“Al poner manos a la obra -manifiesta Roscigno- pensamos que no debíamos partir en rampa, porque entonces quedaba poca tierra sobre nosotros al llegar a la vereda o calzada. Partimos hacia enfrente desde una cámara a plomo de tres ochenta y cinco de profundidad. Recién entonces marchamos con el túnel que marcó distintos desniveles, no por las causas que se han dicho, sino porque en nuestro camino encontramos piedra que nos obligó a buscar la tierra. De ahí la causa de las ondulaciones.
Nadie parece haberse apercibido de la cantidad de piedra que hallamos, que afortunadamente se trataba de piedra laja, vetas de cuarzo superpuestas, fácil de separar. Las pocas veces que hallamos granito, pasamos por arriba. Hallamos lugares donde era imposible abrimos paso con la palanca. Entonces recurrimos a un aparato ideado por Paz, que apoyándose en las paredes del túnel, hacía funcionar a manija, buriles giratorios con los cuales se horadaban las piedras, debilitando su consistencia hasta que podíamos tumbarlas fácilmente con la palanca. Todo fue hecho a mano. Sufrimos más de un momento de angustia.
Una tarde tuvimos la sensación de que estábamos descubiertos. Bajo tierra, junto a los cimientos de la cárcel, en pleno día, el compañero de turno hacía su jornada de dos horas. Había ya encontrado piedras y golpeaba con su piqueta. Yo estaba en observación desde la carbonería, vi entonces que en lo alto del muro exterior un oficial, un sargento y un soldado, se agachaban en actitud de querer sorprender algún sonido. De inmediato envié a Luis que recostándose contra el muro de la cárcel adoptó la apariencia de un buen vecino que toma el sol. De pronto cruzó agitadísimo. Había escuchado perfectamente los golpes del pico sobre la piedra. Suspendimos enseguida el trabajo y fue cuando recurrimos al aparato ideado por Paz”.
“Esos golpes -dice Luis- me pareció que los daban en mi corazón”.
“Nos fue muy difícil al principio ingeniarnos para sacar la piedra y la tierra. El hombre que picaba llenaba unas bolsitas, que a una señal nuestra un hombre, colocado en la boca del túnel, arrastraba con una soga; pero a medida que el túnel avanzaba, la humedad de la tierra servía de agarradera y se hacía el trabajo penoso. Construimos un carrito pero cuanto más marchaba el túnel, más era la fuerza necesaria y el ruido endemoniado que sus cojinetes de hierro producían. Al fin cambiamos el rodaje por ruedas de madera, que montamos sobre rulemanes, así seguimos hasta el fin.
La dificultad del aire no fue menor. Al principio nos servimos de fuelle y de una bomba común, después fue necesaria una bomba de matar hormigas que enviaba el aire por un caño de goma. Una tarde -trabajábamos siempre de día- yo estaba a mitad del túnel y apenas pude salvarme arrastrándome hasta la boca porque estaba casi asfixiado. Fue entonces que recorrimos los comercios buscando bobinas o aspiradores de aire, pero todos los que existían eran exageradamente grandes y ruidosos. Por último Paz se ingenió para fabricar el aparato que habrán hallado en la excavación.
Realizado esto, ya muy adelantada la obra, era también casi imposible respirar. Se formaba a nuestro alrededor un aire enrarecido, una especie de neblina producida por la transpiración, neblina que nos cegaba. Pero resolvimos el punto instalando sencillamente unos ventiladores a cada lado del túnel que clarificaban el aire.
La tierra la extraíamos en bolsas que en cantidades de diez por viaje sacábamos de la carbonería por la noche y al mediodía en que se cerraba el establecimiento para no llamar la atención con ese trasiego”.
Terminados los interesantes detalles del túnel y como el guardián nos avisa que la hora ha llegado, ya de pie, pedimos a Roscigno nos relate la sorpresa de su detención.
“Ni remotamente -nos dice Roscigno- sospechábamos que la policía llegara hasta nosotros. Los vimos repetidas veces pasar por frente a nuestra casa por la avenida General Flores, pero nuestro refugio nos parecía insospechado. Esa mañana tomábamos tranquilamente mate. Yo mismo había visto pasar momentos antes cuatro hombres a caballo con sus fusiles empuñados pero siguieron como hacia Piedras Blancas. Con todo tuve recelos, recelos que comuniqué a mis compañeros, a quienes consulté si no habría conveniencia en que nos fuéramos, pero recuerdo que Paz me contestó:
“Sí, -dice el aludido- ya me acuerdo: ¡Si vienen me van a encontrar!”
“Seguimos tomando mate y entonces le dije a Moretti que empezara a mudarse, pues a pesar de todo, yo veía brumas en el horizonte. Yo me disponía a cambiar mi calzado, pero en ese momento sentí el ruidaje… Miré por las persianas y vi soldados al galope que rodeaban la casa, se tiraban de los caballos y empuñaban sus fusiles. Detrás de ellos llegaba una comitiva de autos, camiones, de los que empezó a bajarse una infinidad de policías.
Todos tomamos nuestras armas enseguida, las que preparamos para defendernos”.
¿Pensaron entonces resistir?
“Sí, si nos hubieran dejado los fondos libres, nos hubiéramos abierto paso. Consulté en voz alta a todos, pero entonces oímos un grito de Paz que decía:
¡Es inútil, ya está adentro toda la milicada!
Entonces resolvimos entregarnos sin pelear, pues no somos asesinos.
Nos hubieran muerto, pero creo que muchos, pero muchos, hubieran quedado allí. Cuando entró la policía, yo estaba de pie junto al escritorio, lo demás ustedes lo saben tan bien o mejor que yo”. [16]
En la entrevista, Roscigno nada dijo sobre su encuentro con el comisario Pardeiro el día de la detención. A pesar de que fue allí donde se destiló el rencor que dictó el guión de muchos destinos.
“Uno de los comisarios de investigaciones usó conmigo los procedimientos más brutales e indignos”.
Cuando Miguel Arcángel Roscigno hizo esta declaración para la prensa se refería al comisario Luis Pardeiro.
Por ellas se extendieron en Montevideo los rumores sobre castigos y torturas a los detenidos de la fuga.
En sus memorias, Laureano Riera da una versión sobre estos acontecimientos. Para él, la decisión de la muerte de Pardeiro se tomó cuando los anarquistas se enteraron de una supuesta actitud del comisario.
Pardeiro le habría dicho a Roscigno: Yo a vos no te voy a poner la mano encima para destrozarte, porque sos duro, tenés cartel internacional, estás muy protegido por los políticos, la prensa y el populacho te considera un héroe. Pero te voy a hacer algo peor: voy traer a tu mujer y te la voy a hacer montar por los milicos en presencia tuya. Y no vas a poder chillar para no pasar vergüenza… [17] Con la detención de los asaltantes del Messina en 1928, Montevideo también se había llenado de comentarios sobre los malos tratos que habían recibido los catalanes, Moretti y sus cómplices.