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¿A la esposa? La veía alguna vez en la puerta, cuando uno pasaba. Pero de tener mucho contacto, no. Era muy tratable, muy bien. Muy linda, pero morocha. En morocha era preciosa, de ojos oscuros, alta, elegante. Usaba pelo corto con ondas. Vestía más o menos. Ella se pasaba con los hijos. Era una mujer de la casa.

Pardeiro era muy lindo de cara. Los hijos salieron a él y a la madre, eran todos bonitos. Tenían cuatro hijos, al mayor le decían Tito. Después fue actor, cantaba por la radio. A la hija la llamaban Chichita. Los hijos eran un poco peleadores, camorreros, diablos. Se peleaban con todos.

Sí, Pardeiro tenía fama de ser un poco bravo con los presos. ¿Usted se acuerda de aquellos de la carbonería El Buen Trato?, cuando fue eso, dicen que él fue un sanguinario. Todo eso a uno le vino al oído. Parece que trató mal a los que se escaparon. [5]

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No ubiqué a Pennino hasta que usted me habló del carro. En el fondo de su casa tenía el carro y los caballos. Y había un sauce que daba al costado de mi casa. Detrás de nuestro terreno había un campito, y el sauce estaba a un metro de nuestro muro. Yo me tiraba desde él a una rama del sauce -tipo Tarzán- para evitar dar toda la vuelta a la manzana al ir al campito.

En el suelo, alrededor del tronco del árbol, había latas y basura. ¿Y qué hizo este Pennino? Me serruchó la base de la rama y cuando yo me tiré me vine con rama y todo. Caí entre las latas y me tajié la espalda. Mis padres estaban furiosos. Yo no tenía por qué tirarme hacia el árbol de ellos. Pero se pasó cortándome la rama. La discusión a través del muro fue por la rama que me cortaron. Creo que papá metió preso a Pennino por un par de horas. [6]

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Montevideo es una ciudad balnearia por excelencia. Sus playas atraen las corrientes de turismo de una buen parte de la zona subtropical de América. En su costa sur, en el remanso de sus amplias ensenadas cubiertas de fina arena, se levantan confortables establecimientos de hospedaje, magníficos hoteles montados con todas las exigencias del confort moderno, en cuyas salas se desarrollan fiestas sociales suntuosas, a las que concurren elementos representativos de la sociedad montevideana. Carrasco, la dilatada playa oceánica, con su inmenso parque en formación, de millares de hectáreas, con su magnífico y regio Hotel Casino, su explanada, su rambla, su soberbia edificación, lugar aristocrático por excelencia, ofrece todos los encantos apetecibles y, hacia ese balneario ideal por su ubicación, se desplaza desde hace pocos años el turismo pudiente de Argentina y Brasil. [7]

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Cuando llegaban los meses en que Montevideo se transformaba en balneario, otra corriente turística acompañaba a las familias pudientes que venían a veranear desde los países vecinos. Se trataba de los punguistas internacionales, de ladrones y asaltantes que arribaban para aprovecharse de la inadvertencia y el descuido de los veraneantes.

Eran tiempos de gran actividad en la policía. La llegada del Vapor de la Carrera y la revisación de equipaje y pasajeros en el pabellón del puerto, debían ser vigilados intensamente para identificar a los posibles personajes delictivos.

Pero qué mejor que el propio viaje en vapor desde Buenos Aires para tener el tiempo suficiente de fichar a los pasajeros.

Pardeiro cumplió esa función por un período. En esa ocupación es que empieza a disfrazarse para no levantar sospechas. Su fantasía preferida era la de marinero. Con un ajustado buzo de gruesas rayas azules y blancas y un pantalón oscuro de botamangas anchas lo descubrieron más de una vez en el vapor los cronistas policiales de Montevideo.

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A papá le gustaba ser actor. Es algo que yo heredé. Incluso he visto fotografías de papá, esas fotos sucesivas en que se puede apreciar el movimiento de las manos y se nota esa cualidad de actor en potencia. Sí, mi padre tenía la veta. Más adelante te contaré esa simulación en que mi madre hacía de partiquina cuando vigilaban en la calle Rousseau.

Bueno, ahora te voy a hacer otra historia en donde puso a prueba sus cualidades actorales por un prolongado lapso. No me pidas los detalles, no sé si los olvidé o si no me los dijeron. Es una historia que oí de mi madre. El caso era de un individuo buscado en Uruguay por un robo. Aquí se supo que había huido para el lado de Brasil. Papá se propuso para ir tras él, localizarlo y conseguir que pasara para este lado. Se disfrazó de albañil, con su faja a la vista, de gorra y desaliñado. Y así se fue hacia territorio brasileño. No le costó mucho localizarlo, pero no podía prenderlo. Se acercó al hombre y empezó a acompañarlo en sus correrías. Salían juntos de noche, entraban en bailes y en prostíbulos y se fue haciendo muy amigo del tipo. Tanto fue así que llegaron a convivir en Brasil. La confianza nacía entre ellos y finalmente papá le confesó que no podía volver a Uruguay porque tenía cuentas pendientes. El hombre parece que le dijo “lo mismo me pasa a mí, yo tampoco puedo entrar en Uruguay”, y en tren de confidencias le habló del dinero que había robado y que había dejado “enterrado” en Uruguay.

Mi padre le dice que hay una forma de volver por una estancia que conocía y por la que evitarían el control de la frontera. Finalmente se deciden y vuelven juntos. Cruzan la línea y caminan hasta acercarse a un poblado, allí mi padre le dice que está detenido. [8]

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Luis Pardeiro hizo una primera incursión en las filas policiales que duró ocho años y no dejó ningún rasgo destacado.

Después de su reintegro a los cuadros policiales, el 19 de noviembre de 1921, el futuro comisario Pardeiro intervino exitosamente en una serie de hechos que, en su momento, conmovieron a la opinión pública. Uno de ellos, cuyo origen remontaba a 1912, comenzó con el asesinato de un joven, José Sambado, en el Parque Urbano (actualmente Parque Rodó). El asesino, Alfredo Santuriello -con muchas cuentas pendientes con la Justicia – y sus cómplices, fueron individualizados poco después y detenidos. No obstante, Santuriello logró fugar del Hospital Vilardebó en dos ocasiones, la segunda en 1921. Pardeiro participó en la captura de Santuriello en la primera oportunidad e intervino en su persecución en la segunda.

Luis Pardeiro, nacido en 1891 de padres españoles, se reintegró a la policía a los treinta años. Antes de cumplir los cuarenta sería comisario.

Uno de los casos más apasionantes en que le tocó intervenir fue el conocido como “El Crimen de la Rambla Wilson ” o “La degollada de la Rambla Wilson ”. Una mujer joven fue hallada en dicha rambla por un transeúnte el 28 de abril de 1923. No pudo ser identificada y el misterio de esa mujer sin identidad fue el primer incentivo de la curiosidad de la gente. La policía ordenó hacer un maniquí de cera, de tamaño natural, con la fisonomía de la mujer, lo vistió con las prendas que llevaba la desconocida y lo instaló en una vidriera de 18 de Julio.

Finalmente, la mujer fue identificada como una tal Petrona López (aunque su verdadero nombre era Sixta Petrona Hormeche de Vega, oriunda de Rosario de Santa Fe). Todas las pistas conducían a su esposo, desaparecido inmediatamente después del crimen. El hombre fue detenido, y aunque no consta cual fue la intervención de Pardeiro en el caso, aparece en numerosas fotos de procedimientos y pesquisas relacionados con el episodio.