CAPÍTULO XXXII
Anaíd se abrazaba a Selene sollozando. Volvía a ser una niña, una niña pequeña en brazos de su madre.
– ¿De verdad la he eliminado?
– Sí, cariño. Salma se ha desintegrado.
– ¿Entonces…?
Selene temblaba al mostrarle el cielo.
– La conjunción de los planetas se ha producido. Es asombroso. ¿Los ves? Están alineados uno tras otro. Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, y junto a nosotros, la Tierra, la Luna y el Sol… Ya puedes gobernar.
Anaíd contempló el fenómeno conteniendo la respiración. Era insólito y francamente hermoso.
Apartó sus ojos del cielo.
– ¿Qué será de tía Criselda?
Selene le acarició sus cabellos y sonrió.
– ¿Te has mirado al espejo últimamente?
Anaíd se secó las lágrimas y negó. Un rayo de sol fue a posarse sobre su cabeza.
– El cabello en llamas -murmuró Selene con emoción.
– ¿De verdad? ¿Lo tengo rojo?
– ¿Cuándo fue la última vez que usaste tu champú?
– Hace un mes y medio, quizá dos.
– Tenemos que teñirte inmediatamente.
Anaíd tomó conciencia de su responsabilidad.
– Elena se dio cuenta al mirarme y supongo que Karen también. Por eso avisaron a Criselda, por eso Criselda aceptó seguir la farsa a Salma.
– Posiblemente.
Anaíd tenía una duda.
– ¿Y por qué Salma necesitaba que fuese Criselda quien te eliminase?
Selene no dudó.
– Para defenderse ante la condesa. La condesa no hubiera permitido que Salma destruyese a la elegida. La necesita para sobrevivir. Se está acabando y sólo la elegida tiene la clave de su inmortalidad.
– ¿Cuál?
– El cetro de poder que permitirá el fin de las Omar.
Anaíd estaba muy asustada. Contempló el cetro brillante que tenía en sus manos.
– No sé ni cómo lo hice. Pronuncié las palabras que el cetro me dictó.
Selene reflexionó.
– Deméter y yo guardamos el secreto de la verdadera elegida celosamente. Nadie sabe la verdad, tal vez Valeria lo intuyese.
Anaíd lo negó.
– No, estaba convencida de que lo eras tú. En realidad todas creían que tú eras la elegida, excepto Gaya.
Selene soltó una risita maliciosa y se puso en pie.
– ¡Gaya, menuda alegría va a tener al saber que estaba en lo cierto!
Anaíd también se puso ni pie.
– No estoy preparada.
– Lo sé, Anaíd, por eso tendremos que continuar guardando el secreto y escondernos hasta que llegue el momento.
– ¿Cuando eras niña tenías el pelo oscuro?
– Sí.
– ¿Entonces cómo lograste confundir a Criselda y las demás?
– Cuando tú naciste, tu abuela y yo nos vinimos a vivir al Pirineo, donde nadie nos conocía. Deméter hizo correr el bulo de que me ocultaba y que desde niña me había teñido el pelo, pero que ya no importaba puesto que las Odish me habían encontrado.
Anaíd suspiró y se llenó los pulmones del aire límpido y fresco de la mañana, absorbió los colores otoñales y sus contrastes, acarició su vista con los ocres, los amarillos y los cobrizos y se recreó con los rojos, los anaranjados y los violetas. ¡Qué hermoso era su mundo! ¡Qué magnífica sensación el hambre! ¡Qué genial calmar la sed! ¡Y qué estupendo el cansancio!
– Pobre tía Criselda.
– Yo sobreviví. Se puede sobrevivir a la nada.
– Pero tú eres más fuerte.
Selene se la quedó mirando estupefacta.
– ¿De verdad crees eso?
Anaíd afirmó convencida:
– Tía Criselda es un desastre, un horror, no tiene ni idea de…
Selene explotó en una carcajada sincera.
– ¿No te lo dijo?
– ¿El qué?
– Ella ha sido la sucesora de Deméter. Ella ha mantenido unidas a las tribus. Ella ha velado por ti y te ha protegido.
Anaíd se sorprendió.
– Pero si parecía…
– No te fíes de las apariencias. Las Omar no son nunca lo que parecen.
– Ni las Odish -murmuró Anaíd pensando en la señora Olav.
Pero Selene, rápidamente, echó a correr.
– ¡Un, dos, tres! ¡La última prepara el desayuno!
– ¡Espera! -gritó Anaíd-. ¡Me tienes que explicar lo de Max!
Los grandes almacenes estaban llenos a rebosar. Anaíd nunca había sido tan feliz como esa tarde de compras con Selene. Selene y ella habían decidido acabar con las existencias de ropa de la sección de novedades.
– ¿De verdad puedo comprarme este jersey? ¿Cómo es que tenemos tanto dinero?
Selene miró discretamente a un lado y a otro.
– Es un secreto a voces, fui una Odish y ésa fue mi paga.
– Pero si nos lo gastamos todo de golpe volveremos a ser pobres.
– Soy una derrochadora, Anaíd, por eso me fue tan fácil convencerlas y hacerles creer que me tentaban. Me encantan las sortijas de diamantes, el caviar y el champagne.
– ¿No tuviste miedo?
– Mucho.
– ¿Cuál fue tu peor momento?
– Hacerle creer a Salma que desangraba a un bebé.
– ¡Qué horror!
– Aunque he de reconocer que tuvo algunas gratificaciones. ¡Nunca pasaremos hambre, te lo aseguro!
Abandonaron los almacenes tan cargadas que apenas podían acarrear las bolsas y ya en la salida se toparon con Marión. Anaíd fue quien la reconoció.
– ¡Marion!
Marion no atendió a la primera.
– ¿Anaíd?
Anaíd la besó con naturalidad, como si fuesen viejas amigas.
– Gracias por la ropa que me dejaste. Me fue estupenda.
Marion estaba cortada.
– De nada, yo… ¿Es cierto que te vas?
– Pues sí. Nos vamos lejos.
– ¿Dónde?
– Al Norte -dejó en el aire Anaíd.
– No, al Sur -corrigió Selene.
Anaíd se encogió de hombros.
– Aún no nos hemos puesto de acuerdo.
Selene rió y le mostró la ropa.
– Por si acaso hemos comprado de todo.
– Ah, qué divertido -dijo Marion azorada.
Anaíd la tranquilizó.
– Sí, eso sí, nos divertimos mucho.
Marión prolongó el encuentro con una propuesta inesperada.
– ¿Quieres salir con nosotros este sábado?
Anaíd lo pensó un segundo.
– Me gustaría, pero ya he quedado. De todas formas antes de marchar celebraré una fiesta.
– ¿Una fiesta? -se extrañó Selene.
– Sí, una fiesta de cumpleaños. Será mi fiesta. Estás invitada, Marion.
– Oh, gracias, yo… Lástima que no estuvieses para la mía…
– No te preocupes, en mi fiesta estará todo el mundo y te presentaré a mi mejor amiga. Se llama Clodia.
– Clodia, guay.
– Y ella es más guay todavía, rebana el cuello a los conejos que da gusto verla. Es genial.
Marion palideció.
Anaíd la besó como despedida.
– No te asustes, he dicho a los conejos.
Marion rió tímidamente y se dio media vuelta. Selene alcanzó a Anaíd en la calle y le comentó en un susurro.
– Qué dominio, te has marcado tres faroles.
– Ni uno.
– ¿Cómo que ni uno?
– Este sábado tengo una cita en el lago con tía Criselda. Pienso celebrar mi fiesta de cumpleaños y Clodia, mi mejor amiga, será mi invitada de honor y la verás rebanar el cuello a un conejo.
Selene se quedó estupefacta.
– Pues vaya, sí que me he perdido cosas.
Anaíd afirmó:
– Muchas.
MEMORIAS DE LETO