Uno de los hombres que siguió hacia la calle Rocha por Ceibal, llevaba un envoltorio donde podía ocultar las armas. Los otros dos tomaron por Pando hacia el norte. Uno de estos lucía un rancho de paja.
Poco después de finalizado el entierro de Pardeiro, en la Cámara de Representantes el Diputado Buranelli propuso que el cuerpo se pusiera de pie en homenaje al Comisario y se enviara una nota de condolencia a la familia del policía fallecido. La moción del diputado herrerista fue rechazada por la vía de pasarla a comisión, no sin antes oírse algunas acusaciones muy duras al Comisario.
Para Paseyro (de la corriente de Lorenzo Carnelli) los autores del crimen pueden haber sido “obreros o ciudadanos apaleados por el Comisario Pardeiro, que han llegado a sentir en su alma la reacción violenta”.
Para el batllista Fusco: “En la actuación policial del señor Comisario Pardeiro, según viejos informes, hay lagunas lamentables, correspondientes a la época que se lo sindicaba como duro en su trato con los delincuentes, duro al extremo de incurrir en castigos cuando la pesquisa no era lo suficientemente clara como para tener éxito por el solo medio de su sagacidad”.
Grauert es el más terminante: “jamás yo, que he hecho denuncias en Cámara contra los procedimientos policiales, podría votar un homenaje a quién conceptúo que era el que más se destacaba en las torturas que se han realizado en la Policía de Investigaciones”. [23]
Ninguna voz se levantó en el Parlamento para desmentir estas afirmaciones. Y más aun, la votación de pasar a comisión la propuesta del Diputado Buranelli indica la convicción que mayoritariamente tenía el cuerpo.
No por casualidad en esos momentos funcionaba una comisión investigadora de la Cámara, sobre castigos en la policía.
Existía la certeza de que los abusos policiales eran -al decir de Fusco- producto “de un régimen, de un sistema, de una escuela”, con plena vigencia en el momento.
Sin embargo, Boadas Rivas afirma que ni hubo torturas contra los detenidos de la calle Rousseau, ni contra Roscigno luego de haber sido apresado en la casa de Dassori.
El trato diferenciado se explica en que la policía consideraba que estos prominentes anarquistas gozaban de la protección de los políticos y contaban con la simpatía del “populacho”.
Respecto a los políticos, no podían caber dudas sobre la fluida relación de los refugiados anarquistas con los batllistas de El Día. Era tradicional el intento de los Batlle por cooptar a esta experimentada gente al aparato partidario. La propuesta de César Batlle a Boadas Rivas era la tónica de ese relacionamiento.
Faccia Brutta
En la década del veinte, en un Montevideo donde no escaseaba la comida, igualmente, para los inmigrantes recién llegados, la vida no era fácil.
Algunos eran trasbordados del barco en que habían atravesado el océano a un lanchón que los llevaba directamente al Cerro, donde los esperaba el trabajo en los frigoríficos.
Los que desembarcaban en el puerto de Montevideo pasaban a alojarse hacinados en casas de hospedaje, en piezas, cuchitriles, altillos y sótanos, de doce a catorce por habitación, en colchones o en camitas de hierro colocadas una al lado de la otra, sin ningún espacio entre ellas y con sus míseros equipajes y herramientas a los pies del camastro.
Ingresaban a los más duros puestos de trabajo. Las compañías de tranvías, por ejemplo, los tomaban para los talleres, en el turno de la noche, para la limpieza de los coches, o limpiando piezas de los vehículos, con querosene.
Para acceder a esas ocupaciones, pagaban a los reclutadores un porcentaje de lo que iban a ganar y muchas veces aquellos también les hacían los trámites de documentación.
Quienes les daban alojamiento y algunas veces comida hasta que comenzaban a trabajar, se quedaban con las primeras quincenas para resarcirse los gastos de manutención que habían adelantado.
En Buenos Aires, más que en Montevideo, se especuló con esas necesidades, y algunos de estos personajes se enriquecieron en esa ocupación.
En Argentina, la inmigración italiana entraba por oleadas masivas y con ella se fue instalando, también, una extendida malla de la maffia. Desde antes de la década del veinte, la maffia contaba con un fuerte apoyo de quienes habían arribado de Italia debido a que realizaba una serie de actividades en protección de estos recién llegados.
Les conseguían casa para alojarse, les daban empleo o los hacían incluir en las listas de trabajadores rurales para las distintas cosechas que se realizaban casi totalmente a mano.
Les acercaban algún peso cuando estaban en dificultades. Y luego, cuando éstos se instalaban, tenían casa, un comercio, o se hacían arrendatarios de alguna chacra, estaban dispuestos a colaborar con toda esa gente de la que habían recibido una mano.
La característica de la maffia en la Argentina era la de ser una organización muy vinculada al inmigrante pobre. El famoso “Chicho”, que se transformará en el zar de la maffia, empieza como vendedor de verduras con un canasto por las ferias.
Toda esa gente desprotegida que desembarcaba en Buenos Aires podía contar con el refugio de la maffia y luego, cuando empezaban atrabajar, disponían de los sindicatos de acción directa para la defensa de sus derechos.
Y en ambos casos era gente que le hablaba en su propio idioma.
Por eso mucha gente cercana o integrante de la maffia estaba, a su vez, afiliada al sindicato anarquista.
Por otra parte, la maffia de ese momento no tenía relaciones con la policía, no cooperaba con ella.
Permanentemente se daban colaboraciones accidentales entre la maffia y los anarquistas por ese entrecruzamiento de una base social común.
Muchas veces un fugitivo anarquista se alojaba en alguna casa de la maffia y por aquellos años no hubo antecedentes de que fuera delatado.
Bruno Antonelli Dellabella, “Faccia Brutta”, antes de vincularse con el movimiento anarquista comenzó en acciones preparadas por la maffia, especialmente atracos, y sólo más adelante se inserta en sectores de acción directa con objetivos sociales.
Ese origen, ese inicial relacionamiento delictivo con la maffia, es lo que explica su personalidad de pistolero o bandido con ideas anarquistas.
Para Leopoldo Riera, que estuvo vinculado con él en Rosario, era “un monstruo asesino y fanfarrón”. Para todos lo que lo trataron, era alguien con mucho coraje pero apresurado para apretar el gatillo.
Y esta última conducta no estaba muy bien vista entre los militantes de acción directa.
La fama de fanfarrón le viene, entre otras cosas, de un audaz atraco en La Plata, en el segundo semestre de 1931.
La situación en la Provincia de Buenos Aires era de persecución generalizada a los anarquistas. Luego del golpe de Uriburu, el primer lugar a disciplinar fue Avellaneda. Era la zona obrera por excelencia, los movimientos huelguísticos, los atentados, la acción de los anarquistas, todo partía de allí. Uriburu envió a uno de sus hombres más duros para reprimir la zona: el mayor Rosasco.
Con el título de Interventor policial de Avellaneda, Rosasco lanzó una redada tras otra contra activistas sindicales, ácratas y pequeños delincuentes.
Leopoldo Lugones había aportado el programa para el golpe en su libro “ La Grande Argentina ”, con un chovinismo que centraba sus baterías contra los inmigrantes perturbadores: “Pretender que la patria tenga por huésped a la humanidad, es una paradoja que invierte en el absurdo la relación entre continente y contenido”.
Y Rosasco sabía resolver prácticamente los floridos eufemismos de Lugones. A los extranjeros les aplicaba la Ley de Residencia, a los criollos los remitía a Ushuaia y al que pescaba in fraganti o se resistía, la pena de muerte.