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No estoy segura de cómo se supone que tengo que andar con estos zapatos. Nunca ves a ninguna mujer andar con ellos, sólo las ves tumbadas. De alguna manera tengo que llegar de la puerta del baño a la cama. Camino y trato de mover las caderas. El champán ha hecho su efecto y ya no tengo miedo. Creo de verdad que soy sexy, porque lo soy. Soy una mujer. Como cualquier otra. Tengo el mismo cuerpo, los mismos deseos y las mismas fantasías.

– ¡Jesús! -dice André-. Estás preciosa.

Esta vez soy yo quien le pone un dedo en los labios.

– Shhh -digo-. No hables. No hemos hecho nada más que hablar desde que nos conocimos. Cállate.

Sonríe con un lado de la boca y se echa hacia atrás sobre los codos. Sus piernas cuelgan fuera de la cama. Todavía tiene los zapatos puestos. Sin apartar la mirada de él, me arrodillo y se los quito. Sus párpados tiemblan, se moja los labios con la lengua. Paso mi mano lentamente por la pernera de sus pantalones, rodillas, muslos, y me detengo al lado de lo-que-ya-sabes. «¿Lo-que-ya-sabes? -Ni siquiera puedo pensar la palabra-. Junto a las pelotas. Y el pene.» Ahí mismo.

– Rebecca -dice-. Ven aquí.

– Shhh -digo.Le recuesto sobre la cama. Todavía está vestido, tumbado boca arriba. Me arrodillo encima de él. Me gusta. En mi fantasía él siempre estaba vestido y yo no. Intenta incorporarse, pero lo empujo hacia atrás.

– Todavía no -digo-. Espera.

Se le ve divertido, y excitado. Noto su excitación debajo de mí.

Utilizo el dedo con el que me he tocado antes para dibujar sus labios, nariz y el contorno de sus bonitos ojos. Le meto el dedo en la boca, siento los dientes y la lengua. Entonces me inclino sobre él y le beso apasionadamente. Me acerca bruscamente hacia él, y me da la vuelta dejándome abajo. La cama cruje con el movimiento.

– Ahora te toca a ti -me dice entre besos.

Recorre mi cuello con sus labios lentamente, una mano en el pelo y la otra en mi pecho.

– He soñado con este momento -dice, mientras me desabrocha el sujetador-. Desde que te conocí llevo soñando con esto. Estoy loco por ti.

Mientras me besa los pechos, lo miro. Su oscura piel contrasta con la mía. Con Brad, era yo la que tenía la piel más oscura. Odiaba que Brad lo comentara y no quiero decirle nada a André. Recuerdo una frase que aprendí en la clase de historia del arte: «claroscuro». Luz contra la oscuridad. ¡Precioso!

Hago ruidos que nunca había oído. André juega con mis pezones como nadie lo ha hecho antes. Muerde, besa, acaricia, y los dibuja. Arqueo la espalda.

– Quítate la camisa -le digo.

Se pone de pie y se la quita. Me levanto también, y lo miro. Quiero sentir su pecho contra el mío. Me alegra ver que tiene poco pelo en el pecho, y ninguno en los brazos o en la espalda. Tiene los músculos bien definidos y fuertes. No tiene nada de grasa.

– Qué guapo eres -digo-. No me puedo creer lo guapo que eres.

– Gracias -dice.

Me encanta su acento, y su apunte de sonrisa. Me vuelve loca.

Estamos de pie abrazándonos, besándonos. Es cálido y fuerte, tal y como imaginaba. Empuja su pelvis contra mí, y para mi sorpresa yo también empujo. Le acaricio a través de los pantalones, y me alegra descubrir que es bastante potente, suficientemente grande para ser agradable pero no para hacer daño.

– Dios mío -digo.

Deja escapar un pequeño gemido. Me acaricia entre las piernas, y aparta el tanga. Sabe lo que está haciendo, no como Brad. Grito de placer. André se arrodilla, y me besa el vientre.

– Tienes un gran cuerpo -dice-. Eres increíble.

Me abre bien las piernas, y me besa. Sus dedos, su boca, concentrados en el mismo sitio. Casi no puedo soportarlo. Lo hace tan bien, que tengo miedo de acabar demasiado pronto. Lo detengo, me arrodillo a su lado, repito el favor mientras se tumba en el suelo. Se deshace de los pantalones sacudiendo una pierna, y allí está, desnudo. Es increíble en todos los aspectos.

– Quédate ahí -le ordeno.

Voy a buscar mi bolso al baño, saco un condón. Cuando vuelvo, se está acariciando, moviendo la mano a lo largo del pene. Se detiene al verme.

– No -digo-. Sigue. Quiero verte hacerlo.

Nunca he visto masturbarse a un hombre, aunque siempre he querido hacerlo. André accede, y me pide que haga lo mismo. Me siento, abro las piernas, cerca de él, y aparto el tanga hacia un lado con una mano, con la otra me acaricio. Me mira. Lo miro. Hasta que no podemos mirarnos más.

Le pongo el condón, le pido que se quede en el suelo. Entonces me subo encima y me monto despacio en él, dejando que me llene. Nos miramos a los ojos, y me siento tan bien que lloro.

– ¿Estás bien? -pregunta.

– Sí -digo.

Empieza a moverme. Sonrío. Nos cogemos de la mano.

– Más que bien. Esto es asombroso.

– Sí. Lo es.

Cambiamos de postura varias veces, por toda la habitación, y finalmente terminamos en la cama, estilo perro. A Brad esa postura no le gustaba, pero yo la encuentro embriagadora. Al final, grito. De mi boca salen años de frustración reprimida, y me corro durante una eternidad.

André me sostiene. Nos besamos dulcemente.

– Increíble -dice.

– ¿Tú crees?

– Sí.

Descansamos, dormimos un rato. Pedimos comida.

Después volvemos a hacerlo.

Pasan dos días hasta que nos las arreglamos para salir de allí y hacer la más mínima compra.

El vestido de dama de honor es una de las mayores conspiraciones contra solteras que se han inventado. El mío acaba de llegar por correo, diez días antes de que mi amiga Usnavys se case, y casi lo confundo con un vestido de baile de 1970. Gracias, Navi. Así seguro que vas a ser la más guapa de la boda.

De «Mi vida», de LAUREN FERNÁNDEZ

Capítulo 19. LAUREN

Amaury se acaricia los marcados abdominales, bajo las sábanas, a mi lado. Acabamos de hacer el amor con el canto matinal de los pájaros como banda sonora. Fatso está sentada en el marco de la ventana, molestándolos como si fueran a caerle en la boca, comida para llevar recién encargada. Nadie ha conseguido demostrar la inteligencia de esta gata. Amaury lleva un mes quedándose todas las noches y ya se ha acostumbrado a él. Yo también. No quiero que se vaya. Ni siquiera para ir a clase.

En los tres meses que llevamos juntos, he aprendido a querer a este hombre.

La ventana del dormitorio está abierta, y el increíble y salado aire primaveral de Boston acaricia nuestros cuerpos desnudos. Me siento libre, por primera vez en mi vida, realmente libre. Y feliz. Anoche, antes de quedarnos dormidos, me preguntó con una mirada asustada:

– ¿Te importaría oír algo que he escrito?

Era un pequeño cuento, a lo García Márquez. Me quedé de piedra. Mi español no es nada del otro mundo pero estar conAmaury me ha ayudado a pulirlo. Este chico sabe escribir. A pesar de ser un traficante. Hay música en sus palabras. Merengue. Y no merengue de Puerto Rico, que ahora lo distingo del dominicano. El merengue dominicano mola. ¿El puertorriqueño? No.

Las temerarias creen que estoy loca. Creen que un tipo tan guapo, con largas pestañas, que anda contoneándose, que huele a CK-1, que lleva un busca barato, al que le es indiferente llevar los cordones atados, que conduce pavoneándose por Centre Street y que conoce a cada personaje sospechoso… mierda, todas pensamos que un tipo así no puede ser bueno. Ni de casualidad. Se ríen de hombres como él. Y no sólo las temerarias. Cuando paseamos por Stop and Shop cogidos de la mano, todas las latinas de cierto nivel se ríen de nosotros. La gente de su clase también. Sus amigos creen que ha perdido el juicio por salir con una mujer independiente y educada como yo.