En efecto, al norte de Martín García se encuentra una isla pequeña y verde llamada Juncal. En sus inmediaciones se estaciona la tercera división de la escuadra brasileña, aprovisionándose en Arroyo de la China. El 8 de febrero de 1827 se produce un encuentro con la escuadra argentina, abriéndose fuego con los cañones de mayor calibre. El intercambio enardecido dura un par de horas y sobreviene una sudestada que separa a los adversarios y obliga a suspender la lucha. Las anclas se hunden en las arenas del río, acomodándose los buques para reanudar el combate apenas el tiempo lo permita.
Los contendientes pasan en vigilia la noche tormentosa y oscura. Brown ejercerá el mando desde la Sarandí. El joven Drummond -prometido de su hija- comanda la goleta Maldonado. Uno de los más destacados luchadores de la inminente jornada iba a ser el capitán Seguí, al mando del bergantín Balcarce.
El Almirante no se acuesta ni quita el uniforme. Al amanecer cae sobre el enemigo con la plenitud de sus fuerzas. Seguí ataca al Januaria y pronto consigue derribar su mastelero de velacho. Arremete con tanto ardor que su jefe y parte de la tripulación huyen en botes dejando abandonados sobre cubierta a los muertos y heridos. Drummond ataca a la fragata Bertiega y se traba en un combate encarnizado. Un cañonazo certero quiebra el palo mayor y, tras numerosos impactos que deshacen la nave y diezman la tripulación, el comandante brasileño se rinde. Brown, a bordo de la Sarandí, apoyado por cañoneras, sigue apabullando a, varios buques.
Seguí hace frente a la capitana de la flota enemiga y lanza toda su capacidad de fuego. La lucha es reñida y estragante. La furia de ambas partes hace volar pedazos de buque con trozos humanos. Se impone Seguí, pero los brasileños no arrían la bandera, porque había sido clavada al mástil y, como refirió el cronista, "no había a bordo hombre sano que subiera a desclavarla. Estaban contusos, heridos y muertos sus tripulantes, siendo de los primeros el jefe y muertos cuatro timoneles".
Guillermo Brown aborda la rendida capitana. Sus hombres lo miran con devoción., Después de recibir la espada del almirante brasileño, se la obsequia a Seguí.
– Usted es el héroe -dice con justicia.
Se ha consumado el triunfo mayor de la escuadra argentina.
En Buenos Aires lo esperan con fogatas y orquestas. Nadie piensa en dormir, sino en festejar. Brown ya es el hombre más querido y popular de la República. El grabador francés Douville lo confirma de una manera elocuente con estos párrafos: "El Almirante Brown se había convertido en ídolo del pueblo. Todos querían verlo, no se hablaba más que de él. Se le miraba como el salvador de la Patria después de haber derrotado a la flota enemiga en aguas del Uruguay. Muchas personas gastaban gruesas sumas en hacer pintar su retrato". Cuando Douville se inicia en la litografía, comienza por hacer el retrato de Brown y vende enseguida los 2.000 ejemplares que ordena tirar. "Nuestro establecimiento -dice- era insuficiente durante el tiraje para dar cabida al público que esperaba su turno para obtener el retrato". Pronto se realiza una segunda edición, que los porteños vuelven a disputarse. Llueve la gloria.
Nadie presiente el sacrificio.
Tiempo después Elizabeth recordará que estuvo leyendo el libro de los Jueces. Que estuvo leyendo la historia del aguerrido jefe hebreo Jefté, de Galaad…
24
En Carmen de Patagones, que los argentinos habían convertido en uno de sus estratégicos bastiones, los brasileños sufren otra derrota cabal. Tras una intentona de limpieza sus naves son apresadas una a una y los argentinos consiguen la rendición de toda la tropa. Tres poderosos buques imperiales pasan entonces a integrar la armada nacionaclass="underline" Itaparica, Constancia y Escudero, cambiándose sus nombres por Ituzaingó, Juncal y Patagones.
Evaluándose el rotundo éxito obtenido por Brown en su crucero devastador [6], se le encomienda llevar a cabo otro. Confían "a su discreción y genio el detalle las operaciones".
Con el objeto de no despertar sospechas parte durante la noche con cuatro naves, dejando el resto de la escuadra en el fondeadero. El bergantín Independencia de su pequeña flota está mandado por Francisco Drummond de veinticuatro años, novio de su hija Elisa e inminente mártir de la nación. Brown ignora que el cielo ha dispuesto ponerlo de luto.
Los brasileños tienen apostados dieciséis buques en las inmediaciones para vigilar los movimientos de Brown y mantener algo del bloqueo ya perforado tantas veces. Lo descubren cuando navega a muchas millas de Buenos Aires. Intentan cerrarle el paso.
Por impericia de los prácticos, que se turban ante el inesperado avance enemigo, dos naves argentinas encallan en la arena. Brown ordena a las otras dos qua echen el ancla y se proceda a un auxilio inmediato. El viento y la marea son desfavorables, de manera que los esfuerzos resultan inútiles. Los brasileños se aproximan con las velas desplegadas y abren fuego. Brown indica a la Congreso que retorne a Buenos Aires antes que bloqueen toda salida. Los dieciséis buques imperiales operan con un excesivo despilfarro de municiones. Brown, en cambio, pide que se economice la pólvora.
El ataque anonada. La única nave libre y las dos aprisionadas tienen que absorber tremendos impactos. Cuando por fin caen las sombras, se reanuda el ahínco para reflotar los buques. Se los libera de peso arrojándose al agua cajas, masteleros, armamentos de mano y víveres para cuatro meses. Nada. Siguen trabados en el banco funesto. Dos naves brasileñas se aproximaron a pesar de la oscuridad para ensayar algunos tiros.
Al amanecer la flota brasileña ha crecido: diecinueve buques. Y rompen el fuego. Un buque brasileño de calado se acerca mucho y encalla también. Brown lo advierte, coloca el catalejo bajo el brazo y ordena a través de la bocina que se desprendan los botes para su abordaje. Es necesario aprovechar esta inesperada situación favorable. Pero antes que lleguen a destino, los brasileños consiguen reflotar su buque. Los botes disparan, frustrados. Un tiro hace volar la gorra del comandante brasileño Granville.
Norton se pasea enfurecido por el castillo de su barco porque tampoco consigue vencer con su enorme flota a la miserable formación republicana. Se aventura con su nave hacia el banco donde permanece trabado el Independencia mandado por Francisco Drummond con el propósito de destruido parte por parte, si no acepta la rendición.
Drummond se defiende con bravura. Cuando disminuye la pólvora, la reemplaza por cadenas: de la boca de sus cañones parten proyectiles similarmente eficaces. Ya son dos jornadas de lucha y la situación de los tres bajeles argentinos se ha tornado trágica: las velas cuelgan como despojos, los palos están quebrados en muchos sitios, los flancos muestran enormes agujeros. El círculo enemigo, incandescente, no da pausa al hostigamiento. Toda resistencia es suicidio.
Brown, comprendiendo que se le han acabado las municiones a Drummond, le transmite señales:
– Eche a tierra lo rescatable y prenda fuego al casco. Drummond, herido en la víspera por un astillazo que le voló la oreja, no se resigna a dejar su nave y contesta reclamando municiones para aguantar hasta la noche. Brown le dice que no tiene suficientes para él mismo. El joven capitán, no satisfecho, embarca en el único bote que le resta y cruza las aguas entre tiros y esquirlas Brown le demuestra que, en efecto, ya no le quedan municiones. Entonces el obstinado joven marino se dirige al tercer bajel. Una bala lo hiere en el muslo abriéndole una gruesa arteria. La ligadura no es suficiente. Lo conducen enseguida a su cámara. La hemorragia lo desvanece. Al rato consigue recuperar la conciencia y, pide que venga su amigo, el capitán Juan Cóe.
[6] El British Packet del 5 de mayo de 1827 refleja la importancia de las acciones corsarias. "Aunque no somos insensibles a la impresión que se puede hacer sobre el frente terrestre del Brasil, ni lo consideramos invulnerable en este punto, nos parece que eso es lo mismo que cortar en carne sana, mientras que los efectos producidos por los corsarios, y especialmente por los de la Escuadra Nacional, hieren al Imperio rápidamente y afectan a la parte más delicada y tierna de la sensibilidad brasileña. No tenemos duda que la pérdida de la expedición naval a Carmen de Patagones ha hecho daño más efectivo al poder y planes del Emperador que la derrota de sus ejércitos en Ituzaingó."
En otro artículo expresa que" el daño infligido es inmenso. Muchos de los corsarios, o ciertamente todos, han hecho viajes felices a la costa del Brasil y, si la guerra continúa, el comercio de ese país será sacudido hasta sus fundamentos".