A mí me seguía gustando la idea de ir a buscar la plata al Cambio. Lo hablé con Miguel. Me advirtió que yo no conocía la idiosincrasia criolla. Me dijo que los de aquí eran madrugadores y que los enfrentamientos no eran demasiado nobles, que el duelo criollo no era más que una forma de asesinato, porque uno de los dos siempre llevaba alguna ventaja. Y que con la policía pasaba igual; que la policía, además, no tenía experiencia en manejar armas, que cuando los agentes -que en general se reclutaban entre los paisanos recién llegados a la capital- empuñaban el revólver, les temblaba la mano porque no lo conocían. Y además, en ese punto de la ciudad, acababan de inaugurar el Palacio Salvo y eso siempre estaba lleno de gente. No lo acompaño, terminó. Me hizo otra proposición: Podíamos hacer el pago de la policía. Y si por desgracia hay disparos, bueno, ellos saben a qué se exponen. Así como pueden morir ellos, podíamos caer nosotros. Además no te olvides, como todo criollo van a tratar de madrugarte, concluyó. Pero cuando llegó el día hacía mucho viento. Teníamos que esperar otro mes, entonces, por eso, optamos por el Cambio finalmente.
Cuando llegamos allá vi que Tadeo Peña y Capdevila se detenían y no cruzaban la calle. Los miro y veo que me hacen una seña. Miro hacia donde me indican y veo que sale un hombre del Cambio, con un cajón, y se pone a bajar el toldo. Esperaban que el hombre terminara y volviera adentro. Me quedé. Moretti, el menor, me pregunta: ¿Qué pasa? ¿No ves?, le contesto, Salió un hombre de allá y hay que esperar que entre. Y entonces me dice: Si no son pitos serán flautas. Dio un paso adelante y se dirigió al Cambio. Los demás lo seguimos, no teníamos otro remedio. Cruzamos e hicimos lo que teníamos que hacer. El que no hizo lo que tenía que hacer precisamente fue él. Entre pitos y flautas empuña el arma y apunta al hombre que está arreglando el toldo. Me quedé discutiendo: ¿Qué cuernos tienes que pararte allí con ese hombre? No es el único en la calle, hay más gente. Entra, como debíamos haber entrado los cuatro juntos y no aquellos dos solos. Entré rezagado, Tadeo Peña ya estaba en el mostrador y había agarrado la plata cuando se da cuenta que uno de los que estaba allí era policía de Investigaciones. Este se le tira encima por la espalda. Tadeo Peña lo empuja y se lo saca de arriba. El hombre va de nuevo a sacar el arma y cuando la alcanza, Tadeo Peña, con la culata del arma, le da un golpe en la cabeza. No tenía el seguro y el disparo sale hacia el techo. Al oír el tiro, irrumpe un empleado del interior gritando. Empezó la gritería adentro y afuera.
Yo le digo a Tadeo Peña: Dame la plata y él estaba dándole notadas al que había caído al suelo. Hijo de una gran puta, haciéndote matar por unos vintenes. Le insistí: Dame la plata y déjalo tranquilo. Me alcanza el paquete de billetes y se rompe la goma. Se desparrama toda la plata. Vuelan los pesos…
Bueno, vámonos de acá, necesitábamos la plata y tú haces eso.
No pudimos meter nada en la bolsa que traíamos y como el que venía de adentro quería agarrar a Tadeo Peña, le tiré y lo voltié. Nosotros no tocamos nada de aquello. Cuando llegamos a la puerta aparece el hijo del dueño y otro más que saca un arma. Lo empujé para que se quedara tranquilo.
Nuestro chofer subió por la Pasiva, nos quería dejar allí. Me lo llevé por la espalda hasta donde había una escalera. Le tiré. Los diarios dijeron que habíamos matado al chofer que era cómplice, que formaba parte de la banda. Al hombre lo habíamos alquilado en la Plaza del Cuartel de Bomberos. Cómplice no era. [10]
Eran autores de más de cien atentados con bombas en Barcelona y perseguidos por la policía militar por hacer propaganda anarquista en los cuarteles y por lesiones graves a un general, dos coroneles y varios oficiales y haber huido de una prisión militar. Pertenecían al grupo de Durruti y por las condenas que tenían pendientes, éste los envió recomendados a Roscigno.
Peña y Capdevila tenían veintiséis años; Boadas algo mayor: treinta y cuatro.
Integraban lo que por aquella época las policías llamaban la escuela de los pistoleros catalanes, que desde la FAI (Federación Anarquista Ibérica) actuaban al servicio de los sindicatos anarquistas de Barcelona. Durante un período habían logrado implantar el terror sobre los empresarios. Amenazaban o directamente atentaban contra los dueños de fábricas que se resistían a ceder a los reclamos de los trabajadores. Tanta era la fama de estos grupos que nadie ofrecía resistencia cuando hacían aparición. En los atracos que ejecutaban para solventar los gastos de los sindicatos, los damnificados sabían que cualquier intento de hacer frente costaba la vida, por tanto no titubeaban en colaborar. Los catalanes estaban acostumbrados a actuar con cierta impunidad.
Su llegada al Río de la Plata era reciente. No estaban familiarizados con el ambiente. Los hermanos Moretti habían nacido en Argentina y conocían la mentalidad de los rioplatenses, pero no tenían ni experiencia ni capacidad para decidir en este tipo de acciones.
Miguel Arcángel Roscigno, que conocía a los Moretti desde la Semana Trágica, opinaba que una acción de estas características era peligrosísima. Los catalanes desestimaron todas las advertencias. Los Moretti entraron en el plan.
El asalto se hizo el 25 de octubre de 1928. Muy poco antes, el doce de ese mismo mes, se había inaugurado el Palacio Salvo.
El italiano tenía razón. El atraco fue un fracaso y dejó un saldo de tres muertos y dos heridos.
“Cuando un refugiado que había participado en la colocación de una bomba en la Catedral de Santa Sofía, en Rumania, le preguntó a Roscigno qué había pasado, Miguel le contestó: Nada, una burrada de catalanes.
Y a mí me dijo: ¿No te había dicho yo?
No, la burrada fue tuya, le contesté. Por qué no me dijiste toda la verdad, no me dijiste que los hermanos Moretti nunca habían tenido un arma en la mano y nosotros fuimos creyendo que sí. Vosotros los habíais tenido como choferes y nada más”.
Esta disculpa de Boadas, que apareció en un reportaje de Marcha, provocó una áspera discusión entre éste y su amigo Rubens Barcos.
Barcos, de tradición libertaria, había sido anfitrión de Boadas, luego de su liberación en la década del cincuenta, en el Ateneo del Cerro y La Teja. Al leer la entrevista, Barcos se sintió molesto porque no se ajustaba a lo que tantas veces le había contado Boadas. En varias oportunidades éste le había hecho una valoración distinta de los acontecimientos. Había aceptado que Roscigno tenía razón en sus previsiones respecto al atraco.
Tanto él como Peña y Capdevila no tenían ni idea del ambiente en que se movían. Actuaron confiados en que la reacción en el Messina sería similar a la que estaban acostumbrados en Barcelona.
La advertencia de Roscigno era tan útil para los catalanes como hubiera sido para el team alemán. Los criollos eran madrugadores y no se mantenían inertes frente a la adversidad.
Barcos se molestó por los cambios a la historia que Boadas había introducido en la entrevista, tratando de pasarle el yerro a Roscigno.
Había además un detalle en su testimonio que hacía más leve el error de Tadeo Peña. En verdad el desparramo del dinero en el cambio se había producido cuando éste, fuera de sí, le tiró el paco por la cabeza al hombre que intentaba detenerlo.
En el bar de Grecia y Prusia -donde Boadas paraba-, Barcos le dijo su descontento por esa versión que intentaba salvar su responsabilidad en el catastrófico asalto.