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– Necesito intentar escribir poesía -le digo-. En español, sobre mi vida, y necesito hacerlo en Colombia.

– Está bien -dice-. Pensémoslo bien. Asegurémonos de que eso es lo que quieres hacer.

– Lo es. Lo he pensado, y necesito extender mis alas y volar, Sel, intentar ser la poeta que siempre quise ser. Pero no en inglés. No en tu idioma. Quiero escribir sobre mí y quiero hacerlo en mi propio idioma. Quiero escribir en español sobre la experiencia de ser lesbiana, un idioma que nunca ha aceptado a las mujeres como yo. Quiero tomar un machete y desbrozar la jungla de la ignorancia. Aunque parezca una locura, quiero regresar a Colombia.

– ¿Estás segura? Ahora la cosa está chunga por allí.

Lo estoy. Nos vamos durante un año, y espero que Selwyn llegue a comprender quién soy. Aprenderá a bailar a mi ritmo como yo aprendí a bailar al suyo.

Selwyn, tal como es, hace lo que tiene que hacer, se aferra a la oportunidad de experimentar algo nuevo. Hacemos las maletas, comemos pizza y bailamos a ritmo de Nelly Furtado, su artista favorita. Alquilamos nuestras casas a unos universitarios cuyos padres pueden costeárselo, y dejo la camioneta en el enorme garaje de casa de Sara.

Contactamos con una inmobiliaria colombiana para alquilar una casa amueblada para todo el año en la costa de Barranquilla. Sara nos lleva al aeropuerto con los niños, en su Range Rover. Nos menciona unas extrañas llamadas llorosas que ha recibido últimamente, y que según la policía, proceden de Madrid. Roberto no cede. Aún no hemos oído la última palabra de su boca enfermiza. La situación económica y el bienestar físico de Sara me preocupan. No me iría para siempre sólo por ella. Por ella -y por Roberto, porque le temo-, tengo que regresar pronto. Nos despiden con un fuerte abrazo. Nos subimos al avión.

Cuando llegamos a Barranquilla, el aire es azul y salado, y las flores extienden su perfume por doquier. Selwyn se viste con una falda y lleva gafas de sol, se pone el diccionario español-inglés bajo el brazo, y empieza a explorar los mercados y las cafeterías.

Abro la ventana de mi pequeño estudio y me siento ante el escritorio y la máquina de escribir. Abro la ventana, doy la bienvenida a las musas y empiezo a escribir.

En casa.

Cuando leáis esto, estaré en San Juan, sufriendo con indignación este horrible vestido de dama de honor. Aunque sea de Vera Wang, es atroz. Deseadme buena suerte. Voy a intentar coger el ramo.

De «Mi vida», de LAUREN FERNÁNDEZ

Capítulo 21. USNAVYS

Mis sobrinos, vestidos con esmoquines infantiles, sacan cajitas de cartón con palomas blancas de mi tío y se colocan en los peldaños de entrada a la iglesia. Como ensayado, las colocan en el suelo junto a Juan y a mí. Estos pájaros gorjean como palomas comunes. Le doy un golpecito a Juan en el brazo y le digo:

– Oye, ¿tú sabías que las palomas blancas suenan igual que las comunes? ¿No deberían hacer sonidos más elegantes?

Juan pone los ojos en blanco y me besa los labios otra vez:

– Sólo a ti se te ocurriría algo así -dice con una sonrisa.

– ¿Qué?

– Las palomas blancas son palomas comunes. Es el mismo pájaro, pero con más publicidad.

– Ni hablar, no mientas.

Le pego en el brazo, y se me baja el hombro del vestido.

Juan finge que le duele el golpe justo cuando sale el cura y me mira horrorizado. Es el hermano del marido de la prima de mi madre, pero no le he gustado desde que le dije que merecía ir de blanco, porque los médicos casados no cuentan. Necesita relajarse. ¡Mira cuántos invitados! Cientos de personas, mi'ja. ¿Quién iba a pensar que tenía tantos amigos?

Cuando empiezan a sonar las campanas de la torre, mis sobrinos abren las cajas. Las palomas se quedan quietas un instante como si no supieran qué hacer. Doy una patadita a una de las cajas con la puntera de mis sandalias de seda Jimmy Choo.

– ¿A qué esperáis, palomas? -les pregunto-. ¡A volar, ya! ¡Sois libres!

Una a una, las tres docenas de palomas salen revoloteando de las cajas y se elevan hacia el cielo azul cobalto de San Juan, hacia pequeñas nubes blancas y algodonadas. Los invitados las miran protegiéndose los ojos con las manos, y vitoreando. Los muy bobos me tiran arroz en el pelo. Les pedí que no hicieran eso. ¿No saben lo que he tardado en alisarme el pelo y colocarme las extensiones de rizos rubios? No quiero pasarme mi luna de miel expurgando arroz.

Juan y yo corremos a la limusina, y juraría que el pobrecito está a punto de tropezarse con el bajo del pantalón del esmoquin. Intenté que se hiciera una prueba decente, pero me dijo que estaba demasiado ocupado. Me sostiene la puerta y me lanzo dentro. Juan mete la larga cola detrás de mí, salta dentro, y nos acomodamos. He nacido para ir en limusina. Todo este espacio, el champán y el pequeño televisor. Podría vivir aquí detrás. Aprieto el botón para bajar la ventana y grito a mis amigas:

– ¡Nos vemos en la playa! Y más vale que tengáis hambre, sucias.

Allí están, de pie en la acera con esos vestidos radiantes. Rebecca con ese nuevo y guapísimo novio que tiene, sonriendo en ese escotado vestido rojo. ¿Podéis creer que sea ella la que ha cogido el ramo? Es guapo, y rico. No os imagináis cómo se frota contra él, parece otra persona. Pero no me extraña lo más mínimo: tiene carisma y es sexy, sobre todo cuando la mira. Ya me hubiera gustado conocerle antes que ella. ¡Es broma! Le ha sentado muy bien. Necesitaba un poco de carne sobre esos raquíticos huesos.

Sara está aquí con sus padres. Tiene a sus hijos con ella. Mira cómo los levanta y los abraza. Así es el amor. Me enferma saber que han localizado a Roberto en España. Confiaba en que estuviera muerto. Aun así, más vale que ella saque algo de dinero de esto. Él fue quien se marchó, y eso es abandono, mi'ja, y eso es algo que la ley no ve con buenos ojos. Él es un fugitivo, además, así que seguro que ella se queda con la casa, y todo lo demás. Mientras tanto, las temerarias hemos creado un fondo común para Sara, y además, todas hemos invertido en su nueva empresa de diseño de interiores. Siempre pensé que debería dedicarse a algo así.

Allí están Lauren y Amaury. No puedo creer lo limpio que va, mi'ja. Y hasta tiene clase. Me alegro de que haya venido con él. Le debo una disculpa. Es increíble la de fiestas que ha organizado y la cantidad de discos que Amber ha vendido gracias a él. ¡Guauuuuu! Siento todo lo que dije de él. Creía que era el Árabe. Hasta que Lauren me contó que había publicado un cuento en una revista literaria, que le habían aceptado becado en el programa de estudios latinoamericanos de la Universidad de Massachusetts, en Boston, y que quiere especializarse en marketing latinoamericano en comunidades latinas. Podía haberme mordido la lengua.

Y hablando de Amber. Esa rata con la que salía no ha venido. Es historia, dijo, y no volvió a hablar de él. Supongo que tuvieron un auténtico divorcio azteca. Amber no se anda con chiquitas. Parece feliz, aunque parece vivir en una torre de cristal, completamente sola. Podrías pensar que ahora se compra ropa y gafas de sol de diseño, pero no. Los guardaespaldas la siguen a todas partes. ¿Qué tipo de vida es ésa? Tenemos que asegurarnos de que el disco no se le suba a la cabeza. Que mantenga los pies en la tierra. Cuando acabe todo esto, la invitaré a que pase una semana conmigo, nos desharemos de esos guardaespaldas y daremos largos paseos.

Liz está aquí con esa poeta suya. Al final ha resultado que no pueden quedarse en Colombia, por esa nueva costumbre de su gobierno de matar o encarcelar a gays y lesbianas. ¿A ver si va a ser verdad que la tragedia ronda a esa poetisa? Parecen tranquilas, y Selwyn no está tan mal morenita. Yo no me lo haría con ella, pero ya sabéis. Ahora soy una mujer casada.