douglas lo miró a los ojos.
– No, no es usted como Kenneth. Estoy segura. La amargura deja una marca en el rostro.
– Pero no es justo heredar…
– Angus y Rory me han dejado todo lo que necesito -lo interrumpió ella-. Nadie me debe nada y me da igual lo justo o lo injusto de la herencia. Yo tengo una profesión y volveré a ejercerla. Matar por dinero…
– Pero si su hija hubiera sido un niño, él lo habría heredado todo -le recordó Hamish-. Es injusto.
– ¿Cree que eso me preocupa?
– No, estoy seguro de que no.
– Muy bien, entonces solucionado. No tiene que preocuparse, no voy a clavarle un cuchillo a medianoche ni a envenenar sus cereales.
– Tostadas, no tomo cereales.
Ella parpadeó. Aquella conversación era absurda.
– ¿No toma cereales? Todos los americanos toman cereales.
– Yo soy diferente -sonrió Hamish.
– Pero es usted un barón.
– Acabo de enterarme.
Susie lo miró de arriba abajo.
– Sí, lo es. Mocasines de ante o no, es usted un barón. Y no sólo un barón sino un lord.
– Ni siquiera sé muy bien qué significa eso.
– Que se quedará aquí, en el castillo, mientras viva. Pero ser un barón requiere una gran responsabilidad.
– ¿Por qué?
– Porque, además de ser poseedor de tierras, es el que sostiene la dignidad del estado… o de la propiedad en este caso. Angus era un barón estupendo. No sé qué clase de barón habría sido Rory. Kenneth lo habría hecho fatal. Pero usted, Hamish Douglas… ¿será usted un buen barón?
– Eso suena como un reto.
– Quizá lo sea.
Hamish vaciló, sin saber cómo tomárselo. Y sin saber si aquella mujer estaba loca.