El doce de junio de 1931, un grupo dirigido por Juan Antonio Morán, líder marítimo, asesina a Rosasco en un restorán de Avellaneda.
La zona pasa a ser custodiada a guerra.
En La Plata, capital de provincia, hay un despliegue de ametralladoras en las esquinas, carros blindados estacionados frente a los edificios públicos y caballería recorriendo las calles.
Es en ese clima que “Faccia Brutta” decide probar que es posible realizar un atraco en esa ciudad.
El robo se ejecuta cuando unos empleados bancarios trasladan dinero de un banco a un edificio que está sólo a unos pasos. La retirada se cubre a tiros y la acción es exitosa. Pero los anarquistas están desconformes con la secuela de empleados bancarios baleados.
“Tano bestia, mataste sin necesidad. Esto traerá consecuencias gravísimas y justifica la reacción”, lo increpó un compañero anarquista.
“Faccia Brutta” le explicará a Riera los motivos de su forma de actuar:
– Porca madona, yo tiré para armare confusione, para no dare tiempo a lo gendarme a reaccionar Sin esta confusione hubiéramo caído todo come chorlito…La cosa se fa o non se fa, no ha término medio.
A principios de la década del treinta “Faccia Brutta” está radicado en Rosario de Santa Fe. La ciudad es en esos momentos un bastión de la maffia que controla el juego y los lupanares que se extendían por los alrededores de la estación de ferrocarril. Los porteños tenían un servicio de trenes que les permitía ir de juerga a Rosario -una ciudad de perdición- por el fin de semana.
“Faccia Brutta” forma una banda integrada por algunos obreros portuarios y marítimos y dos muchachos que se destacan por su audacia: “El Pibe Pamento” y “El Pibe Denaro”. Este último, Carmelo Denaro, era hijo de un zapatero antorchista de Calabria que había escondido a Di Giovanni cuando andaba fugitivo. Él, la mujer y las hijas trabajaban en el aparado y el otro hijo, Leonardo, tenía oficio de sastre.
En el grupo de “Faccia Brutta”, eran todos igualmente de origen muy modesto.
Bruno Antonelli seguía relacionado con la maffia y Rosario era el mejor lugar para contar con su apoyo.
Riera, que lo acompañó a su guarida en esa ciudad, una quinta en las afueras, dice que:
“Era un vivero de flores. Los jardineros italianos y silenciosos. Parecían mudos. Vestían toscamente y calzaban zuecos. Nunca se separaban de la azada, el rastrillo y la pala de punta. Parecían indiferentes a todo. No preguntaban nada y saludaban con gestos. Cocinaban y servían la mesa en silencio. Debían ser de la maffia”. [24]
El mismo Riera recuerda una de las bravuconadas de “Faccia”, cuando habían tomado contacto con él para realizar un atraco a unos remeseros de dinero.
Tomaron un tranvía en el centro de Rosario para dirigirse al enterradero del tano.
“Era un día sofocante. Las cuatro de la tarde. Los rieles del tranvía estaban al lado del cordón de la vereda. El motorman dele talán talán, alertando o pidiendo paso a los transeúntes de la angosta vereda. La foto de Faccia tal cual era y en tamaño grande, salía casi todos los días en la primera plana de la prensa rosarina. Una carota de caballo, colorada y llena de hoyuelos, como picaduras de viruela. De ahí el apodo. No había otro tipo igual a él. Le digo:
– Déjame sentar a mí del lado de la ventanilla. No hagas bandera de gusto. Me contestó:
– Fa molto caldo y a mí no me manya niente.
Me empujó, tomó el asiento de la derecha y levantó la cortinilla que atajaba los rayos solares. ¿Estaría loco? No sé. De una cosa estoy seguro, o mejor de dos: no conocía el miedo y era un fanfarrón. Porque aquella escena era para mí. Cuando llegamos a destino me dijo:
– ¿Capiche que non pasare niente?”
Finalmente, el asalto a los remeseros del Banco Provincia que Riera quería concertar con la banda de “Faccia”, no se hizo. Cuando le exponen el plan al grupo, están todos de acuerdo, pero primero está pendiente un ajuste de cuentas con un hombre -de apellido Blanco- que pertenecía a la banda y que se ha vuelto delator.
En realidad las acusaciones no pasan de ser sospechas y no hay nada que esté claramente comprobado.
Riera trata de impedir que se ejecute al tipo por meras presunciones y argumenta:
– ¿Ustedes no saben cómo trabaja la policía? ¿olvidan que la cizaña inteligente es su arma predilecta? ¿que los verdaderos delatores los encubren para seguirlos usando y enchastran a otros…?
“Faccia” se queda sin argumentos y liquida la discusión con una sentencia inapelable:
– Ma si no está probado que sea delatore pode llegare a serlo…
Dos días después el tano recorría el centro de Rosario con los dos “Pibes” y se cruzan con el sentenciado. “Faccia” le tira de inmediato y lo liquida. Los “pibes” huyen del lugar perseguidos por la policía rosarina, robando autos y cambiando de vehículos varias veces en una suerte de escape cinematográfico. Finalmente logran burlar a sus seguidores y salen de la ciudad en un ómnibus.
“Faccia Brutta” consigue llegar a su morada en el vivero de flores. Ahí lo detiene la policía, que posiblemente ubica la quinta por otro sujeto que acompañaba a Blanco cuando fue baleado.
El tano es copado mientras se afeita. No tiene el arma cerca y se deja esposar.
Detenido en Rosario, contó durante su prisión con una ayuda efectiva de la maffia. La órbita de su azarosa y brutal existencia se cerró algunos meses después en la cárcel de esa ciudad.
Y no es de extrañar que el término llegara con La misma vehemencia con la que él había pactado ritualmente.
La ejecución en Rosario del supuesto soplón, será la última andanza de Bruno Antonelli. La prisión inmediata interrumpe sus peripecias de bandolero anarquista. Y en aquella cárcel rosarina tendrá desenlace su saga.
Pero antes de estos acontecimientos, está su vertiginosa pasada por Montevideo en los primeros meses de 1932.
A “Faccia Brutta” se lo trajo especialmente para ajusticiar al comisario.
No llegó casualmente a sus oídos la ofensiva bofetada de Pardeiro a Roscigno, como asevera Laureano Riera.
El contacto se realizó a través de Ginno Gatti, que a fines de 1931 se había unido a Eliseo Rodríguez -fugado de un calabozo de la Jefatura de Policía de La Plata -, a Pedro Espelocín -escapado de un Hospital donde estaba internado bajo custodia-, a Juan del Piano -panadero-, y a Armando Guidot.
Todos ellos necesitaban tomar distancia de Avellaneda y La Plata.
Gatti, antes de la fuga de la carbonería, había viajado hacia Argentina instalándose en las inmediaciones de La Plata. A mediados de 1931 le dio refugio a Astolfi, buscado intensamente porque había zafado de una larga persecución policial con varios tiroteos y agentes heridos y muertos, por el sur de la ciudad de Buenos Aires.
El ex propietario de El Buen Trato arregló el traslado de Astolfi a Montevideo luego de hacerlo curar y restablecer de las graves heridas que tenía. Desde aquí se lo sacó hacia Barcelona.
Aunque la actividad de los anarquistas expropiadores seguía siendo intensa, en 1931 sus condiciones de existencia eran cada vez más difíciles.
Ese círculo de asaltos, atentados y preparación de fugas, producía bajas que no podían sustituirse y “quemaba” rápidamente refugios y escondites.
Por eso Gatti, Rodríguez, Espelocín, del Piano y Guidot, casi inmovilizados y acorralados en la Provincia de Buenos Aires, trasladan sus acciones hacía Córdoba y Rosario.