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Faltaba tan sólo su sueño.

Criselda, su pariente más próxima, la invitó a beber la pócima y le hizo entrega del cuenco que debería guardar para sus próximas ceremonias. Notó un gusto amargo, pero apuró el líquido hasta el final.

Al cabo de unos minutos Anaíd sintió un mareo. Las brujas comenzaron a cantar y ella, en el centro de todas, inició una danza espontánea, rítmica, reveladora, que poco a poco la arrastraba a otras dimensiones de la percepción. Hasta que su cuerpo la abandonó y cayó sumida en un sueño inquieto y revelador. Era el sueño de las iniciadas.

Las brujas velaron su sueño y atendieron a los gestos de su rostro compartiendo sus inquietudes, sus miedos y sus alegrías.

Anaíd soñó que surcaba los ciclos ayudada por unas alas y que sus largos cabellos ondeaban a su espalda. Bajo ella la luz, sobre ella las tinieblas. Al descender, la luz se tornaba fuego y el aire del cielo adquiría una espesura líquida. Anaíd se internó en el fuego y tomó una piedra roja con la boca. Su piel se quemaba, pero Anaíd no soltó la piedra e inició su regreso a través del agua. Y mientras atravesaba el agua fue un delfín, pero cuando salió de ella lo hizo transformada en loba. Anaíd, en el bosque, aulló a la luna y lloró con ella.

Al despertar, Anaíd narró confusamente su sueño. Era tan reciente que aún estaba dentro de él.

Valeria la escuchó y lo interpretó:

– Su viaje será largo y repleto de peligros, pero la fuerza de su corazón la impulsará a seguir adelante. Flaqueará ante la duda. Se internará en las entrañas de la tierra, bajo las aguas, y perseverará en hallar el tesoro que busca. No cederá al dolor, ni evitará el peligro, y para ello se servirá de sus poderes y sus tretas. El peso de su descubrimiento, sin embargo, le producirá miedo y llorará por su pequeñez.

Cornelia Fatta leyó las señales que el cuerpo de Anaíd había dejado sobre la arena.

– Su destino la persigue como una sombra y será traicionada por el engaño. El sacrificio no habrá sido inútil.

Las palabras de Cornelia Fatta, algo confusas, dieron en qué pensar a todas las mujeres y se creó un clima de consternación, pero Valeria no permitió que las dominase el pesimismo.

Había llegado el momento de hablar de lo que estaba sucediendo. El momento más esperado de la noche.

Valeria tomó la palabra.

– No voy a ocultaros nada. Las Odish nos están atacando cada vez con más impunidad. Lo sabéis, lo sé, lo sabemos. Tienen a Selene, la del cabello de fuego, y eso las hace sentir poderosas. La elegida es su arma. Mientras esté en sus manos se creerán con derecho a hostigarnos. Por eso hemos iniciado a su hija Anaíd, para que nos ayude.

– ¿Qué pasa con el clan de Selene? ¿Qué han hecho durante este tiempo? -preguntó una corneja.

– El clan de la loba permaneció cerca de dos meses aislado bajo una campana Odish. Sufrió el acoso de una Odish que adormeció sus conciencias y tentó a Anaíd. Afortunadamente, consiguieron escapar al maleficio y ahora, Anaíd, ya está iniciada. Como sabéis, su poder y sus conocimientos son notables. Ella ha sido hasta el momento la única que ha conseguido comunicarse con Selene. Una madre no puede rechazar a su hija si de verdad desea hallarla. Por eso Anaíd, en nombre de todas nosotras y para salvaguardar la profecía, emprenderá la difícil tarea de rescatar a Selene y la traerá de nuevo a casa, entre las Ornar.

– Tal vez pueda llegar hasta Selene, pero ¿cómo conseguirá una niña vencer a las Odish? -planteó una delfín huesuda.

Criselda se vio obligada a intervenir:

– No estará sola, yo la acompañaré.

– Y aun suponiendo que eso sea posible, ¿qué ocurrirá si Selene se niega? ¿Qué ocurrirá si Selene prefiere el poder, la inmortalidad y la riqueza de las Odish a la simple honestidad de las Omar? -inquirió con agudeza una lechuza.

– ¡Imposible! ¡Mi madre no es ni será nunca una Odish! ¡Ella no nos traicionaría nunca!

El grito de Anaíd era tan sincero que la lechuza que había formulado la pregunta calló avergonzada. Delante de una hija, no se podía desprestigiar a una madre ni lincharla moralmente sin pruebas.

Anaíd se dio cuenta de que su impetuosidad había silenciado las posibles preguntas que todavía no se habían formulado. En definitiva se resumían en una sola: desconfianza.

– ¿Puedo hablar?

Anaíd esperó unos instantes hasta que recibió el mudo asentimiento de Valeria, que la escuchaba con estupor.

– Ya sé que no soy fuerte como Valeria, ni poderosa como fue Deméter, ni sabía como Lucrecia… Sé que, aunque ya sea una bruja, todavía no soy una mujer y que tengo la peor edad para enfrentarme a las Odish. Pero son ellas quienes me persiguen, así que, si las persigo yo, me convierto en una enemiga insólita. Si fuera una Odish, nunca se me pasaría por la cabeza que pudiese existir alguien tan idiota como yo dispuesta a meterse en la mismísima boca del lobo.

– ¿Y si el lobo cierra la boca? -la cortó una delfín.

Anaíd se encogió de hombros.

– Vosotras no perdéis nada si yo muero. Yo sí pierdo mucho si no me arriesgo. Pierdo mi linaje, pierdo mi pasado, pierdo a mi familia y pierdo mi dignidad. Lo he puesto en la balanza y creo que pesa mucho. Iré a buscar a mi madre al infierno. Pero iré. Y si vuelvo con la elegida, recordad la profecía, las Odish serán destruidas para siempre. Vosotras, que perdéis a vuestros bebés y a vuestras hijas, también saldréis ganando. Únicamente os pido vuestra complicidad, nada más.

Anaíd calló y observó el efecto que sus palabras habían causado a su alrededor.

Valeria y Criselda estaban atónitas. ¿De dónde provenían el aplomo y la seguridad de esa cría? ¿Dónde había aprendido a dirigirse a un auditorio? ¿Cómo había conseguido conmover a tantas mujeres y ponerlas a su favor sólo con unas palabras?

Pero no habían sido únicamente las palabras de Anaíd. Su gesto y su ingenuidad las convencieron de que efectivamente nada perdían. O tal vez sí. Tal vez perdiesen a una valiente joven que con los años podría llegar a convertirse en jefa de tribus. Había heredado el carisma de su abuela Deméter y tenía la luz de la hija de la elegida. No había duda alguna.

Valeria recogió el testigo que Anaíd había lanzado.

– ¿Estamos dispuestas a colaborar con Anaíd, el clan de la loba y la tribu escita en esta empresa?

Cornelia respondió la primera:

– Si la suerte es de los osados, Anaíd la tiene por completo. Que la suerte te sea propicia, niña Anaíd. Las cornejas creemos en ti.

La vieja Lucrecia apostilló:

– Pero con la suerte no hay bastante. Necesitará defenderse. Algunas serpientes dominan el arte de la lucha. Mi nieta Aurelia es la mejor luchadora de los clanes de fuego. Ella te enseñará. Acércate, Aurelia.

Una joven serpiente, atlética, de cortos cabellos muy negros y nariz chata, avanzó un paso y se plantó en jarras ante Anaíd.

– Te mostraré las artes de luchar con la mente y doblegar el cuerpo. Me lo ha pedido mi abuela, la jefa del clan de la serpiente y matriarca del linaje Lampedusa -y le advirtió-: Jamás hemos compartido estas artes con una bruja de tierra, tú serás la primera.

Su ofrecimiento causó un cierto revuelo. Las brujas cuchichearon entre ellas. Valeria sonrió de oreja a oreja y se dirigió a Anaíd:

– ¿No habías oído hablar de Aurelia, la gran luchadora?

Anaíd no había oído hablar de ella.

– Nadie ha sido capaz de vencerla y hasta hoy no había tenido ninguna discípula. Temíamos que sus conocimientos muriesen con ella.

Anaíd la saludó con respeto y miedo.

– ¿Luchar? ¿Tengo que aprender a luchar?

Aurelia fue contundente:

– Lo necesitarás.

Anaíd, perdida, buscó ayuda en los ojos de Criselda, pero le confirmaron lo que ya intuía. No podía negarse.