Выбрать главу

Extrajo uno de los volúmenes, infolio encuadernado en piel negra, a la veneciana, sin título exterior pero con cinco nervios en el lomo y un pentáculo dorado sobre la tapa anterior. Corso lo tomó en sus manos, abriéndolo con mucho cuidado. La primera página impresa, la portada original, estaba en latín: DE UMBRARUM REGNI NOVEM PORTIS: Libro de las nueve puertas del reino de las sombras. Seguía la marca de impresor, lugar, nombre y fecha: Venetiae, apud Aristidem Torchiam. M.DC.LX.VI. Cum superiorum privilegio veniaque. Con privilegio y licencia de los superiores.

Varo Borja acechaba el efecto, interesado.

– Se reconoce a un bibliófilo -dijo- por la forma de tocar un libro.

– Yo no soy un bibliófilo.

– Cierto. Aunque a veces hace perdonar sus trazas de lansquenete a sueldo… Y cuando de libros se trata, ciertos gestos tranquilizan. Hay contactos de manos que son criminales.

Corso pasó más páginas. Todo el texto estaba en latín, impreso en bella tipografía sobre papel grueso, de gran calidad, que resistía bien el paso de los años. Había nueve espléndidos grabados a toda página, con escenas de apariencia medieval. Se detuvo en uno de ellos, al azar. Estaba numerado con un V latino, acompañado por una letra o numeral hebreo y otro griego. Al pie, una palabra incompleta o en clave: FR.ST.A. Ante una puerta cerrada, un individuo con aspecto de mercader contaba un saco de oro, ignorante del esqueleto que, a su espalda, sostenía en una mano un reloj de arena y en la otra una horca de campesino.

– ¿Qué opina? -preguntó el librero.

– Dijo que es falso, pero no lo parece. ¿Lo ha estudiado bien?

– Con lupa y hasta la última coma. He tenido tiempo desde que le adquirí hace seis meses, cuando los herederos de Gualterio Terral se decidieron a vender su biblioteca.

El cazador de libros pasó más páginas. Las láminas eran bellísimas, de una elegancia sencilla y enigmática. En otra de ellas, una joven estaba a punto de ser decapitada por un verdugo vestido de armadura, espada en alto.

– Dudo que los herederos sacaran a la venta una falsificación -concluyó Corso al terminar su examen-. Tienen demasiado dinero, y los libros les dan igual. Incluso el catálogo de la biblioteca tuvo que hacerlo la misma casa de subastas Claymore… Además, yo conocí al viejo Terral. Nunca hubiera admitido un libro falso, o manipulado.

– Estoy de acuerdo -convino Varo Borja-. Además, Terral heredó Las Nueve Puertas de su suegro, don Lisardo Coy, impecable bibliófilo.

– Que a su vez -Corso dejó el libro sobre la mesa y extrajo su bloc de notas de un bolsillo del gabán- se lo compró al italiano Domenico Chiara, cuya familia, según el catálogo Weiss, lo poseía desde 1817…

El librero asintió, complacido.

– Veo que se ha ocupado del tema a fondo.

– Claro que me he ocupado -Corso lo miró como si acabara de oír una estupidez-. Es mi trabajo.

Varo Borja hizo un gesto conciliador.

– Yo no dudo de la buena fe de Terral y sus herederos -aclaró-. Tampoco he afirmado que ese ejemplar no sea antiguo.

– Dijo que es falso.

– Tal vez falso no sea la palabra adecuada.

– Pues ya me contará. Todo corresponde a la época -Corso sostuvo de nuevo el libro, sujetó el corte de sus páginas con el pulgar y las hizo correr aguzando el oído, atento al sonido que producían-. Hasta el papel suena como debe.

– Hay algo en él que no suena como debe; y no me refiero al papel.

– Quizá las xilografías. -¿Qué pasa con ellas? -Desentonan. Uno esperaría grabados en cobre. En 1666 nadie utilizaba ya el grabado en madera.

– No olvide que se trata de una edición singular. Las láminas reproducen otras más antiguas, supuestamente descubiertas o vistas por el impresor.

– El Delomelanicon… ¿De veras cree eso?

– A usted no le importa lo que yo crea. Pero las nueve láminas originales del libro no se atribuyen a la mano de un cualquiera… Según la leyenda, Lucifer, tras su derrota y expulsión del cielo, compuso un formulario mágico para uso de sus adeptos: el recetario magistral de las sombras. El terrible libro guardado en secreto, quemado varias veces, vendido a precio de oro por los escasos privilegiados que le poseyeron… Esas ilustraciones son en realidad jeroglíficos infernales. Interpretadas con ayuda del texto y los conocimientos adecuados, permitirían convocar al príncipe de las tinieblas.

Corso asintió con exagerada gravedad.

– Conozco mejores formas de vender el alma.

– No se lo tome a broma, porque es más serio de lo que parece… ¿Sabe lo que significa Delomelanicon?

– Supongo que sí. Procede del griego: Delo, convocar. Y Melas: negro, oscuro.

Varo Borja emitió una risita chirriante, de humorística aprobación.

– Olvidaba que es un mercenario culto. Y tiene razón: convocar las tinieblas, o iluminarlas… El profeta Daniel, Hipócrates, Flavio Josefo, Alberto Magno y León III aludieron a ese libro maravilloso. Aunque los hombres sólo escriben desde hace seis mil años, al Delomelanicon se le atribuye tres veces esa antigüedad… La primera mención directa consta en el papiro de Turis, escrito hace treinta y tres siglos. Después, entre el i antes de Cristo y el ii de nuestra era, aparece citado varias veces en el Corpus Hermeticum. Según el Asclemandres, ese libro permite mirar, Luz cara a cara… Y en un inventario parcial de la biblioteca de Alejandría, antes de su tercera y definitiva destrucción en el año 646, figura con referencia expresa a los nueve enigmas mágicos que encierra… Se ignora si hubo un ejemplar o varios, y si alguno sobrevivió al incendio de la biblioteca… Desde entonces su pista aparece y desaparece en la Historia, entre incendios, guerras y catástrofes.

Corso adelantó los incisivos en una mueca incrédula.

– Como siempre. Todos los libros maravillosos tienen la misma leyenda: desde Thot a Nicolás Flamel… Una vez, un cliente aficionado a la química hermética me encargó la bibliografía citada por Fulcanelli y sus adeptos. No hubo forma de convencerlo de que la mitad de esos títulos no se habían escrito nunca.

– Éste sí se escribió. Y algo de cierto tendría su existencia cuando el Santo Oficio le incluyó en el índice… ¿Qué opina?

– Lo que yo opine da igual. Hay abogados que no creen en la inocencia de sus defendidos y consiguen que los absuelvan.

– De eso se trata. Porque yo no alquilo su fe, sino su eficacia.

Corso pasó más páginas del libro. Otro de los grabados, el número I, tenía una ciudad amurallada en lo alto de una colina. Hacia ella cabalgaba un extraño caballero sin armas, el dedo sobre los labios reclamando complicidad o silencio. La leyenda que acompañaba el grabado era: NEM. PERV.T QUI N.N LEG. CERTRIT.

– Está en clave abreviada, pero descifrable -aclaró Varo Borja, atento a sus gestos-: Nemo pervenit qui non legitime certaverit

– ¿Nadie que no haya combatido según las reglas lo consigue…?

– Más o menos. De momento es la única de las nueve leyendas que podemos establecer con certeza. Figura casi idéntica en las obras de Roger Bacon, especialista en demonología, criptografía y magia… Bacon afirmaba poseer un Delomelanicon que habría pertenecido al rey Salomón, con la clave de terribles misterios. Ese libro, compuesto de rollos de pergamino con ilustraciones, fue quemado en 1350 por orden personal del papa Inocencio VI que declaró: «Contiene un método para invocar a los demonios»… Tres siglos después, Aristide Torchia decidió imprimirlo en Venecia con las ilustraciones originales.