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Aguardó un rato más. Después, cruzó despacio la carretera. Llevaba en una mano una pequeña linterna y en la otra la espada.

Se acercó a la casa más apartada, la que daba al oeste. Se detuvo una última vez y aguzó el oído.

Después, entró en la casa.

«7 de agosto de 2006

»Vivi,

»Este relato se encuentra en el diario de un hombre llamado Ya Ru. Se lo oyó contar a la persona que, en primer lugar, viajó hasta Nevada, donde mató a una serie de personas, y que luego fue a Hesjövallen. Quiero que lo leas para que comprendas el resto de esta carta.

«Ninguna de esas personas vive hoy, pero la verdad sobre lo que sucedió en Hesjövallen abarca mucho más y es muy distinta de lo que creíamos todos. No estoy segura de que pueda probarse todo lo que te he contado. Lo más probable es que no. Igual que, por ejemplo, no puedo explicar cómo fue a parar la cinta roja en medio de la nieve que cubría Hesjövallen. Sabemos quién la llevó hasta allí, pero eso es todo.

»Lars-Erik Valfridsson, que se colgó en el calabozo de la policía, no era culpable. Es algo que al menos deberían saber sus familiares. En cuanto a por qué se quitó la vida, sólo podemos especular.

»Ni que decir tiene que comprendo los inconvenientes que esta carta supondrá para vuestra investigación, pero todos aspiramos a esclarecer las cosas y ahora espero haber contribuido a ello.

»He intentado incluir en esta carta todo lo que sé. El día que dejemos de buscar la verdad (que, claro está, nunca es objetiva, pero en el mejor de los casos se basa en datos objetivos), nuestro sistema judicial se vendrá abajo.

»Vuelvo a ocupar mi puesto. Estoy en Helsingborg y como comprenderás, espero que me llames, pues las preguntas son muchas y complejas.

»Saludos cordiales,

»Birgitta Roslin.»

Epílogo

Aquel día, Birgitta Roslin fue a comprar a la tienda de siempre de vuelta a casa. En la cola de la caja tomó del expositor uno de los diarios de la tarde y se puso a hojearlo mientras esperaba su turno. En una de las páginas del diario leyó distraída que habían matado a un lobo solitario en un pueblo al norte de Gävle.

Ni ella ni ninguna otra persona sabía que, un día de enero, el lobo llegó a Suecia desde Noruega por Vaudalen. Estaba hambriento, pues no había comido nada desde el día que apuró los restos de un cadáver de alce congelado que encontró en Österdalarna.

El lobo continuó hacia el este, pasó Nävjarna, cruzó la superficie congelada del lago Ljusnan, junto a Kårböle, y volvió a perderse en los bosques desiertos.

Ahora yacía muerto de un disparo en un cobertizo a las afueras de Gävle.

Nadie sabía que, la mañana del 13 de enero, llegó a un lejano pueblo de Hälsingland llamado Hesjövallen.

Entonces, todo estaba cubierto de nieve. Ahora llegaba el final del verano.

Hesjövallen estaba vacío. Ya no lo habitaba nadie. En algunos de los jardines relucían las serbas, pero ya no había nadie que reparase en su colorido.

El otoño se acercaba a Norrland. La gente se preparaba para un nuevo y largo invierno.

Colofón

El presente relato es una novela, lo que significa que he escrito un trasfondo sobre la realidad que no constituye a partes iguales una reproducción realista de una serie de sucesos. Creo que no existe ningún lugar llamado Hesjövallen: espero haber estudiado bien los mapas. Sin embargo, es un hecho indiscutible que, en el momento en que escribo estas líneas, Robert Mugabe es el presidente de Zimbabue.

En otras palabras, he escrito una novela sobre lo que podría haber ocurrido, no sobre lo que necesariamente sucedió. Esto constituye, en el mundo de la ficción, no sólo una posibilidad sino la base de creación del mismo.

Sin embargo, incluso en una novela, los detalles más importantes deben exponerse con corrección. Ya se trate de los pájaros que existen en el Pekín de hoy o de si un juez dispone en su despacho de un sofá pagado por la Dirección Nacional de Administración de Justicia.

Son muchas las personas que me han prestado su colaboración en este trabajo. Ante todo Robert Johnsson, que una vez más ha sido perseverante y exhaustivo a la hora de recabar datos. Sin embargo hay otros, y la lista sería muy larga; entre ellos se cuentan todas las personas del continente africano con las que tuve la ocasión de cambiar impresiones.

De ahí que no mencione ningún otro nombre, sino que exprese aquí mi gratitud a todos ellos. Naturalmente, yo soy el único responsable del relato.

Maputo, enero de 2008

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