– ¿Cuál fue la razón que llevó al nagual Elías a adiestrar a los Tulios de ese modo?
Don Juan me miró y soltó una carcajada. En ese instante se encendieron las luces de la plaza. Se levantó de su banca favorita y la acarició con la palma de la mano, como si fuera un animal querido.
– La libertad -dijo-. Quería liberarlos de la convención perceptual. Y les enseñó a ser artistas. Acechar es un arte. Para un brujo, puesto que no es mecenas ni vendedor de arte, la única importancia de una obra de arte es que puede ser lograda.
XV. EL BOLETO PARA IR A LA IMPECABILIDAD
Después de ayudarle todo el día a don Juan con sus pesados quehaceres, en la ciudad de Oaxaca, quedamos en encontrarnos en la plaza. Al caer la tarde, don Juan se reunió conmigo. Le dije que me hallaba completamente exhausto, que debíamos cancelar el resto de nuestra estadía en la ciudad y volver a su casa, pero él sostuvo que debíamos emplear hasta el último minuto disponible para repasar las historias de brujería o bien para hacer mover mi punto de encaje cuantas veces me fuera posible.
Mi cansancio sólo me permitía quejarme. Le dije que, al experimentar una fatiga tan profunda como la mía, sólo se llegaba a la incertidumbre y a la falta de convicción.
Tu incertidumbre es de esperar -dijo don Juan, muy calmadamente-. Después de todo, estás lidiando con un nuevo tipo de continuidad. Toma tiempo acostumbrarse a ella. Los brujos pasan años en el limbo, donde no son ni hombres comunes y corrientes ni brujos.
– ¿Y qué les pasa al final? -pregunté-. ¿Optan por lo uno o lo otro?
– No, no pueden optar. Al final, todo ellos se dan cabal cuenta de lo que son; brujos. La dificultad consiste en que el espejo de la imagen de sí es sumamente poderoso y sólo suelta a sus víctimas después de una lucha feroz.
Me dijo que comprendía a la perfección que por mucho que tratara, mi imagen de sí aún no me dejaba comportarme como le correspondía a un brujo. Me aseguro que mi desventaja, en el mundo de los brujos, era mi falta de continuidad. En ese mundo debía relacionarme con todo y con todos de una nueva manera.
Describió el problema de los brujos en general como una doble imposibilidad. Una es la imposibilidad de restaurar la destrozada continuidad cotidiana; y la otra, la imposibilidad de utilizar la continuidad dictada por la nueva posición del punto de encaje. Esa nueva continuidad, dijo él, es siempre demasiado tenue, demasiado inestable, y no ofrece a los brujos la seguridad que necesitan para actuar como si estuvieran en el mundo de todos los días.
– ¿Cómo resuelven los brujos ese problema? -pregunté.
– Ninguno resuelve nada -replicó él-. O bien el espíritu lo resuelve o no lo hace. Si lo hace, el brujo se descubre manejando el intento, sin saber cómo. Esta es la razón por la cual he insistido, desde el día en que te conocí, que la impecabilidad es lo único que cuenta. El brujo lleva una vida impecable, y eso parece atraer la solución. ¿Por qué? Nadie lo sabe.
Don Juan permaneció en silencio por un momento. Luego, otra vez, él comentó acerca de un pensamiento que pasaba por mi mente. Yo estaba pensando en que la impecabilidad siempre me hacía pensar en moralidad religiosa.
– La impecabilidad, como tantas veces te lo he dicho, no es moralidad -me dijo-. Sólo parece ser moralidad. La impecabilidad es, simplemente, el mejor uso de nuestro nivel de energía. Naturalmente, requiere frugalidad, previsión, simplicidad, inocencia y, por sobre todas las cosas, requiere la ausencia de la imagen de sí. Todo esto se parece al manual de vida monástica, pero no es vida monástica.
"Los brujos dicen que, a fin de tener dominio sobre el movimiento del punto de encaje, se necesita energía. Y lo único que acumula energía es nuestra impecabilidad.
Don Juan observó que no hacía falta ser estudiante de brujería para mover el punto de encaje. A veces, debido a circunstancias dramáticas, si bien naturales, tales como las privaciones, la tensión nerviosa, la fatiga, el dolor, el punto de encaje sufre profundos movimientos. Si los hombres que se encuentran en tales circunstancias lograran adoptar la impecabilidad como norma y llenar los requisitos del intento, podrían, sin ninguna dificultad, aprovechar al máximo ese movimiento natural. De ese modo, buscarían y hallarían cosas extraordinarias, en vez de hacer lo que hacen en tales circunstancias: ansiar el retorno a la normalidad.
– Cuando se lleva al máximo el movimiento del punto de encaje -prosiguió-, tanto el hombre común y corriente como el aprendiz de brujería se convierten en brujos, porque, llevando al máximo ese movimiento, la continuidad de la vida diaria se rompe sin remedio.
– ¿Cómo se lleva al máximo ese movimiento? -pregunté.
– Con la impecabilidad -respondió-. La verdadera dificultad no está en mover el punto de encaje ni en romper la continuidad. La verdadera dificultad está en tener energía. Si se tiene energía, una vez que el punto de encaje se mueve, cosas inconcebibles están al alcance de la mano.
Don Juan explicó que el aprieto del hombre moderno es que intuye sus recursos ocultos, pero no se atreve a usarlos. Por eso dicen los brujos que el mal del hombre es el contrapunto entre su estupidez y su ignorancia. Dijo que el hombre necesita ahora, más que nunca, aprender nuevas ideas, que se relacionen exclusivamente con su mundo interior; ideas de brujo, no ideas sociales; ideas relativas al hombre frente a lo desconocido, frente a su muerte personal. Ahora, más que nunca, necesita el hombre aprender acerca de la impecabilidad y los secretos del punto de encaje.
Dejó de hablar y pareció sumirse en sus pensamientos. Su cuerpo entró en un estado de rigidez que yo había visto cada vez que se involucraba en lo que yo caracterizaba como estados de contemplación, pero que él describía como momentos en los que su punto de encaje se movía, permitiéndole acordarse.
– Voy a contarte ahora la historia del boleto para ir a la impecabilidad -dijo de pronto, tras unos treinta minutos de silencio total-. Voy a contarte la historia de mi muerte.
"Huyendo de ese espantoso monstruo -prosiguió don Juan-, me refugié en la casa del nagual Julián por casi tres años. Incontables cosas me pasaron durante ese tiempo, pero yo no las tomaba en cuenta. Estaba convencido de que, en esos tres años, no había hecho nada más que esconderme, temblar de miedo y trabajar como un burro.
Don Juan dijo que estaba cargado con tres años de increíbles acontecimientos, de los cuales, al igual que yo, ni siquiera se acordaba.
Por eso le parecía muy natural jurar que en esa casa no aprendió nada ni siquiera remotamente relacionado con la brujería. En lo que a él le concernía, nadie en esa casa conocía ni practicaba la brujería.
Un día, sin embargo, se sorprendió a sí mismo caminando, sin ninguna premeditación, hacia la línea invisible que mantenía a raya al monstruo. El hombre monstruoso estaba vigilando la casa, como de costumbre; pero aquel día, en vez de volverse atrás y correr en busca de refugio dentro de la casa, don Juan siguió caminando. Una inusitada oleada de energía lo hacía avanzar sin preocuparse por su seguridad.
Una sensación de abandono y frialdad totales le permitió enfrentarse con el enemigo que lo había aterrorizado por tantos años. Don Juan esperaba que se avalanzara sobre él y lo aferrara por el cuello. Lo extraño era que esa idea ya no le provocaba terror. Desde una distancia de pocos centímetros, miró fijamente a su monstruoso enemigo y luego lleno de audacia traspasó la línea. El monstruo no lo atacó, como él siempre había temido, sino que se tornó en algo borroso. Perdió su contorno y se convirtió en una bruma blanquecina, un jirón de niebla apenas perceptible.
Don Juan avanzó hacia la niebla y ésta retrocedió, como con miedo. La persiguió por los campos hasta que se esfumó por completo. Comprendió entonces que el monstruo nunca había existido. Sin embargo no podía explicar a qué le había tenido tanto miedo. Tenía la vaga sensación de que sabía exactamente qué era el monstruo, pero algo le impedía pensar en ello. De inmediato se le vino la idea de que ese pícaro del nagual Julián sabía la verdad. A don Juan no le extrañaba que el nagual Julián le jugara ese tipo de treta.