Ya no había duda, Diana se hallaba por completo bajo su control, y ni siquiera un dolor intenso le permitiría volver a moverse voluntariamente.
La observó un instante, con plena conciencia de su poder sobre ella: Diana a sus pies, la espalda arqueada, la garganta ofrecida, jadeante, dispuesta a acatar su voluntad. Como Nely Ramos, Álvarez, Padilla o Gens. Mis encantamientos no se rompen. Solo le molestaba el hecho de no poder poseerla del todo aún. Tal cual estaba, en aquella posición de inferioridad, lo habría logrado tan solo cambiando el tono de voz hasta convertirlo en una especie de musiquilla, como las misteriosas canciones del espíritu Ariel, pero sabía que eso habría estropeado su minucioso plan. Acabaría poseyéndola, desde luego, pero no antes de hacer lo que debía.
Reforzó aún más la máscara con un gesto de aparente afecto; bajó la cabeza y se acercó, dejando que sus rodillas rozaran la camiseta de Diana. No quiso apresurarse. La sensación de dominar a una presa como aquella era nueva, y muy intensa. Como si fuese una pianista virtuosa, se deleitaba pulsando una tecla en su psinoma con una presión exacta, y observando los resultados: un tic en el párpado, un gemido suave, abrir o cerrar la boca… No odiaba a Diana, pero descubrió que siempre había querido mostrarle quién de las dos era mejor.
– Te diré lo que pienso hacer, Jirafa -susurró moviendo la linterna sobre su rostro como una amaestradora sobre la cabeza de su delfín favorito-. Es sencillo. Una venganza no es perfecta si atrapan al vengador. Tú y yo somos dos de los mejores cebos de Europa: solo una de nosotras podría haberlo hecho todo, así que te necesito para que se olviden de mí… Aunque estoy «muerta», podría iniciarse una enojosa investigación si no apareciera un culpable pronto, lo cual me desagrada, porque en cuanto termine de recoger y borrar mis huellas, me largaré. Sí, de acuerdo, tú te pasarás el resto de tu vida drogada en una cárcel o en un hospital, pero yo he estado tres años en el infierno, Jirafa. Es un negocio justo.
Le divertía observar cómo Diana intentaba rozar su mano con los labios cada vez que la acercaba. Por supuesto, ella la retiraba antes, provocando en la muchacha gestos caninos de adoración. Era preciso no permitirle tocar su piel desnuda aún, ya que podría quedar poseída antes de tiempo.
– Voy a poseerte. -Le anunció-. Luego te ordenaré que mates a tu hermana y te entregues a la policía. -Observó el cambio súbito de expresión de su adoradora, y supo que aún le quedaba considerable voluntad. No iba a poder ordenarle tales cosas sin poseerla, y sospechó incluso que si Diana perdía el contacto visual con ella durante cierto tiempo volvería a desengancharse. Pero tal cosa no iba a suceder, el placer le arrancaría hasta el último residuo de voluntad con la misma facilidad con que un bañista se desprende con los dedos la piel quemada por el sol. Padilla había violado a su amadísima hija paralítica y se había mutilado debido a ello. Ninguna voluntad era capaz de frenar un placer tan devastador, y Claudia lo sabía.
Haría lo que se le antojara con Diana.
– Igualmente -prosiguió-, te declararás culpable de las muertes de Álvarez, Padilla, Gens y Miguel… No habrá sorpresas: eres un cebo veterano, pensarán que has caído al foso. En realidad, si no hubieses mencionado la pulsera, a estas horas estarías encerrada y quizá ya te habrían acusado. Pero es mejor así, de este modo no quedarán dudas… Tú misma lo confesarás. Sin embargo, necesito poseerte primero, y ahí está el problema. Como sabes, el análisis de los microespacios de un crimen puede determinar si la persona que lo cometió estaba o no poseída. Así ha pasado en los casos de Álvarez y Padilla. Lo mismo ocurriría contigo, y no puedo permitirlo. Me interesaba que quedaran rastros de posesión incluso en Gens, pero no en ti, porque tu papel en la obra es ser culpable… Ahora bien, ¿cómo evitarlo? ¿Acaso existe alguna forma de engañar a un ordenador cuántico? Resulta que sí. He estado experimentando con Padilla y los ordenadores del departamento: la máscara Yorick puede lograrlo.
Sonrió como aguardando alguna reacción por parte de Diana ante aquella noticia, pero comprendió que su esclava ya no podía comportarse racionalmente: acuclillada, la cabeza hacia atrás, se entregaba a Claudia como a un orgasmo inacabable.
– Oh, sí, la máscara Yorick existe, Diana -afirmó-. Gens la arrancó de mí a cambio de hacerme pedazos. Y el propio Gens temía y deseaba al mismo tiempo que yo la mostrara. Por eso se ocultó, pero en Madrid. El viejo brujo esperaba, encerrado en su cueva, protegido por cebos guardaespaldas, a que yo apareciese… Y su pequeño Ariel no le defraudó. No he tenido tiempo de interrogarlo a fondo, pero creo que, de algún modo, supo que el experimento Renard no había sido un fracaso… Quizá lo intuyó en los últimos días, poco antes de que los políticos, escandalizados, le obligaran a interrumpir la prueba y fingieran «rescatarme». En realidad, el Yorick no es otra máscara sino un añadido. Yo lo llamo «el toque especial Claudia». No solo sirve para reforzar hasta límites nunca vistos cualquier tipo de máscara, sino que el placer ocasionado es tal que el psinoma de la víctima se hunde, ¿sabes? Literalmente. Como el libro de Próspero: más hondo de lo que puede alcanzar ninguna sonda… Y a esa profundidad, la expresión del placer se confunde con el dolor o la locura. Ningún ordenador puede rastrearlo. ¿Ventajas? Obvias. ¿Desventajas? Tardas más tiempo en preparar la posesión, pero…
Retrocedió un paso. Fue un movimiento calculado. Su presa gimió frustrada al ver que el intenso objeto de su placer se alejaba unos centímetros. Claudia contaba con eso: incrementaría las ansias de Diana antes del teatro definitivo.
– … pero tengo una noticia mala y otra buena, super-woman. La mala es: ya la he preparado… -Era cierto. La técnica del Yorick consistía en imaginar la máscara con exquisito detalle, como si la estuviese realizando: no solo cada gesto, sino el conjunto percibido por la presa. Cuanto más tiempo pasaba concentrada en ese todo, Claudia notaba que el Yorick se reforzaba más, como si se tratase de una batería recargable conectada a la corriente. Y en aquel momento ya lo tenía a punto-. La buena noticia es todo lo que vas a disfrutar, tía. Casi te envidio. Ríete de los orgasmos. A partir de ahora tu sexualidad consistirá en recordar cómo le volaste la tapa de los sesos a tu herma…
En ese instante algo empujó sus piernas por detrás haciéndola tropezar con el cuerpo arrodillado de su víctima. Casi percibió cómo el fino sedal que la unía al psinoma de Diana se quebraba.
Y, mientras caía al suelo, oyó el agónico grito de Miguel Laredo:
– ¡Diana! ¡Su… pistola!
33
Me hallaba sumergida como en una melaza, densa, empalagosa.
¡Diana…
Los nombres no existían. ¿Qué era un nombre si no una forma de separar? Pero, en mi percepción, un brazo era parte del cuerpo y también del aire en que se movía. Decorado y actores formaban un todo indivisible.
… su…
Ruidos e imágenes se asemejaban a admirar un largo pasillo desde varias perspectivas o las facetas de una gema bajo la luz. La mano izquierda y la mandíbula me dolían, sí, pero se trataba tan solo de un color añadido al fondo, un bordado del ropaje. Mi única sensación importante, o la única que recuerdo, era casi geométrica: como si yo fuese un círculo aún no cerrado, un trazo que esperaba su momento para concluir.
… pistola!
Entonces aquellas huesudas rodillas chocaron contra mí. Hubo un leve cambio de escenario. La luz giró como el foco de un campo de concentración durante una fuga masiva de prisioneros. Y vi público: un nutrido grupo de cadáveres en trajes de época, puestos de pie. Uno se parecía a Ana Bolena, pero aún tenía la cabeza sobre su sitio.