En la mañana de aquel día desperté a Tyan-yu y a toda la casa con mis sollozos. Huang Taitai tardó largo tiempo en presentarse en mi habitación.
– ¿Qué le pasará ahora? -gritó desde su dormitorio-. Id a tranquilizada.
Pero finalmente, como yo no dejaba de llorar, entró precipitadamente en mi habitación y me riñó a voz en cuello.
Yo me tapaba la boca con una mano y los ojos con la otra. Mi cuerpo se contorsionaba como si fuese presa de un terrible dolor. Resultaba muy convincente, porque Huang Taitai retrocedió y se encogió como un animal asustado.
– ¿Qué te ocurre, hijita? -gritó-. Dímelo en seguida.
– Oh, es demasiado terrible para pensarlo… para decirlo -repliqué entre sollozos, con la voz entrecortada.
Cuando consideré que había llorado bastante, dije aquello que era tan impensable.
– He tenido un sueño. Nuestros antepasados se presentaron y me dijeron que querían ver nuestra boda, así que Tyan-yu y yo celebramos la misma ceremonia para ellos. Vimos a la casamentera encender la vela y dársela a la criada para que la vigilara. Nuestros antepasados estaban tan complacidos, tanto…
Volví a llorar suavemente. Huang Taitai pareció impacientarse.
– Pero entonces la criada salió de la habitación y un fuerte viento llegó de improviso y apagó la vela. Nuestros antepasados se pusieron muy furiosos. ¡Dijeron a gritos que el matrimonio estaba condenado! ¡Dijeron que el extremo de la vela correspondiente a Tyan-yu se había apagado! ¡Nuestros antepasados dijeron que Tyan-yu moriría si seguía casado conmigo!
Tyan-yu palideció, pero Huang Taitai sólo frunció l'1 ceno.
– ¡Sólo una niña estúpida puede tener tales sueños! -exclamó, y ordenó a todos con malos modos que volvieran a la cama.
– Madre -le dije en un susurro ronco-. ¡No me abandones, por favor! ¡Tengo miedo! Nuestros antepasados han dicho que si este asunto no se arregla, iniciarán el ciclo de la destrucción.
– ¿Qué tonterías son ésas? -gritó Huang Taitai, volviéndose hacia mí. Tyan-yu la imitó, frunciendo el ceño igual que su madre. Supe que casi habían caído en la trampa, eran como dos patos inclinándose hacia la cazuela.
– Ellos sabían que no me creeríais -les dije en tono compungido-, porque saben que no quiero abandonar las comodidades de mi matrimonio. Por eso nuestros antepasados han dicho que ofrecerán signos para mostrar cómo se está descomponiendo nuestro matrimonio.
– ¿Qué tonterías engendra tu estúpida cabeza -dijo Huang Taitai, suspirando, pero no pudo resistirse a preguntar-: ¿Qué signos?
– En mi sueño vi un hombre con una larga barba y un lunar en la mejilla.
– ¿El abuelo de Tyan-yu? -preguntó Huang Taitai.
Asentí, recordando el retrato que colgaba de la pared.
– Dijo que hay tres signos. Primero, ha dibujado una mancha negra en la espalda de Tyan-yu, y esa mancha crecerá y consumirá la carne de Tyan-yu como devoró el rostro de nuestro antepasado antes de que muriese.
Huang Taitai se volvió rápidamente hacia Tyan-yu y le alzó la camisa.
– ¡Aii-ya! -exclamó, porque allí estaba el mismo lunar negro, del tamaño de la punta de un dedo, tal como yo lo había visto siempre durante los cinco meses en que habíamos dormido como hermana y hermano.
– Entonces nuestro antepasado me tocó la boca. -Me di unas palmaditas en la mejilla, como si ya me doliera-. Dijo que mis dientes empezarían a caer uno tras otro, hasta que ya no pudiera protestar por abandonar este matrimonio.
Huang Taitai me abrió la boca y soltó una exclamación al ver el espacio vacío en el fondo de mi boca, de donde cuatro años atrás se me había desprendido una muela echada a perder.
– Y, finalmente, le vi plantar una semilla en la matriz de una joven criada. Dijo que esa muchacha sólo finge proceder de una familia humilde, pero que en realidad es de sangre imperial y…
Hundí la cabeza en la almohada, como si estuviera demasiado extenuada para continuar. Huang Taitai me tocó el hombro.
– ¿Qué ha dicho?
– Ha dicho que la criada es la verdadera esposa espiritual de Tyan-yu y que la semilla que ha plantado se convertirá en el hijo de Tyan-yu.
A media mañana trajeron a rastras a la criada de la casamentera y le extrajeron su terrible confesión.
Tras mucho buscar, encontraron a la joven criada que me gustaba tanto, aquella a la que había mirado desde mi ventana todos los días. Había visto cómo se le agrandaban los ojos y su voz provocativa se suavizaba cada vez que llegaba el guapo recadero. Y más adelante vi que su vientre se redondeaba y el temor y la preocupación le alargaban el rostro.
Así pues, imagina su felicidad cuando la obligaron a decir la verdad sobre su procedencia imperial. Más tarde supe que el milagro de casarse con Tyan-yu la maravilló tanto que se convirtió en una persona muy religiosa, y ordenaba a los criados que barrieran las tumbas de los antepasados no sólo una vez al año, sino a diario.
La historia finaliza aquí. No me culparon demasiado. Huang Taitai tuvo su nieto. Yo obtuve mis ropas, un billete de tren a Pekín y el dinero suficiente para emigrar a los Estados Unidos. Los Huang sólo me pidieron que jamás contara a nadie de importancia la historia de mi aciago matrimonio.
Esta es la verdadera historia de cómo mantuve mi promesa y sacrifiqué mi vida. Mira el oro que ahora puedo llevar. Di a luz a tus hermanos y entonces tu padre me regaló estos dos brazaletes. Luego te tuve a ti. Y de vez en cuando, cuando me sobra algo de dinero, compro otro brazalete. Sé lo que valgo. Siempre son de veinticuatro quilates, de oro puro.
Pero jamás olvidaré. El día del Festival de la Brillantez Pura, me quito todos mis brazaletes. Recuerdo el día en que se me ocurrió aquel pensamiento y fui capaz de seguirlo hasta el final. Aquel día yo era una chiquilla con el rostro cubierto por un pañuelo rojo de desposada. Entonces prometí que no me olvidaría de mí misma.
¡Qué bonito es volver a ser aquella niña, quitarme el pañuelo para ver lo que hay debajo y sentir que mi cuerpo vuelve a ser ligero!
YING-YING ST. CLAIR
Durante todos esos años mantuve la boca cerrada, a fin de que no salieran de ella deseos egoístas, y, como permanecí silenciosa tanto tiempo, ahora mi hija no me oye. Se sienta junto a su lujosa piscina y sólo presta oídos a su Sony Walkman, su teléfono sin cable, su corpulento e importante marido que le pregunta por qué usan carbón y no un fluido más ligero.
Durante todos esos años mantuve oculta mi naturaleza, deslizándome como una pequeña sombra para que nadie pudiera atraparme. Y, como me movía con tanto sigilo, ahora mi hija no me ve. Sólo ve una lista de compras, su cuenta corriente sin saldo, el cenicero torcido sobre una mesa recta.
Y quiero decirle que estamos perdidas, ella y yo, ni nos ven ni vemos, ni nos oyen ni oímos, los demás nos desconocen.
No me perdí a mí misma en seguida. Restregué el rostro a lo largo de los años para eliminar mi dolor, de la misma manera en que el agua desgasta las tallas en piedra.
No obstante, hoy puedo recordar la época en que corría y gritaba, en que no podía quedarme quieta. Es mi recuerdo más antiguo: contarle mi deseo secreto a la Dama de la Luna, y como olvidé lo que deseaba, ese recuerdo ha permanecido oculto para mí durante muchos años.