– ¿Quieres decir que Selene administraba una poción a Anaíd que bloqueaba sus poderes?-Karen, pensando rápidamente, enseguida comenzó a reaccionar y a cambiar su óptica-. ¡Y de ahí su retraso en el crecimiento!
Elena afirmó.
– Desde que dejó de tomar la poción, Anaíd se ha convertido en una verdadera bomba de relojería.
– Ya lo ha sido siempre-puntualizó Gaya, que no podía desvincular a Anaíd de su madre.
Criselda aprovechó para manifestar su preocupación.
– No controla sus poderes, le han surgido demasiado de golpe, necesita ayuda y contención. Igual que su crecimiento aumenta a razón de talla por mes.
Karen, a pesar de aceptar la evidencia, no podía admitir los motivos.
– Pero ¿por qué? ¿Por qué Selene bloqueó los poderes de su propia hija?
La respuesta era tan evidente que Elena no tuvo más que recoger la sugerencia que flotaba en la mente de todas las presentes.
– Para no verse obligada a luchar contra ella.
Karen suspiró.
– Entonces la preservó. Preservó a Anaíd.
Gaya lanzó una carga de profundidad:
– O se preservó ella de su hija.
Elena ordenó las confusas ideas que había ido elaborando durante los últimos días.
– Escuchad. Selene siempre supo que era la elegida. Su madre, la matriarca Tsinoulis, también, y por ello lo mantuvo en secreto y la preparó concienzudamente para su papel de salvadora de las Omar. Pero la naturaleza frágil y apasionada de Selene no pudo resistir las tentaciones de las Odish; sabéis que ofrecen mucho, ofrecen placeres eternos, juventud eterna, riquezas, poder infinito. Todas la conocíais. A diferencia de su madre, Selene era volátil, caprichosa, poco sensata. En su vida hay un episodio oscuro del que evitaban hablar ella y Deméter. Selene estuvo desaparecida durante algún tiempo… Estoy segura de que Selene pactó con las Odish su cetro y urdió su traición hace mucho, mucho tiempo. A lo mejor Criselda sabe más cosas del pasado de Selene.
Criselda se vio obligada a hablar.
– Deméter siempre calló sobre ese tiempo en que Selene desapareció. Pero la hizo sufrir. Sé que Deméter ocultó algo, algo muy desagradable. No puedo daros detalles, mi hermana era orgullosa y no quiso llorar en mi hombro.
Karen se hizo eco del sentir colectivo.
– Eso es muy grave.
– Mucho -ratificó Elena-, y debemos elevar una propuesta a las tribus. Tienen los ojos puestos en nosotras y i-n nuestro informe.
– No sabemos nada de las tribus.
– Ahora que lo dices…
– Eso también comienza a ser preocupante.
– Debe de ser una medida de seguridad.
– O de aislamiento preventivo.
Criselda agradeció que su hermana estuviera muerta. Le ahorraba ese episodio tan doloroso.
– Las pruebas que tenemos, pues, ¿son suficientes para considerar a Selene sospechosa de traición?
Todas afirmaron. Criselda las miró una a una.
– ¿Hay alguna de nosotras que la defienda?
Todas callaron.
– En ese caso, si Selene es la elegida, cosa de la cual también estamos seguras…
– Yo no -se apresuró a objetar Gaya.
Criselda rectificó:
– Todas, excepto Gaya, creemos que Selene, la elegida, ha optado por abandonar la mortalidad de las Ornar y acogerse a la inmortalidad de las Odish. La profecía anuncia que la elegida será tentada y unas u otras perecerán de su mano.
Criselda las miró a todas. Estaban sin aliento.
– La profecía de Odi ya lo advertía y se está cumpliendo. Selene ha sido tentada…, y si prospera…, se convertirá en la Odish más poderosa que haya existido jamás y acabará con las Omar.
Las palabras de Criselda resonaron como un mazazo en todas las cabezas.
– ¿Estamos a tiempo de intentar rescatarla de su propia flaqueza?
Gaya pidió la palabra.
– No. Ya no. Selene es un gran peligro para nosotras, nos conoce y conoce todas nuestras debilidades. No podemos arriesgarnos. Tenemos que destruir a Selene para que ella no nos destruya a nosotras.
Criselda sintió un nudo en la garganta cada vez más y más amargo. Ni la dulzura del chocolate lograba disolverlo.
– Anaíd nos habló del libro de Rosebuth. No lo recordaba, pero es cierto que Rosebuth consideraba que sólo alguien que amase a la elegida podría hacerla retornar a su tribu. ¿Quién mejor que Anaíd?
Karen se horrorizó.
– Es sólo una niña, no tiene recursos, ni fuerza, ni poder suficiente. Si fuera cierto que Selene es una… una Odish…, destruiría a su hija.
Y Karen rompió en un sollozo, incapaz de soportar la imagen de su amiga asesinando a su propia hija. No le cabía en la cabeza, no se ajustaba a sus esquemas y sin embargo…
Elena objetó:
– Pero antes de que eso sucediese una de nosotras lo impediría, porque Anaíd no estaría sola. ¿Criselda? ¿Qué dices a eso?
Elena le estaba ofreciendo la oportunidad de dar una esperanza a Selene y Criselda se aferró a esa posibilidad como a un clavo ardiente.
– Anaíd es intuitiva y fuerte, pero emocionalmente es frágil. Su fuerza reside en su amor por su madre. Si sospechase lo que sucedería en el caso de que Selene fuera una Odish…
Elena comprendió a Criselda.
– Anaíd debería emprender esta misión engañada. Tendríamos que mentirle, es la única forma de preservar su inocencia.
Gaya hurgó en la herida.
– No hace falta mentir a nadie, ni arriesgar nada. Acabemos con ella.
Criselda se resistía.
– En el caso de que Selene fuese una de ellas y atacase a su hija en lugar de ceder a su amor…, nosotras sí que deberíamos…, deberíamos…
No tuvo valor para proferir la palabra.
– Destruirla -la ayudó Karen con gran dolor.
– Sería nuestra obligación -ratificó Elena.
– Antes de que sea demasiado poderosa -concluyó Karen.
Criselda temía el paso siguiente. Le tocaba darlo a ella.
– ¿Quién se ocupará de la tarea? ¿Quién acompañará a Anaíd y destruirá a Selene en el peor de los casos?
Todas las miradas recayeron en ella.
Criselda supo que no podía eludir esa responsabilidad. Su deber moral para con la memoria de su hermana Deméter y el honor del linaje Tsinoulis la obligaban.
Criselda aceptó, aunque el éxito o el fracaso de su misión no dependía de ella.
Dependía de una niña.
Anaíd.
CAPITULO X
– ¿Y bien?-preguntó la señora Olav al subir Anaíd de nuevo al coche.
– Muy mal -murmuró Anaíd dando un portazo-. No sabe nada de ella y no se ha creído que yo fuese su hija. Selene no le habló de mí.
– ¿Y eso te molesta?
Anaíd explotó.
– ¿Cómo no me va a molestar? Mi madre me oculta que tiene un novio estúpido llamado Max y a ese Max le oculta que tiene una hija.
– ¿Por qué es estúpido Max?
Anaíd ocultó la cara entre las manos.
– Me ha dicho que… no nos parecíamos.
– ¿Y eso te ofende?
– Pues claro.
La señora Olav sonrió con cariño.
– No te comprende nadie.
– ¿Cómo lo sabe?
– Yo también tuve tu edad.
Anaíd suspiró. Ese tipo de respuesta era la que le hubiera dado Selene.
Selene, la gran mentirosa.
¿Realmente Selene era tal y como ella la recordaba? ¿O se la había inventado?
Anaíd siempre había querido creer que tenía una madre joven, cariñosa, divertida y juguetona que se comportaba con ella como una hermana mayor, pero había otra Selene que peleaba con Deméter a voz en grito, desaparecía días y días sin dejar siquiera una nota, compraba compulsivamente, se miraba al espejo enamorada de su propia imagen y… tenía amantes ocultos a los que a su vez les ocultaba a su propia hija.