– ¿Alguien ha escuchado a Selene hasta el momento?
Todas lo negaron. Elena aprobó con un gesto.
– No está mal. Es más de lo que nosotras podemos hacer.
Gaya era sumamente reticente.
– Y supongamos que te concedemos el honor de iniciarte pronto, aumentas tu poder telepático y llegas hasta mi madre. ¿Qué harás entonces?
Anaíd no dudó ni un instante.
– Ayudarla a escapar.
– ¿De las Odish?
– Pues claro.
Gaya chasqueó la lengua.
– ¿Con qué armas?
Anaíd se sintió ofendida, pero no se arredró, sacó su vara de abedul de su bolsillo. ¿Por qué la trataban como a una niña boba? ¿No se daban cuenta de que podía aprender mucho más deprisa de lo que ellas suponían?
Y con altanería, balanceó su vara de abedul una vez, dos, marcó una ese en el espacio vacío y detuvo una mosca en pleno vuelo, la mosca quedó suspendida en el aire hasta que Anaíd marcó con su vara el recorrido inverso que había trazado unos segundos antes. La pobre mosca, aturdida del susto, continuó con su vuelo y Anaíd pudo entender perfectamente su comentario: «Malditas brujas».
Gaya le dirigió una mirada oblicua, Karen y Elena miraron a Criselda y Criselda palideció.
– ¿Cómo lo has aprendido?
Criselda estaba en falso. Ella era la responsable de Anaíd y no podía permitir que su alumna aprendiese conjuros sin su consentimiento.
Pero Anaíd, en lugar de disfrazar su desobediencia hizo alarde de ella:
– Yo sola. Y puedo aprender muchas más cosas.
Criselda titubeó.
– A su debido tiempo.
– ¡No hay tiempo! -protestó Anaíd.
– El tiempo no es cosa tuya -le advirtió Gaya.
– ¿Ah, no? Pues estáis muy equivocadas. Yo soy la única que puede llegar hasta Selene y soy la única que puede ayudarla.
– ¿Tú?
Anaíd se delató. Estaba muy alterada.
– He leído las profecías y he encontrado el libro de Rosebuth. Sé leer en la lengua antigua y Rosebuth considera que sólo el amor verdadero podrá arrancar a la elegida de las Odish. ¿Quién quiere a Selene? ¿Quién daría su vida por Selene como hizo Deméter? Ella lo intentó.
Anaíd, retadoramente, paseó su mirada entre las cuatro mujeres que, a pesar de mantener los ojos en ella, no se manifestaron. Estaban atónitas.
Anaíd se señaló a sí misma.
– ¡Yo soy la única que la quiero de verdad! Vosotras no la queréis, vosotras no la estáis ayudando, ni siquiera la buscáis. ¿Os creéis que no me he dado cuenta?
Elena intervino:
– Basta, Anaíd. Eso no estaba incluido en tu petición.
Criselda hizo un gran esfuerzo para que su voz sonara autoritaria. Anaíd la había desbordado completamente.
– Vete…, vete a dar un paseo y tranquilízate.
Anaíd recogió a Apolo y salió como una tromba de su casa.
Dudó entre irse a pasear al bosque o refugiarse en la cueva. Pero no hizo ni una cosa ni otra. Una agradable sorpresa se cruzó en su camino. La señora Olav en persona al volante de su magnífico 4 x 4 se detuvo a su lado, tocó la bocina, abrió la portezuela del asiento del copiloto y, con una sonrisa encantadora, la invitó a subir a bordo.
Anaíd suspiró aliviada. Era justo lo que necesitaba, una buena amiga, una amiga que la escucharía y le levantaría los ánimos.
Por un momento Anaíd pensó, intuitivamente, que tal voz las cuatro mujeres estuviesen decidiendo su destino y que lo que le convendría sería espiar su conversación. Perola intuición le duró sólo un instante.
Criselda, con manos temblorosas, se sirvió un té bien caliente. Removió lentamente el azucarillo y tras un largo sorbo observó detenidamente el poso de su taza. No hacía falta ser muy ducha en adivinaciones. El futuro le deparaba grandes complicaciones y las com-plicaciones, sus complicaciones, no habían hecho más que comenzar.
Las cuatro mujeres compartían el mismo estado de ánimo de Criselda. Ninguna se de-cidía a hablar. Anaíd había puesto sobre la mesa demasiadas cuestiones candentes V se enfrentaban a un grave dilema.
Anaíd las había acusado de posponer la búsqueda de Selene.
Todas sabían que era cierto.
Criselda, la responsable de las pesquisas, había distraído una y otra vez las conclusiones de sus averiguaciones. No obstante, había llegado el momento. Un momento delicado, puesto que tampoco podían permitir que Anaíd, una niña sin iniciar, les perdiera el respeto y desobedeciese sus órdenes.
Criselda se llevó un bombón a la boca. Elena tomó otro y se decidió a romper el hielo.
– Y bien, Criselda… ¿Tienes algo que decirnos sobre Selene? ¿Qué has averiguado?
Criselda dejó la taza de té sobre la mesilla. Las evidencias se habían ido acumulando, cada vez había más pruebas en contra de la inocencia de Selene, no podía defender lo indefendible por más tiempo. Criselda se puso en pie, no sabía permanecer sentada, y con la cabeza gacha y voz queda, comenzó a hablar.
– Querría equivocarme, me gustaría no haber llegado a las conclusiones a las que he llegado, pero tengo la sospecha de que Selene no ha sido víctima de ningún secuestro.
Todas contuvieron la respiración. Criselda continuó hablando con voz grave.
– Selene no se defendió del supuesto ataque de las Odish. No hubo lucha ni resistencia. Selene no dejó ninguna pista, ningún hilo para que la siguiéramos y rompió inmediatamente cualquier contacto telepático. Selene no profirió ningún conjuro protector de su casa como hizo su madre. Selene destruyó pruebas de sus contactos anteriores con las Odish de los que la tribu tenía conocimiento y ella misma u otra persona regresó a la casa e intentó camuflar su desaparición como una huida por amor.
Todas callaron expectantes. Criselda no se atrevía continuar y, hecha un manojo de nervios, estiró un hilo de lana de su deshilachado jersey.
– Tengo casi, casi la certeza de que Selene abrió la ventana a las Strigas y voló con ellas por propia voluntad.
La confesión sólo pilló desprevenida a Karen.
– ¿Selene, una traidora?
Se hizo el silencio y todas dejaron volar su imaginación a la busca de evidencias. Había muchas, demasiadas. Gaya fue la primera en ponerlas una tras otra en fila.
– ¿No os acordáis de lo discreta y obediente que era Selene cuando vivía Deméter? ¿Y lo imprudente y atrevida que se volvió cuando murió? Está clarísimo. No pudo entregarse a las Odish antes porque su madre se lo impidió. La protección que conjuró la matriarca Tsinoulis fue poderosa y perduró hasta un año después de su muerte, pero el conjuro perdía fuerza. Selene lo ignoraba con sus continuas provocaciones. Cada vez que bebía, cada vez que se metía en un lío… ¿Recordáis las discusiones? ¿Recordáis sus desplantes? Y sus risas cuando la advertíamos… Se burló de nosotras. Ya había pactado con las Odish y únicamente esperaba el momento oportuno para huir con ellas.
Criselda bajó la cabeza avergonzada, no diría nada sobre sus deudas, sobre sus compras desaforadas, sobre la hipoteca de la casa. Quizá Gaya estuviera en lo cierto, pero aún había más, mucho más. Tal vez no haría falta exponerlo todo con tanta crudeza.
Por su parte, Karen, la gran amiga de Selene, se resistía a asimilarlo.
– Es absurdo. De acuerdo que era imprudente y apasionada, algo egoísta también, pero siempre fue una Omar, hija de la jefa de un clan, oficiante de coven, madre de una Omar.
Elena sacó a la luz el aspecto más delicado de la dudosa actuación de Selene.
– Impidió a Anaíd desarrollar sus poderes.
– Querrás decir que no la inició en su debido momento -corrigió Karen.
– No-intervino Criselda con todo el dolor de su corazón-. La medicina que Selene le preparaba era un potente bloqueador. Hasta hoy creía que tú misma se la habías proporcionado por algún motivo.