El tema había sido incluso discutido en la primera Conferencia Comunista Latinoamericana (Buenos Aires, junio de 1929) y claramente laudado en contrario.
Cuando el delegado mexicano Suárez propuso la utilización del atentado individual en casos especiales, los hombres de confianza de la dirección internacional -Codovilla y Simson- respondieron duramente en contra.
Para la dirección comunista uruguaya la palabra de la Internacional era ley y jamás hubieran hecho algo fuera de sus directivas.
Algunos años después, bajo total predominio de Stalin, los atentados personales se adoptarían, pero sólo contra los disidentes.
El mexicano Suárez participaría en uno de ellos, contra León Trotsky, bajo el apodo de El Coronelazo pero sin llegar a ocultar su verdadero nombre: David Alfaro Siqueiros.
Como sobresalía por su sagacidad, era inevitable que Pardeiro fuera destinado a la represión de los delitos conexos con la actividad sindical o política.
Más aun cuando su investigación del asalto al Messina lo había conducido al contacto con los anarquistas expropiadores.
Por eso luego de su ascenso a Comisario, es muy corto el período en que Pardeiro asume la jefatura de la sección Delitos contra las personas y finalmente alcanza el cargo hecho a su medida: Comisario de Orden Social.
Desde allí consolida su fama de duro. Debió actuar en esta función en el año en que la desocupación alcanzó la mayor cifra de ese período. Jornadas de lucha, marchas y protestas contra el paro forzoso se sucedieron durante el año 1931.
El 31 de enero de ese año, los obreros de la construcción lanzaron la primera huelga general del año, impulsada por el Sindicato Único de la Construcción y la CGTU -central comunista.
La huelga duró catorce días y cientos de obreros fueron encarcelados. Leopoldo Sala -prosecretario de la CGTU y secretario del Partido Comunista- estuvo treinta y seis días preso. Fue un conflicto duro, en el cual los detenidos sufrieron malos tratos y en el que Pardeiro intervino activamente. La huelga terminó en derrota.
En julio de 1931, según El País, la situación uruguaya se resumía así: seis millones de déficit en el presupuesto nacional; los títulos al seis por ciento se cotizaban en Nueva York al sesenta y cinco por ciento de su valor. Y los del Empréstito de Concertación se cotizaban en Londres al sesenta por ciento. La carne había bajado su precio en un veinte por ciento desde 1930 a 1931. Por la disminución del consumo mundial América Latina había sufrido una caída general de los precios de sus materias primas entre un cincuenta y un setenta por ciento entre 1923 y 1931.
Los conflictos que provocaban la crisis eran tan variados que hasta se desató una huelga de colonos productores de leche en Paysandú contra el trust de la Kasdorf en el invierno de ese año.
Es dentro de ese panorama que, en marzo de 1931, los anarquistas expropiadores lograron incluir en el sagrario de los mitos nacionales a la Carbonería de El Buen Trato y con ella entraba también Miguel Arcángel considerado el cerebro de aquel túnel concebido como un febril sueño de infinito escape.
Cuando el Senador Pablo María Minelli opinaba que el asesinato de Pardeiro era una jugada para atemorizar a la comisión del Senado que investigaba los fraudes de la Aduana, no estaba afirmando algo desatinado si tenemos en cuenta el volumen de los intereses en juego.
La comisión ya había encontrado fraudes por centenares de miles de pesos en una sola firma y en un período de uno o dos meses. Existía una defraudación ya completamente comprobada por doscientos mil pesos.
Para Batlle Pacheco -uno de los miembros de la comisión- el monto total del desfalco podía alcanzar entre cuatro o cinco millones en el año, lo que significaba que “si esta situación llegara a corregirse tal vez podríamos librarnos de los impuestos necesarios para cubrir el déficit del presupuesto”.
Uno de los mecanismos del fraude era la diferencia que existía entre la cuenta que los despachantes le entregaban a los comerciantes y el pago que realmente hacían en la Aduana.
Se había comprobado que los despachantes pagaban en algunos casos a la Aduana un cinco por ciento del monto que les cobraban a los comerciantes.
Pero esta artimaña -en combinación con funcionarios públicos- que defraudaba a los comerciantes, era sólo una de tantas.
También existían otras en combinación con los importadores.
La casa Segade había hecho desaparecer los libros de contabilidad y la comisión sospechaba que se les había prendido fuego.
En ocasión de la discusión de un proyecto de ley que permitiera la investigación de los libros de las empresas implicadas -aprobado el 2 de marzo de 1932, bajo el influjo del reciente crimen de Pardeiro- Pablo María Minelli describió el volumen del delito: “No se trata de comprobar las irregularidades cometidas por un número limitado de funcionarios aduaneros, como ocurre en muchas oficinas aduaneras del mundo y en repetidas ocasiones; se trata de un sistema de organización del fraude con todas las garantías de eficacia para que el fraude pueda efectuarse en altas proporciones, por un número crecido de funcionarios, y con consecuencias, desde el punto de vista de los intereses fiscales, tan inmensas que todavía no pueden apreciarse con exactitud” [26]
La investigación no trajo grandes consecuencias para los empresarios implicados y más bien se desmontó lo más escandaloso del sistema en la Aduana, inclusive con algunos procesamientos.
Pero a pesar de que el grupo implicado en los delitos aduaneros había intentado sobornar y amenazó de muerte al comisario y al senador Minelli, no era entre estos predadores de guante blanco que debía buscarse a los verdugos de Luis Pardeiro.
Ingrávido el sombrero
La operación debía contar en Montevideo con el apoyo de algunos anarquistas que conocieran a Pardeiro y especialmente que ficharan sus movimientos habituales.
En la calle General Flores 4270, Eugenio Roverano -simpatizante de los expropiadores- tenía una fábrica de mosaicos.
El local era un lugar de encuentro y de reunión, como el taller de Destro. Pero además, una casual coincidencia hizo que el chofer Edgardo Gariboni, a quien todos recuerdan como muy apuesto y donjuanesco, visitara a una muchacha que vivía en una casa pegada a lo de Roverano.
Por esa relación, los anarquistas supieron rápidamente que el candidato de la chica era chofer de Pardeiro. Sin necesidad de seguimientos o largas vigilancias, se enteraron de su recorrido habitual y sus horarios.
Faltaba, entonces, sólo alguien que conociera al comisario y acompañara a “Faccia” y a Guidot. No podía ocurrir, otra vez, un error como el cometido con Pesce.
Pero además se precisaba un “apuntador” que fuera de absoluta confianza y tuviera experiencia en acciones violentas.
Domingo Aquino, un hombre apacible, muy callado, había dado muestras de decisión y serenidad en el asalto al pagador del Frigorifico Nacional. Su historial en el Cerro era confiable. Más de una vez había interceptado los carros de carne del frigorífico y, asido del cabestro, los dirigía a los barrios humildes para repartir su contenido.
Fue elegido para acompañar a Bruno Antonelli y a Guidot. Él sugirió el lugar de la emboscada. Ya había hecho la experiencia con el camioncito del Nacionaclass="underline" en un punto en que el vehículo se viera obligado a disminuir la velocidad, al paso de un peatón, el blanco se hacía fácil. La idea era instalarse en forma escalonada para que fuera imposible zafar de la balacera.
Por eso se decidió que los tres examinaran la zona del cruce de la vía con Bulevar Artigas a la hora que pasaba Pardeiro. Aquino les “apuntaría” al comisario y luego se planearía el atentado.