A Ramos García y José Giménez, la policía argentina los daba con antecedentes como peligrosos.
En otra finca a tres cuadras de donde fue abandonado el taxi, fueron detenidos Luis Alberto Varela, uruguayo, y Miguel Arcelles y Fernando Ceballos, peruanos expulsados de Argentina.
En los días siguientes José Giménez es reconocido por un menor y otras personas que estaban cerca del lugar del asalto.
El sábado catorce de noviembre, dos cazadores tiraban con Montecristo a los pájaros, en los fondos de una finca de los jesuitas que daba a Propios entre Instrucciones y Coronel Raíz. Al tratar de recuperar una presa que había caído hacia la quinta de la orden, encontraron una caja envuelta en diarios que contenía los dos Winchesters modelo 92, usados en el asalto.
Ese mismo día el Juez González Mourigan ordenó la libertad de casi todos los detenidos, quedando sólo José Giménez y Miguel Arcelles.
Virgilio Giménez, al salir libre, se preocupó en aclarar que no eran catalanes sino de Castilla.
El lunes dieciséis de noviembre, quedan libres los dos únicos detenidos.
“Yo, que estoy enfermo y padezco de asma que me ataca violentamente en estos casos, he pasado muy malos días y malas noches en Investigaciones, ante los continuos interrogatorios y los frecuentes reconocimientos”, se queja José Giménez al tomar contacto con la prensa.
Nuevos allanamientos y detenciones sin ningún resultado. Sorpresivamente, el tres de diciembre se informa que son encarcelados y procesados José Giménez y Miguel Arcelles como presuntos asaltantes y Miguel Ramos García como encubridor.
El Juez González Mourigan, escudándose en el secreto del sumario, no informa a la prensa las razones o pruebas del procesamiento.
El Jefe de Investigaciones, para esa fecha José Pascasio Casas, también se niega a aportar datos o pruebas.
Se limitan a decir que Miguel Ramos García era ácrata y ex compañero de Severino Di Giovanni.
Mientras se realizaba esta investigación, se hace una elección para diputados y gobiernos departamentales donde participa sólo el quince por ciento de la población. Ganan los colorados por menos de veinte mil votos. Los comunistas, con más de seis mil sufragios, eligen dos diputados: Eugenio Gómez y Lazarraga.
El año 1931 termina con gran preocupación para el gobierno por la rebaja del treinta por ciento con que los frigoríficos están pagando a los productores. A mediados de diciembre se efectúa en Montevideo una conferencia económica entre Uruguay, Argentina y Brasil, con un único tema: “Defensa de la producción ganadera”.
Los montevideanos, por su parte, están seducidos por un novedoso espectáculo. El sábado anterior a navidad el Circo Holdem inicia sus funciones en 18 de Julio y Río Negro.
La atracción principal es el momento en que la pista, por obra dos torrentes de agua, se transforma en un hermoso lago, en cuestión de tres minutos. En él navega un crucero, el Capitán Miranda, góndolas y canoas. Un gran puente atraviesa el lago, donde pueden verse marinos, marineros, bañistas, golondrinas, patos y una serie de escenas de gran hilaridad.
El paso a nivel
A media mañana el puerto detuvo su trajín para admirar las maniobras de partida del Savanora. El inmenso yate -con la fisonomía de un pequeño transatlántico, que necesitaba setenta y tres tripulantes para navegar- había atracado el día anterior en el antepuerto para que sus únicos tres pasajeros, el millonario Edward Moore, dueño de la nave y dos amigos, dieran un paseo por la ciudad.
Desde algo después de las ocho y treinta, el comisario Luis Pardeiro trabajaba en la investigación sobre irregularidades en la Aduana, en un local de esta dependencia.
Desde que se había iniciado la investigación, el chofer Edgardo Gariboni iba a buscar al comisario a su domicilio a las ocho. Media hora más tarde llegaban a la Aduana, donde siempre estaban de servicio dos empleados de Investigaciones. Últimamente, después de terminada la investigación en los depósitos, el comisario trabajaba en el local donde estaban instaladas las oficinas de la Dirección, frente al edificio nuevo. La oficina en que actuaba Pardeiro estaba en un piso superior, y por una ventana que daba a la explanada los dos policías y el chofer lo veían trabajar. Por la misma ventana muchas veces el comisario les ordenó discretamente que siguieran a algunas personas de las que declaraban.
Por lo general salía de la oficina a las doce y en los primeros tiempos se iba para su domicilio. Pero últimamente al mediodía se dirigía a la Capitanía del puerto y permanecía allí una hora o más. Cuando necesitaba quedarse más tiempo mandaba buscar relevo para el chofer.
Generalmente, salía de allí con el Capitán de Puertos, Carlos Baldomir -hermano del Jefe de Policía Alfredo Baldomir- y viajaban juntos en uno de los coches hasta Bulevar Artigas y Dante, donde se separaban.
Ese día, Pardeiro repitió la rutina con el Capitán de Puertos, y abordaron el coche de éste último.
El chofer del comisario vio cómo partía el automóvil con los dos hombres y puso en movimiento su Faeton para seguirlos a una distancia prudente.
Era el veinticuatro de febrero de 1932 y en la información internacional de la prensa matutina, se destacaban las secuelas de la ocupación japonesa de Shanghai: los perros y los cuervos se habían posesionado de la ciudad en un festín con los cadáveres insepultos…
Hace ya un mes o más, un día que no recuerdo bien, variamos el recorrido habitual. A poco de salir de la Aduana, el comisario me pidió, nervioso, que me fijara si venía algún auto siguiéndonos. Comprobé que no venía ninguno y así se lo dije, pero él insistió y me indicó un recorrido diferente. Fuimos hasta Podios y desde allí a su domicilio dando un enorme rodeo. No sé la causa de esa inquietud, pero él se mostraba últimamente muy receloso y recuerdo bien que ese día llevaba el revólver al lado suyo, sobre el asiento del coche
Desde este episodio yo noté que el comisario no estaba tranquilo, de tal modo que una vez me dijo que si estando en la Aduana alguien le llevaba la carga y yo lo veía le metiera bala. Lo mismo me ordenó hacer si en nuestro camino se atravesaba intencionalmente un coche. [19]
Estas eran las declaraciones que hacía para El Ideal, el chofer habitual de Pardeiro, Edgardo Gariboni.
El Comisario le había dicho algo similar al chofer Luis Palermo, que hasta quince días antes del atentado estaba a sus órdenes: “si nos atacan, agarre el revólver y defiéndase, tire sin asco que vamos a ganar nosotros”. El fatal veinticuatro de febrero, Gariboni, apenas una hora antes de la señalada para entrar al servicio, dio parte de enfermo. Cuando el comisario Scangiogio iba a designar otro chofer, que había cumplido su guardia de veinticuatro horas, llegó al garaje policial José Chebel Seluja Cecin, un libanés de treinta y cinco años, con sólo tres meses de antigüedad en la policía.
Seluja se presentó al garaje con una solicitud de licencia que pretendía tomarse unos días después, y cuando se planteó la necesidad de sustituir a Gariboni, dijo: deja, deja que voy yo.
Los choferes hacían turnos de veinticuatro horas de servicio por igual tiempo de descanso. Disponían de unas camas en el garaje para descansar mientras no salían. Como Seluja tenía úlcera, en general trataban de que no tomara servicio, que se quedara allí sin salir. Pero ese día, decididamente, se propuso para encargarse de la suplencia de Gariboni. A las doce y treinta partió del garaje de Gaboto y Cerro Largo hacia la Capitanía del puerto, en un Ford Faeton, chapa 7703, ninguna identificación policial.