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Ya volvería a enfrentarse con Eheca cuando llegara la batalla final.

Entonces no tendría piedad.

16 El círculo perfecto

A partir de ese momento, Quetza se convirtió en el único e indiscutido jefe. Los antiguos adictos a Eheca, que habían, sido traicionados por su líder al asignarlos al bando enemigo, se hicieron incondicionales de Quetza. El hecho de haberle perdonado la vida al responsable de la muerte de su mejor amigo hizo que todos vieran en él a un hombre ecuánime y bondadoso. Pero, por sobre sus cualidades, encontraban que era, sencillamente, un hombre; desde entonces dejaron de considerarlo como un chico. Quetza tenía un parecido asombroso con su padre. Aunque no estuviesen unidos por la sangre, el vínculo era tan fuerte que se diría que el cariño se hubiese hecho carne: los mismos gestos, la misma manera de hablar y una mirada idéntica. Y, ciertamente, Tepec tenía motivos para estar orgulloso de su hijo. El mismo Eheca sentía por su antiguo adversario un respeto reverencial hecho de temor e incomprensión: no se explicaba por qué le había perdonado la vida. El mismísimo emperador exaltó el comportamiento de Quetza. Todos en el Calmécac le tenían un gran respeto. Salvo una persona: Tapazolli.

El sumo sacerdote rumiaba en silencio su indignación. Había hecho todo lo posible para ver al hijo de su enemigo mordiendo el polvo de la humillación y ahora tenía que soportarlo convertido en una eminencia. Jamás había olvidado la vieja afrenta; si hasta entonces el solo hecho de ver a Quetza con vida representaba un insulto a su autoridad, escuchar su nombre en boca del emperador era más de lo que estaba dispuesto a tolerar. Era ya un hombre muy viejo, pero se prometió vivir hasta el día en el que pudiera lavar la ofensa. Y sabía cómo hacerlo; sólo debía esperar.

Para coronar la secreta furia de Tapazolli, Quetza resultó ser un alumno brillante. Se destacaba en todas las disciplinas: el arte de los números, las letras y la oratoria. Su natural relación con las cosas del cielo hizo que pudiera aprender con facilidad el riguroso sistema astronómico que regía el calendario. Y no sólo logró comprenderlo en toda su complejidad, sino que, además, lo perfeccionó. Mostrando sus habilidades de tlacuilo, talló en una pieza de plata del tamaño de un medallón el calendario que él mismo concibió: era un disco en cuyo centro estaba Tonatiuh, el Sol, adornado con las galas propias de su excelencia. En torno de él estaban dispuestos los cuatro soles que representaban cada ciclo. Luego se veía un primer anillo conformado por veinte partes iguales con figuras que marcaban los días del mes. El segundo anillo, compuesto por ocho segmentos, simbolizaba los rayos solares. El tercer anillo estaba repartido en dos tiras enlazadas de papel amatl. En la parte superior aparecía la fecha de terminación del Calendario, adornado con plantas, flores y la cola de dos serpientes. En la parte inferior se veían dos víboras de fuego escamadas formando trece segmentos. Por debajo, superpuestas, las cabezas de las dos serpientes, desde cuyas fauces surgían Quetzalcóatl y Tezcatlipoca. Las serpientes teman garras y una cresta con siete círculos divididos por la mitad, simbolizando la Constelación de las Pléyades. El cuarto anillo representaba a las estrellas sobre el cielo nocturno y contenía ciento cincuenta y ocho círculos rematados en las bandas de papel amad.

El calendario comprendía dieciocho meses de veinte días cada uno y cinco días de inactividad o nemontemi. En total, sumaban trescientos sesenta y cinco días. Cada cuatro años se agregaba un día nemontemi, equivalente al año bisiesto, y cada ciento treinta años había que suprimir un nemontemi. De esta manera, Quetza concibió una aproximación al año solar trópico de una exactitud mayor aun a la del calendario de sus antepasados olmecas, toltecas y todos los que habrían de hacerse incluso después.

Cuando Quetza presentó la obra de plata a su maestro, éste se mostró tan sorprendido que se lo hizo llegar al emperador. Viendo la perfección del sistema y la belleza de la talla, el tlatoani lo sometió al arbitrio de su Consejo y se deci: dio que sería aquél el nuevo calendario oficial del Imperio. De inmediato mandó a que los mejores tlacuicuilos reprodujeran en piedra la pequeña pieza de Quetza, de lo cual resultó un monumento espléndido, labrado en bajorrelieve en un monolito basáltico de cuatro pasos de diámetro y tan pesado que había que moverlo con un pequeño ejército. Fue colocado en la Plaza Mayor sobre el templo de Quauhxicalco.

Todavía no había completado el Calmécac y Quetza ya gozaba del mismo prestigio que los sabios del Consejo de Ancianos. Muchos veían en aquel jovencito de mediana estatura y nariz exigua al posible sucesor del rey.

17 El oráculo de piedra

Menos interesado en los asuntos de la política que en los del conocimiento, al tiempo que continuaba sus estudios, Quetza caía en largas ensoñaciones de las cuales emergía pleno de inventiva. Continuando la obra de su padre, mejoró el sistema de represas para contener el lago cuando, durante las crecidas, inundaba parte de la isla. Siempre desvelado por la navegación, perfeccionó los puentes móviles de la ciudad; aplicando las enseñanzas del viejo Machana, diseñó distintas naves, hasta entonces inéditas. Las embarcaciones de los mexicas eran pequeñas canoas hechas con troncos ahuecados o con juncos entrelazados; en algunos casos se impulsaban por medio de pequeños remos y, en otros, gracias a unas velas tejidas con tallos. Estas balsas y canoas que se utilizaban para la pesca o, sencillamente, para desplazarse entre los canales, podían transportar sólo tres o cuatro personas. Quetza dibujó los planos de unos barcos de dimensiones nunca vistas, que podían albergar más de cincuenta hombres y tenían una bodega para llevar igual peso de pertrechos que de tripulantes. Eran livianos y veloces. La parte inferior, la que sustentaba la nave, estaba hecha con varios troncos ahuecados y unidos entre sí con una técnica semejante a la de la fabricación de las chinampas; la parte superior debía ser de juncos para que la estructura resultara más liviana. Estos barcos tenían fines militares, tanto de ataque como de defensa. La nave, en todo su perímetro, estaba rodeada por una soga que semejaba una baranda pero, en realidad, era una cuerda tensada que servía para disparar flechas; de este modo no era necesario que cada hombre llevara consigo el arco, ya que esta misma balaustrada, que tenía además una guía de caña bajo la cuerda, era un arco gigantesco en sí mismo. Y no solamente podían arrojarse flechas, sino que, entre dos o tres hombres, era posible despedir una lanza con una fuerza capaz de destruir una edificación de madera. Era una verdadera fortaleza flotante.

Estos planos provocaron la admiración de los jefes guerreros aunque nunca fueron construidos, ya que, según creían, jamás iba a existir un enemigo tan grande que hiciera necesaria semejante defensa. Quetza no pensaba de igual forma; sin embargo, sus argumentos en contrario fueron desoídos.

Por aquellos días las campañas militares de los mexicas sufrieron algunos duros reveses. Luego de la conquista del centro de las zonas costeras de Oaxaca, siguió el dominio del territorio de Soconusco, a las puertas mismas del Imperio de los mayas. Sin embargo, en las diversas tentativas de ocupación sufrieron el rechazo y la derrota a manos de los peurépechas, los tlaxcaltecas y los mishtecas. Para completo asombro de Quetza, y alimentando la furia de Tapazolli, el emperador hizo llamar al joven y brillante alumno. Quería su consejo. Si había sido capaz de perfeccionar el más preciso calendario xihuitl, solar y astronómico, debía saber interpretar sus designios mediante el tonalpohuaUi, el calendario astrológico y adivinatorio.