Dante recordaba la batalla de Caprona, contra los pisanos, en la que tomó parte. Holmes pensó en algo que Lowell había omitido de su lista de los talentos de Dante: Dante fue un soldado. Al igual que usted, todo lo hizo bien. «Y también a diferencia de mí, también -pensó Holmes-. Un soldado debe afirmar su culpabilidad a cada paso, silenciosa e irreflexivamente.» Se preguntaba si el hecho de ver a sus amigos morir junto a él por el alma de Florencia o por algún estandarte güelfo desprovisto de sentido, habría servido para hacer de Dante un poeta mejor. Wendell Junior fue el poeta de la clase en sus comienzos en Harvard -muchos decían que sólo por el nombre que compartía con su padre-, pero ahora Holmes se planteaba si Junior aún podía conocer la poesía después de la guerra. En el campo de batalla, Junior había visto algo que no vio Dante, y había apartado de sí la poesía -y al poeta-, dejándosela tan sólo al doctor Holmes.
Holmes hojeó las pruebas y leyó durante una hora. Gustaba en particular del segundo canto del Inferno, donde Virgilio convence a Dante para iniciar su peregrinación, pero resurgen los temores de Dante por su propia seguridad. Momento supremo de valor: enfrentar el tormento de la muerte de los demás y pensar con claridad cómo cada uno de ellos se sentiría. Pero Holmes ya había quemado la prueba de Longfellow correspondiente a aquel canto. Recurrió a su edición italiana de la Commedia y leyó: «Lo giorno se n'andava… El día se iba…» Dante retrasa su deliberación mientras se dispone a penetrar en los reinos infernales por vez primera: «… e io sol uno… y únicamente yo solo…» ¡Cuán solo debió sentirse! ¡Tiene que repetirlo tres veces! «Io, sol, uno… m'apparecchiava a sostener la guerra, si del carnmino e si de la pietate.» Holmes no podía recordar cómo había traducido Longfellow este verso, así que, inclinándose sobre su obra maestra, lo hizo él mismo, oyendo el comentario deliberativo de Lowell, Greene, Fields y Longfellow con el fondo del zumbido del fuego. Animándolo.
– «Y yo solo, únicamente yo… -Holmes se dio cuenta de que debía hablar en voz alta para traducir- me aprestaba para sostener la batalla…» No, guerra…, «… para sostener la guerra… tanto del camino como de la piedad».
Holmes se levantó de un salto de su sillón y corrió escaleras arriba, hasta el tercer piso.
– Yo solo, únicamente yo… -repetía, mientras iba subiendo.
Wendell Junior estaba debatiendo la utilidad de la metafísica con William James, John Gray y Minny Temple, entre ponches de ginebra y cigarros. Mientras escuchaba uno de los discursos de James, llenos de rodeos, hasta Junior llegó el sonido, clip-clop, al principio leve, de su padre subiendo trabajosamente la escalera. Junior se encogió. Por aquellos días, su padre parecía de veras preocupado por algo que no era él mismo; por tanto, algo potencialmente grave. James Lowell apenas había rondado la facultad de Derecho, probablemente en buena parte, según pensaba Junior, porque andaba metido en algo que también mantenía distraído a su padre. Al principio, Junior imaginaba que su padre había ordenado a Lowell apartarse de él, pero Junior sabía que Lowell no le haría caso. Y tampoco su padre tenía un carácter lo bastante firme como para dar órdenes a Lowell.
No debía haberle dicho nada a su padre acerca de su amistad con Lowell. Por supuesto, se había guardado para sí los súbitos elogios que a menudo hacía Lowell del doctor Holmes, y que introducía sin venir a cuento. «No sólo dio nombre a The Atlantic, Junior -decía, evocando los tiempos en que el padre sugirió el nombre de The Atlantic Monthly-, sino también al Autocrat.» El regalo paterno por el bautizo no era sorprendente; era un experto en categorizar la superficie de las cosas. Cuántas veces se había visto obligado Junior a escuchar en presencia de huéspedes la historia de cómo su padre había llamado anestesia al invento de aquel dentista. Pese a todo, Junior se preguntaba por qué el doctor Holmes no podía haberle puesto un nombre mejor que Wendell Junior.
El doctor Holmes llamó a la puerta protocolariamente, y luego se asomó con un brillo salvaje en los ojos.
– Padre, estamos un poquito ocupados.
Junior mantuvo una expresión de desagrado ante los saludos excesivamente respetuosos de sus amigos. Holmes exclamó:
– Wendy, ¡debo saber algo ahora mismo! ¡Debo saber si entiendes algo de larvas!
Hablaba tan aprisa que su voz sonaba como el zumbido de una abeja. Junior dio una calada a su cigarro. ¿Es que no se acostumbraría nunca a su padre? Después de pensar acerca de ello, Junior se echó a reír ruidosamente, y sus amigos se le unieron.
– ¿Has dicho larvas, padre?
– ¿Y qué hay de nuestro Lucifer en esa celda, haciéndose el mudo? -preguntó Fields ansiosamente.
– No entendía el italiano, eso lo vi en sus ojos -aseguró Nicholas Rey-. Y lo ponía furioso.
Estaban reunidos en el estudio de la casa Craigie. Greene, que había ayudado en la traducción toda la tarde, regresó a casa de su hija en Boston para pasar la noche.
El breve mensaje contenido en la nota que Rey había pasado a Willard Burndy -«a te convien tenere altro viaggio se vuo' campar d'esto loco selvaggio»-podía traducirse como «a ti te conviene emprender otro viaje si quieres escapar de este lugar salvaje». Eran palabras de Virgilio a Dante, quien estaba perdido y amenazado por unas bestias en un oscuro lugar salvaje.
– El mensaje era simplemente una última precaución. Su historia no concuerda con nada de cuanto tenemos sobre el perfil del asesino -dijo Lowell, sacudiendo su cigarro fuera de la ventana de Longfellow-. Burndy no tiene cultura. Y no hemos hallado otras conexiones en nuestras pesquisas sobre cualquiera de las víctimas.
– Los periódicos presentan el caso como si estuvieran acumulando pruebas -dijo Fields.
Rey asintió.
– Tienen testigos que vieron a Burndy acechar la casa del reverendo Talbot la noche antes de que fuera asesinado, la noche en que robaron mil dólares de la caja fuerte de Talbot. Esos testigos fueron entrevistados por buenos patrulleros. Burndy no quiso decirme gran cosa. Pero eso encaja con las prácticas de los detectives. Echan mano de un mero indicio para construir sobre él su falso caso. No tengo la menor duda de que Langdon Peaslee los tiene bien agarrados. Se quita de delante a su principal rival en Boston en materia de cajas fuertes, y los detectives le deslizan una sustanciosa parte del dinero de la recompensa. Ya trató de llegar a un arreglo así conmigo cuando se anunciaron las recompensas.
– ¿Y si estamos olvidándonos de algo? -se lamentó Fields.
– ¿Cree usted que ese tal señor Burndy podría ser responsable de los asesinatos? -preguntó Longfellow.
Fields frunció sus hermosos labios y sacudió la cabeza.
– Supongo que sólo quiero unas respuestas que nos permitan regresar a nuestras vidas.
El sirviente de Longfellow anunció que estaba en la puerta cierto señor Edward Sheldon, de Cambridge, y que buscaba al profesor Lowell.
Lowell acudió a toda prisa al vestíbulo principal y condujo a Sheldon a la biblioteca de Longfellow.
Sheldon llevaba el sombrero calado.
– Le pido perdón por venir a molestarlo, profesor, pero su nota parecía urgente, y en Elmwood me dijeron que podría encontrarlo aquí. Dígame, ¿está a punto de reanudarse la clase sobre Dante? -preguntó, sonriendo con ingenuidad.
– ¡Pero si yo envié esa nota hace casi una semana! -exclamó Lowell.
– Ah, pues… Yo no la he recibido hasta hoy. Y se quedó mirando al suelo.
– ¡No me diga! ¡Y quítese el sombrero cuando esté en la casa de un caballero, Sheldon!
Lowell le arrancó el sombrero de un manotazo. Entonces pudo ver que tenía una hinchazón roja alrededor de un ojo y la mandíbula contusionada. Lowell se arrepintió inmediatamente.
– Pero, Sheldon, ¿qué le ha pasado?
– Una tremenda tunda, señor. Estaba a punto de contarle que mi padre me envió a recuperarme a casa de unos parientes, en Salem. Quizá como castigo, también para meditar bien mis acciones -dijo Sheldon, con una recatada sonrisa-Por eso no recibí su nota. -Sheldon dio un paso para recoger su sombrero y la luz le dio de lleno. Entonces percibió la mirada de horror en el semblante de Lowell-. Oh, en gran parte ya se me ha ido, profesor. El ojo apenas me duele últimamente.