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Mientras se recuperaba, estableció que uno de sus dos seres era más flexible que el otro; podía cubrir distancias en un abrir y cerrar de ojos; podía hallar comida o los mejores escondrijos. Fue este ser el que en cierto momento llegó a la casa del nagual para ver si se preocupaban por él.

Oyó a los muchachos y a las muchachas llorar por él, y eso fue toda una sorpresa. Le habría gustado seguir observándolos indefinidamente, pues le encantaba la idea de averiguar qué pensaban de él, pero el nagual Julián lo descubrió.

Aquella fue la única vez en que el nagual le inspiró realmente miedo. Don Juan oyó que el nagual le ordenaba dejarse de tonterías. Apareció de súbito: un objeto en forma de campana, negro como el azabache, de peso y fuerza descomunales. El nagual lo sujetó, pero don Juan no hubiera podido decir cómo hacía para sujetarlo, aunque le producía una sensación muy dolorosa e inquietante. Era un dolor agudo y nervioso que él lo sentía, en el vientre y en la ingle.

– De inmediato, me encontré otra vez en la ribera del río -contó don Juan-. Me levanté, crucé vadeando el río, que ya no estaba muy lleno, y eché a andar hacia la casa.

Hizo una pausa y me preguntó qué pensaba de su relato. Le dije que me había horrorizado.

– Podría usted haberse ahogado en ese río -dije, casi gritando-. ¡Qué brutalidad, hacerle eso! ¡El nagual Julián estaba loco!

– Un momento -protestó don Juan-. El nagual Julián era un demonio, pero no estaba loco. Hizo lo que debía hacer de acuerdo a su papel de nagual y maestro. Es cierto que yo habría podido morir. Pero ese es un riesgo que todos debemos correr. Tú mismo podía haber sido fácilmente devorado por el jaguar, o podías haber muerto de cualquiera de las cosas que te he hecho hacer. El nagual Julián era audaz y autoritario y encaraba todo directamente. Nada de andarse con rodeos con él, ni con medias tintas.

Yo insistí que, por muy valiosa que fuera la lección, los métodos del nagual Julián me parecían extraños y excesivos. Admití que cuanto había oído decir del nagual Julián me molestaba tanto que me había formado una imagen muy negativa de él.

Yo creo que lo que pasa es que tienes miedo que uno de estos días yo te arroje al río o te haga usar ropas de mujer -dijo don Juan, echándose a reír a carcajadas-. Por eso es que no te cae bien el nagual Julián.

Admití que él estaba en lo cierto, y él me aseguró que no abrigaba la menor intención de imitar los métodos del nagual Julián. Dijo que no le funcionarían, porque, a pesar de ser tan falto de compasión como el nagual Julián, era mucho menos práctico.

– En aquel entonces yo no apreciaba su practicalidad -continuó-; y desde luego, no me gustó lo que hizo. Pero ahora, cuando me acuerdo de ello, lo admiro por su estupendo y directo modo de hacerme llenar los requisitos del intento y hacerme manejarlo.

Don Juan dijo que la enormidad de esa experiencia le hizo olvidar por completo al hombre monstruoso. Caminó sin escolta casi hasta la casa del nagual Julián, pero una vez allí cambió de idea y fue a la casa del nagual Elías, en busca de consuelo. Y el nagual Elías le explicó la profunda consistencia de los actos del nagual Julián:

El nagual Elías apenas podía contener su entusiasmo al escuchar el relato de don Juan. En tono ferviente le explicó a don Juan que el nagual Julián era un acechador supremo, siempre en busca de lo práctico. Su incesante búsqueda era para obtener puntos de vista y soluciones pragmáticas. Su comportamiento, aquel día en que arrojó a don Juan al río, había sido una obra maestra del acecho. Había maniobrado para afectar a todos. Hasta el río parecía estar a sus órdenes.

El nagual Elías sostuvo que mientras don Juan era arrastrado por la corriente, luchando por su vida, el río le había ayudado a entender lo que era el espíritu. Y gracias a esa comprensión don Juan tuvo la oportunidad de entrar directamente en el conocimiento silencioso.

Don Juan escuchó al nagual Elías lleno de sincera admiración por su entusiasmo, pero sin comprender una sola palabra.

En primer lugar, el nagual Elías explicó a don Juan que el sonido y el significado de las palabras son de suprema importancia para los acechadores. Ellos usan las palabras como llaves que abren cualquier cosa que esté cerrada. Los acechadores, por lo tanto, deben declarar su objetivo antes de tratar de lograrlo. Pero no pueden revelarlo así nomás, desde un principio; deben decirlo cuidadosamente y esconderlo entre las palabras.

El nagual Elías llamó a ese acto, "despertar el intento". Le explicó a don Juan que el nagual Julián había despertado al intento al afirmar enfáticamente, frente a todos los miembros de la casa, que iba a mostrar a don Juan, de una sola vez, qué era el espíritu y cómo definirlo. Eso era una perfecta tontería, pues el nagual Julián sabía que no había modo de mostrar o de definir al espíritu. Su verdadero objetivo era, por supuesto, situar a don Juan en la posición de manejar el intento.

Tras de hacer esa afirmación, que escondía su verdadero objetivo, el nagual Julián reunió a tanta gente como le fue posible, convirtiéndolos en sus cómplices, a sabiendas de ello o no. Todos conocían el objetivo expresado, pero ni uno solo sabía lo que el nagual tenía en mente.

El nagual Elías se equivocó por completo al creer que su explicación iluminaría a don Juan. Sin embargo, continuó pacientemente explicándole que la posición del conocimiento silencioso se llamaba el tercer punto, porque, a fin de alcanzarlo, había que pasar por el segundo punto: el lugar donde no hay compasión.

Dijo que el punto de encaje de don Juan adquirió la suficiente fluidez como para hacerlo doble. Ser doble significaba, para los brujos que uno podía manejar el intento; estar en el lugar de la razón y el del conocimiento silencioso, alternativamente o al mismo tiempo.

El nagual le dijo a don Juan que ese logro había sido magnífico. Hasta lo abrazó como si fuera un niño. Y no podía dejar de ponderar el hecho de que pese a no saber nada o quizá justamente por ello, había podido transferir la totalidad de su energía de un lugar al otro; lo cual significaba, para el nagual, que el punto de encaje de don Juan poseía una fluidez natural muy propicia.

Le dijo a don Juan que todos los seres humanos se hallaban capacitados para lograr esa fluidez. Sin embargo, la mayoría de nosotros solamente la almacenábamos sin usarla jamás, salvo en las raras ocasiones en que la despertaban, o bien los brujos, o ciertas circunstancias naturalmente dramáticas, como una lucha de vida o muerte.

Don Juan lo escuchó como hipnotizado por la voz del viejo nagual. Cuando prestaba atención podía entender cuanto el nagual decía, algo que nunca había podido hacer con el nagual Julián.

El viejo nagual pasó a explicar que la humanidad estaba en el primer punto, el de la razón, pero que no todos los seres humanos tenían el punto de encaje localizado exactamente en el sitio de la razón. Quienes lo tenían justamente allí eran los verdaderos líderes de la humanidad. Casi siempre se trataba de personas desconocidas cuyo genio era el ejercicio de la razón.

Dijo luego que en otros tiempos la humanidad había estado en el tercer punto, el cual, naturalmente, era entonces el primero. Pero que después, la humanidad entera se movió al lugar de la razón. Y que en los tiempos en que el primer punto era el conocimiento silencioso, tampoco todos los seres humanos tenían el punto de encaje localizado directamente en esa posición. Eso significaba que los verdaderos líderes de la humanidad habían sido siempre los pocos seres humanos cuyos puntos de encaje están situados en el sitio exacto de la razón o del conocimiento silencioso. El resto de la humanidad, le dijo el viejo nagual a don Juan, eran simplemente los espectadores. En nuestros días, eran los amantes de la razón. En el pasado habían sido los amantes del conocimiento silencioso. Eran los que admiraban y cantaban odas a los héroes de cada una de esas posiciones.