En abril de 1924, Pardeiro intervino en otro caso célebre, “El Crimen de la Pedrera ”, que le permitió aclarar un asesinato cometido en el año 1919, el del comerciante Francisco Caviglia. El 25 de julio de ese año, Pardeiro fue confirmado como Oficial de Guardia de Investigaciones.
En ese mismo año, presentándose como un simple mecánico, trabajó en la Escuela Militar de Aviación para poner al descubierto una serie de robos de material, lo que terminó exitosamente. En 1925, por último, desbarató a una banda de falsificadores de billetes de lotería. El autor de las falsificaciones, Roberto Dassori, aparecerá más adelante en la crónica policial como encubridor del grupo de penados que fugó de la cárcel de Punta Carretas por el túnel excavado desde la carbonería “El Buen Trato”. Dassori adulteraba billetes desde 1922 y los pasaba o los colocaba mediante el expediente del cuento del tío.
Estas exitosas actuaciones, de gran resonancia, así como el esclarecimiento de un doble asesinato ocurrido en el Barrio Edison, prepararon el ascenso del oficial Pardeiro al rango de subcomisario.
El nombramiento tuvo lugar el 3 de noviembre de 1926; la resolución provino directamente de la Presidencia de la República. Ninguna nube parecía oscurecer el futuro de esta brillante pesquisa, a quien ya empezaba a rodear un aura muy particular en la opinión pública.
Los inmigrantes
Es difícil captar con los ojos y el corazón de esta época, la seguridad, la certeza, el convencimiento de una bonanza sin obstáculos, que primaba en los años veinte.
La primera oleada inmigratoria, la anterior a la guerra del 14, era mayormente de trabajadores del campo y obreros no calificados, españoles e italianos principalmente.
Esta gente vivió el progreso económico y social desde sus inicios, no traía entre sus pobres petates tradiciones de rebelión y se afilió sin reticencias a la expectativa de un rápido ascenso social.
Ahorraba en las alcancías del Banco La Caja Obrera -las primeras de Sud América- y confiaba en que, tarde o temprano, la riqueza iba a llegar a todos.
Por el contrario en el período entre las dos guerras una nueva inmigración, de índole diferente, desembarcó en el Río de la Plata.
Terminada la primera guerra, la crisis desató estallidos revolucionarios en varios países de Europa, casi todos derrotados, lo que condujo a un empeoramiento de la vida cotidiana y a persecuciones políticas, religiosas y raciales. El fascismo extendía su sombra de intolerancia y despotismo. Esto llevó a emigrar a capas de obreros calificados, con tradición sindical y también, en muchos casos, revolucionaria.
Fue una inmigración principalmente centro europea, pero también contó con el aporte de italianos perseguidos por el fascio y españoles -especialmente catalanes- que huían de la dictadura de Primo de Rivera.
Fue esa segunda marea de inmigrantes, la que aportó los elementos más radicales a las filas del anarquismo y el comunismo. De allí salieron, en gran parte, los hombres que conmocionaron con sus acciones los moderados espíritus de una ciudad que ni sospechaba de malos presagios.
El fenómeno de los anarquistas expropiadores -como los llama Osvaldo Bayer- es un producto, en el Río de la Plata, de la década del veinte y los primeros años del treinta. En los últimos quince años del siglo XIX dos anarquistas italianos penetrarán con sus ideas en la inmigración de ese origen en Argentina. Luego ganarán para sus filas a algunos criollos y consolidarán una fuerte corriente político-sindical que comenzará a declinar a inicios de la década del treinta.
Enrico Malatesta y Pietro Gori, esencialmente dos propagandistas, con brillantes cualidades organizativas, fueron quienes dieron el empuje inicial a esas ideas. El primero con su estadía en Argentina entre 1885 y 1889 y el segundo entre 1898 y 1902.
Toda su actividad hacia el naciente movimiento obrero fue factor preponderante en la formación de la primera federación de trabajadores. Desde allí la influencia se amplió hacia los trabajadores rurales.
El fin de la primera guerra mundial y especialmente el triunfo del fascismo en Italia, volcó hacia Argentina -y en menor medida hacía Uruguay- un importante número de anarquistas italianos exiliados que trasplantaron las polémicas, las reformulaciones y las definiciones que intentaban responder a una situación nueva: el triunfo de la Revolución Rusa; las derrotas de otros movimientos revolucionarios europeos y las crisis y las conmociones entre las dos guerras.
Hacia Montevideo viajaron Luigi Fabbri y Ugo Fedeli, dos organizadores decididamente opuestos a las manifestaciones individualistas y terroristas que rebrotaban en ese período en Italia.
Hacia Argentina se trasladó Severino Di Giovanni, alineado a un extremismo que debutará con una campaña de bombas contra filiales de empresas norteamericanas como parte de la defensa de Sacco y Vanzetti. El punto culminante de esta campaña será la voladura del Consulado italiano en Buenos Aires, con un saldo de nueve muertos y treinta y cuatro heridos.
Estas acciones violentas se combinarán con una serie de asaltos para financiar la actividad terrorista.
Miguel Arcángel Roscigno, herrero de obra, obrero metalúrgico calificado, coincide tempranamente con Di Giovanni. En el Comité antifascista italiano serán los mayores opositores a cualquier tipo de colaboración con los comunistas.
Luego, como secretario del Comité pro presos sociales y deportados, defenderá la necesidad de apoyar a todos los perseguidos así sea por delitos que los otros anarquistas consideran comunes.
Desde principio de los veinte los anarquistas estarán divididos en dos corrientes antagónicas: los reunidos tras la publicación La Protesta que se identifica con los movimientos huelguísticos y todo tipo de acción que arrastre y organice masas, y aquellos que se sienten representados por La Antorcha, periódico que amplía su solidaridad a los expropiadores y protagonistas de cualquier acción directa individualista.
Roscigno, desde el Comité pro presos sociales y deportados, no limitará su actividad a las campañas de solidaridad; también desarrollará un accionar conspirativo en la organización de evasiones y de atracos para financiarlas, o para ayudar a los presos y sus familiares, vindicaciones contra policías y falsificaciones de billetes para recaudar fondos.
Es un gran planificador y también un hombre de acción.
Su primer intento de organizar una fuga se traslada a la penitenciaría de Ushuaia. Logra ser nombrado guardia en esta lejana cárcel y comienza a preparar la evasión de Radowitzky. El plan se descubre porque un integrante del congreso de la Unión Sindical Argentina -de orientación socialdemócrata- lo denuncia como carcelero para desprestigiar a los anarquistas. Es despedido y el plan fracasa.
Dentro de la campaña por Sacco y Vanzetti, Roscigno, junto a Emilio Uriondo, coloca una bomba en la legación de Estados Unidos en Uruguay. Roscigno logra zafar y vuelve a Buenos Aires; Uriondo es detenido.
Pero poco después -en julio de 1927- es detenido varios días en Orden Social. No se le puede probar nada y la justicia lo pone en libertad.
Sus primeras experiencias en asaltos, Roscigno las realiza junto a Buenaventura Durruti, a mediados de la década del veinte.
Durruti, junto a los hermanos Ascaso -Alejandro y Francisco- y a Gregorio Jover Cortés, ejecuta una serie de asaltos en Barcelona y luego recorren varios países de América en la misma actividad, recolectando fondos para la acción libertaria enfrentada a la dictadura de Primo de Rivera.