– Entendí entonces cuánta razón había tenido mi benefactor -dijo don Juan-. Mi estupidez era un monstruo y ya me había devorado. En cuanto tuve ese pensamiento comprendí que cuanto pudiera decir o hacer era inútil. Había perdido mi oportunidad. Había perdido todo. Ahora era sólo el payaso de esa gente. El espíritu no podía interesarse en mi desesperación. Somos tantos los que sufrimos, los que tenemos nuestro infierno privado y particular, nacido de nuestra estupidez, que el espíritu no puede prestarnos atención.
"Me arrodillé de cara al sudeste. Di gracias otra vez a mi benefactor y le dije al espíritu que estaba tan avergonzado… tan avergonzado. Y con mi último aliento me despedí de un mundo que hubiera podido ser maravilloso si yo hubiese tenido sabiduría. Una ola inmensa vino hacia mí entonces. Primero, la sentí. Después, la oí. Por fin la vi acercarse a mí desde el sudeste, por sobre los campos, Llegó a mí y su negrura me cubrió. Y la luz de mi vida se apagó. Mi infierno había terminado. ¡Por fin estaba muerto! ¡Por fin era libre!
La historia de don Juan me dejó devastado. Guardamos silencio por un largo rato.
– Los brujos luchan por tener continuidad -dijo, de pronto- y esa es la lucha más dramática del mundo. Es dolorosa y cara. Muchas, pero muchas veces, le ha costado la vida a los brujos.
Explicó que, para que un brujo tuviera completa certeza acerca de sus acciones, o acerca de su posición en el mundo de los brujos, o acerca de su capacidad de utilizar inteligentemente su nueva continuidad, debe invalidar la continuidad de su vida cotidiana.
– Los brujos videntes de los tiempos modernos -prosiguió don Juan- llaman a ese proceso de invalidar la vida cotidiana "el boleto para ir a la impecabilidad" o la muerte simbólica, pero muy definitiva, del brujo. Yo, personalmente, conseguí mi boleto para ir a la impecabilidad en aquel campo de Sinaloa. Lo tenue de mi nueva continuidad me costó la vida.
– Pero ¿murió, usted don Juan, o sólo se desmayó? -pregunté, tratando de no mostrarme cínico.
– Me morí en ese campo -dijo don Juan-. Sentí que mi conciencia salía flotando de mí y se encaminaba hacia el Aguila, y como había recapitulado mi vida, el Aguila no se tragó mi conciencia; me escupió como una pepa de ciruela. Puesto que mi cuerpo estaba muerto en el campo, y un brujo no puede dejar el cuerpo atrás, al Aguila no me dejó pasar a la libertad. Fue como si me indicara regresar y tratar otra vez.
"Ascendí a las cumbres de la negrura y descendí otra vez a la luz de la tierra. Y me encontré en una tumba superficial en el borde del sembrado. Estaba yo cubierto de piedras y tierra.
Don Juan dijo que supo de inmediato lo que debía hacer. Después de salirse de entre las piedras, reacomodó la tumba como si su cuerpo aún estuviera allí y se marchó. Se sentía fuerte y decidido. Sabía que tenía que volver a casa de su benefactor. Pero antes de iniciar el viaje de retorno, deseaba ver a su familia y explicarles que era brujo y, por ese motivo, no podía quedarse con ellos. Quería explicarles que su perdición había sido no saber que los brujos jamás pueden tener un puente para reunirse con la gente del mundo. Pero, si la gente desea hacerlo, pueden tender un puente para reunirse con los brujos.
– Fui a la casa -continuó don Juan-, estaba vacía. Los espantados vecinos me contaron que unos peones habían llegado con la noticia de que yo había caído muerto mientras trabajaba; mi mujer y los niños se habían marchado.
– ¿Cuánto tiempo estuvo usted muerto, don Juan? -pregunté.
– Al parecer, todo un día -dijo.
A don Juan le jugaba una sonrisa en los labios. Sus ojos parecían hechos de obsidiana brillante. Observaba mis reacciones, a la espera de mis comentarios.
– ¿Y qué fue de su familia, don Juan? -pregunté.
– Ah, la pregunta de un hombre sensato -comentó-. Por un momento pensé que me ibas a preguntar acerca de mi muerte.
Confesé que había estado a punto de hacerlo, pero como sabía que él estaba viendo mi pregunta al tiempo que la formulaba en mi mente, le pregunté otra cosa, sólo para llevarle la contraria. No lo dije como broma, pero él se echó a reír.
– Mi familia desapareció ese día -dijo-. Mi mujer estaba hecha para sobrevivir. Era forzoso, dadas las condiciones en que vivíamos. Puesto que yo había estado esperando la muerte, seguramente creyó que había conseguido al fin lo que deseaba. Y como no le quedaba nada que hacer allí, se fue.
"Eché de menos a los niños y me consolé pensando que no era mi destino estar con ellos. Los brujos tienen una inclinación peculiar. Viven exclusivamente a la sombra de un sentimiento cuya mejor descripción serían las palabras "y sin embargo…" Cuando todo se les viene abajo, los brujos aceptan la situación. "Es algo terrible, dicen, pero inmediatamente escapan a la sombra del, y sin embargo…"
"Eso hice con mis sentimientos por aquellos chicos y la mujer. Con gran disciplina, especialmente en el caso del niño mayor, habían recapitulado sus vidas junto conmigo. Sólo el espíritu podía decidir el resultado de ese afecto.
Me recordó que me había enseñado cómo actúan los guerreros en tales situaciones. Dan lo mejor de sí y después, sin remordimientos ni lamentos, se quedan tranquilos y dejan que el espíritu decida el resultado.
– ¿Cuál fue la decisión del espíritu en su caso, don Juan? -pregunté.
Me estudió sin responder. Yo sabía que él estaba completamente consciente de los motivos detrás de mi pregunta, pues yo había experimentado un afecto similar y una perdida parecida.
– La decisión del espíritu es otro centro abstracto -dijo-. Historias de brujería se tejen a su alrededor. Hablaremos de esa decisión cuando lleguemos a ese centro básico.
"Ahora bien, ¿no querías preguntarme algo sobre mi muerte?
– Si lo creyeron muerto, ¿por qué lo pusieron en una tumba superficial? -pregunté-. ¿Por qué no cavaron una verdadera tumba para enterrarlo?
– Esto es ya tu estilo -observó, riendo-. Yo también me hice la misma pregunta y llegué a la conclusión de que aquellos peones eran gente muy religiosa. Yo era cristiano y a los cristianos no se los entierra así nomás; tampoco se los deja a que se pudran como los perros. Creo que esperaban a que mi familia fuera a reclamar el cuerpo para darle un entierro apropiado. Pero mi familia nunca apareció.
– ¿Usted los buscó, don Juan? pregunté.
– No. Los brujos nunca buscan a nadie -respondió-. Y yo era brujo. Había pagado con la vida el error de no darme cuenta de que los brujos jamás se acercan a nadie.
"Desde ese día sólo he aceptado la compañía o los cuidados de gente o de guerreros que están muertos, como yo.
Don Juan dijo que volvió a la casa de su benefactor, donde todos lo trataron como si nunca se hubiera ido y comprendieron instantáneamente lo que él había descubierto.
El nagual Julián comentó que, debido a su peculiar temperamento, don Juan había tardado mucho en morir.
– Mi benefactor me dijo entonces que el boleto de un brujo para ir a la impecabilidad es su muerte -prosiguió-. Que él mismo había pagado con la vida ese boleto, como todos los demás en su casa. Y que ahora éramos iguales en nuestra condición de ser candidatos a ser libres.
"Y también dijo que el gran truco de los brujos es estar totalmente conscientes de que están muertos. Su boleto para ir a la impecabilidad debe estar envuelto en puro entendimiento. En esa envoltura, dicen los brujos que el boleto se mantiene flamante.
"Hace sesenta años que compré mi boleto y todavía está flamante.