…Esta mañana, al llegar a la iglesia para continuar el Entierro, he visto con gran estupor y turbación que el sobrepelliz del joven diácono que se ve al fondo en el centro, entre los dos sepultureros, de pie junto al cuerpo de la santa, que hacía tiempo que había pintado yo de color blanco, durante la noche se había vuelto de color rojo. Al final me he rendido y he tenido que adaptar a ese rojo los demás colores…
…que acababa de terminar el Entierro, se me presentó muy desconsolado y afligido Minniti, el cual díjome haber sabido que se había proclamado la condena pública desde Malta. Y que la noticia de dicha condena llegaría sin duda a Sicilia… Esto me priva del hábito y me declara membrum putridum et foetidum, miembro putrefacto y hediondo. Minniti díjome también que un amigo suyo del Senado de la ciudad me aconsejaba abandonar Siracusa y trasladarme a Mesina, en la cual, siendo una ciudad más grande y poblada, mucho menos fácilmente podría ser identificado, reconocido y arrestado. Además, Mesina es muy rica gracias al comercio de la seda…
…que cierto mercader genovés llamado Lazzari me ofrecía mil escudos para una pintura destinada al altar mayor de la iglesia de los padres cruciferos de Mesina. Añadió Minniti que podría trabajar con tranquilidad porque la poderosa Orden de los Cruciferos me acogería en la mejor sala de su hospital, donde estaría a salvo del Papa y los caballeros de Malta…
…mañana, tercer día del primer mes del año 1609, emprendo viaje a Mesina…
…Minniti advirtiome hodie de que habían surgido ciertas dificultades en Mesina para mi permanencia allí y por eso había acordado con Lazzari que yo me detendría en Naxos, donde un emisario me alcanzaría…
Hacia mesina
He querido aportar las páginas que se refieren a la imprevista estancia en Naxos no sólo porque se trata de un episodio que creo completamente desconocido sino también, y sobre todo, porque estas líneas son reveladoras de las ya desastrosas condiciones mentales del pintor.
Llegado al límite de la resistencia psíquica, Caravaggio ya no consigue hacer frente a las situaciones imprevistas y está a la merced de una furia irracional y ciega que condiciona sus reacciones.
El espectro de la condena a muerte papal, que durante cierto tiempo había creído poder evitar convirtiéndose en caballero de Malta, ahora vuelve a concretarse en mayor medida que antes.
Pero existe también, muy evidente, el temor explícito a la «venganza» de la Orden escarnecida. Una venganza que no puede por menos que traducirse en otra condena a muerte, no oficialmente emitida, por supuesto, pero quizá todavía más aterradora precisamente por ser confiada al puñal de algún sicario capaz de ejecutarla en cualquier momento y en el lugar más insospechado.
…me fui con el ánimo muy alterado y turbado por la complicación surgida en Mesina, que yo ignoraba cuál era y que ninguna seguridad ofrecía a mi porvenir…
…en Naxos, según lo acordado entre Minniti y Lazzari, me detuve y acudí a la casa del jurisconsulto Martino, el cual muy hospitalariamente me acogió. El emisario de Lazzari que debería conmigo tratar antes de que yo viajara a Mesina mucho tardó y llegó a Naxos cuando ya había anochecido.
El emisario, que era un hombre de gran prestancia y fina apariencia, se disculpó con Martino y conmigo por no poder revelar su nombre. Díjome que había llegado también a Mesina la noticia de la condena de la Orden de los Caballeros. Al oír estas palabras, vi que mis días acabarían en la cárcel o que los truncaría la mano del verdugo, y entonces tan grande fue mi desesperación que ésta se trocó en rabia contra mí mismo, por lo que me puse a gritar y, sacando el puñal, quería con él la garganta lacerarme. Pero el apuesto emisario se me echó encima e inmovilizó la mano armada mientras Marino me agarraba por la espalda y me sujetaba contra sí. Fue necesario que acudieran dos criados para quitarme el puñal de la mano…
…tras haberme serenado un tanto, el emisario me reprendió largo rato por mi impetuosidad y díjome después que el Priorato de los Caballeros de Mesina celebraría una consulta con la Orden de los Cruciferos, para encontrar la mejor manera de que yo pudiese trabajar en Mesina sin peligro de ser arrestado. Era así preciso que yo regresara a Siracusa y permaneciera allí dos o tres días a la espera del acuerdo que él mismo me daría a conocer. Mas yo, en cuanto supe que debería volver atrás, empecé a desvariar y, cual si hubiera perdido el sentido, me oí a mí mismo proferir unas palabras que proferir no quería, y con terribles voces gritaba traición y decía que el emisario era un caballero de Malta llamado Saint-Jacques que había venido para matarme. Y tomando un candelero, pues puñal ya no tenía, prenderle fuego intenté. Cuando finalmente recuperé el uso de la razón, el jurisconsulto me propuso no regresar a Siracusa, sino alojarme en su casa durante todo el tiempo que fuera necesario…
…habiéndose ido el emisario, el jurisconsulto Martino ordenó a un criado que preparara para mí una estancia, que era muy espaciosa y tenía un ventanal que miraba al mar. Durante la cena, que ni siquiera pude tocar por lo muy encogidas que me sentía las tripas, ocurrió que la cabeza del jurisconsulto me pareció ligeramente separada del cuello, como si se la hubieran cortado en seco y se la hubieran vuelto a colocar, pero de cualquier modo, en su lugar. Tal cosa me asombró sobremanera y, antes de que pudiera decir algo, la cabeza, enteramente separada del cuello y sin que cayera ni una sola gota de sangre, se quedó suspendida en el aire. Después empezó a desplazarse hacia un plato en el cual descansaba un melón amarillo de esos que aquí llaman de invierno. Cuando la cabeza ya había alcanzado el punto donde se encontraba el melón, éste se movió y fue a colocarse en el lugar de la cabeza mientras ella se colocaba en el plato en lugar del melón. Semejante visión me indujo a una risa que se intensificó cuando el melón preguntome por qué feliz pensamiento me reía…
…Tras despedirme del jurisconsulto, tomé un candelero y me fui a mi estancia. Una vez hube abierto la puerta y dado dos pasos, al principio creí haberme confundido, pues no vi ni cama ni chimenea encendida. Al volverme repentinamente para salir, con mucho estupor advertí que la puerta a través de la cual había entrado ya no estaba y que, en su lugar, había una pared de hierro herrumbroso de la cual colgaban unos lienzos blancos, pero todos manchados de sangre. La examiné paso a paso, pero no había en ella ninguna abertura que me permitiera regresar fuera. Entonces me di la vuelta y vi que me encontraba en una cueva de hielo negro, puntuada por unas lanzas rojas que caían desde arriba, muy fría, y tan grande que no veía su final, pero mucho más allá palpitaba la luz de un fuego que pareciome de un vivaque. Acercándome a aquel fuego que un poco de calor podría darme, al cabo de tres pasos una ráfaga de viento helado apagó el candelero y yo caí en la más profunda oscuridad, pues también había desaparecido la luz del vivaque. Después un mareo me hizo girar sobre mí mismo de tal manera que ya no supe hacia dónde caminar para seguir adelante o hacia dónde caminar para retroceder. Permanecí largo tiempo inmóvil hasta que el frío se tornó mortífero y tuve que andar. Caminé y caminé hasta que los pies empezaron a resbalar sobre un manto que pareciome de ropa lavada, pero que no era una cosa muerta sino viva y en movimiento. Cuando me agaché, mi mano encontró un hormigueo viscoso de serpientes que enseguida sentí reptarme por el cuerpo. En vano grité y fuertemente me sacudí, pero después ya no pude gritar pues las serpientes me entraban en la boca, y finalmente a centenares las tuve encima y su peso me hizo caer en un mar de otras serpientes que lentamente me cubrieron por entero hasta que en él me sentí ahogar, sin más aliento, sin más vida…