»En el porche me esperaba una mujer madura, muy blanca, de unos cincuenta y muchos años y aspecto distante, pelo rubio, ojos de color azul acerado, facciones angulosas y rectas y una nariz puntiaguda y trémula, como un hociquito. Era esbelta, de figura armoniosa, y aún resultaría bastante guapa, pero de una belleza pálida y venenosa, ese tipo de atractivo nórdico, altivo y correcto que podía, pese a su edad, excitar todavía algún deseo pero difícilmente suscitar simpatías. Se presentó a sí misma como la «gestora de la comunidad». Yo sabía que se trataba de Ulrike porque tu hermana me había hablado de ella, y me había explicado que hacía veinte años llegó a la isla con Heidi, que juntas levantaron la casa y que, desde entonces, Ulrike administraba las finanzas de su amiga. Pregunté por Cordelia y aquella dama de hielo me dijo que estaba en su semana de retiro espiritual y que no deseaba hablar con nadie. Con voz clara y firme pero átona e incolora, se ofreció a enseñarme la finca.
»En el jardín se veía a muchos hombres y mujeres, algunos sentados en la postura del loto y otros rastrillando el huerto con los labios apretados y los ojos bajos. Transmitían una cualidad inmóvil, como de espera sin pensamiento, sin esperanza ni deseo. No vi en ellos vivacidad ninguna, sólo la carga enorme de su sumisión. Me llamó la atención el hecho de que prácticamente todos ellos eran rubios, muy blancos y con aspecto de extranjeros; parecía que Heidi no quisiera a morenos entre sus discípulos. Varios perros y gatos se paseaban a sus anchas o dormitaban al sol, como si aún recordaran la paradisíaca convivencia entre humanos y animales.
»-¿Quién vive aquí? -le pregunté a Ulrike.
»-El grupo. -Lo dijo sin énfasis, con la misma naturalidad con la que diría «el sol sale por el este», como si mencionara un hecho cotidiano de sobra conocido y le sorprendiera que yo hubiese preguntado por él.
»-Pero… ¿qué es el grupo? ¿Una iglesia, una secta?
»-No -me respondió muy tranquila, como si la pregunta no la hubiera ofendido lo más mínimo-, una secta es un grupo de personas que dependen de un líder y tienen que pagarle algo. No pueden pensar de manera diferente de él. Nosotros sólo somos amigos de Heidi.
»-Pues en el pueblo dicen que son ustedes una secta.
»-Hoy día en el mundo hay muchas tensiones, mucho miedo, muchas mentes enfermas, porque sin la relación vital con El Todo la vida no es más que una serie de temibles accidentes, y puede que sea ésa la causa de que nos tengan miedo. Heidi no puede recibirte hoy, pero si la conocieras te darías cuenta de que no tiene nada que ver con lo que sería la líder de una secta. Es muy tranquila, entiende a cualquiera que tenga problemas y ayuda a todos siempre. Nos muestra cómo podemos mejorar la mente de la gente. Y ésa es la base para mejorar el mundo.
»-¿De qué viven ustedes?
»Ulrike alzó la estrecha cabeza y sus fosas nasales se dilataron como las de una fiera que olfatea el peligro.
»-Comemos muchas veces nuestros propios alimentos, y algunos de nosotros vivimos del dinero de Heidi. La financiación de los cursos de meditación se realiza de forma individualizada; cada cual paga su cuota. Pero, para atender a quienes no tienen los medios económicos suficientes para pagarlos, se usan diferentes sistemas de apoyo, normalmente a través de la caridad de algún miembro adinerado, o de préstamos que se realizan entre amigos, sin intereses, porque la usura no encaja en el espíritu de la virtud.
»-¿No le pagan nada a ella?
»-Algunos amigos que vienen de vacaciones pagan cincuenta euros diarios por la comida, pero los que viven aquí no pagan, puesto que, como ves, la comida viene del huerto y los residentes trabajan en él. -La voz helada y controlada dejaba entrever una emoción subterránea que pugnaba por manifestarse: resentimiento, agresividad…
»-¿Y qué hacen todo el día, aparte de trabajar en el huerto?
»-Meditamos, escribimos, oramos… Escribimos reflexiones que vienen del Todo, de la energía que estamos creando. Ella dice que es más fácil sentirse libre de una tensión cuando se está escribiendo.
»-¿Ella? ¿Quién es ella?
»-Ella -pronunció el pronombre con tono solemne, como la sacerdotisa que se refiere a la divinidad-, Heidi. Heidi nos anima a escribir. Yo, por ejemplo, ahora mismo estoy escribiendo sobre mis otras vidas. He hecho regresiones y las he visto.
»Me impresionaba su mirada fija, como los ojos de cristal de una muñeca antigua, el tono mecánico de su voz, sus modales ceremoniosos v la fría sonrisa impresa en su delgado rostro de vestal. A medida que la señora peroraba yo iba lomando cada vez más conciencia de que la situación era grave. Ulrike me enseñó el huerto, los lavaderos, el gallinero, la piscina, que era más bien una alberca de agua sucia en la que no nadaba nadie, a excepción de algunos renacuajos, y el espacio de meditación, un antiguo establo remodelado, con suelo de pino y colchones por todas partes, que despedía un intenso olor a viciado que el incienso no lograba hacer desaparecer. Sin embargo, no quiso enseñarme el interior de la casa, pues allí, me dijo, estaban los dormitorios, y ésos eran espacios privados de cada residente. Imaginaba a Cordelia en aquel lugar, sin poder disfrutar siquiera del modesto lujo de la soledad, y el corazón se me encogía.
»No había rastro de tu hermana por ninguna parte.
»Finalmente, Ulrike me anunció agriamente que daba la visita por terminada porque en breve procederían a comer. Durante un largo momento que no podría haberse medido con un reloj, nos miramos fijamente y ella sostuvo mi mirada sin pestañear. Desde el fondo de un rostro que parecía una máscara refulgían los gélidos ojos azul cobalto, cortantes, hostiles.
»Regresé una semana después, pero el guardia se negó a dejarme pasar.
»Había perdido a Cordelia, con el mismo dolor de la rama joven a la que la arrancan de la planta que la alimenta. Sentí que algo había muerto en mi interior, que se había ido con ella. «Ahora que no la tendré, todo será distinto, yo misma seré diferente», pensé. Esa certeza me golpeó de repente, como si hubiera ido tranquilamente por la calle y me hubiera caído una maceta en la cabeza. ¿Qué podía hacer, si mi vida se partía en dos? En un terremoto el suelo se había abierto bajo mis pies y una grieta me había apartado de la mitad de mi casa, incapaz de regresar a la habitación en la que se guardaban mis pertenencias más queridas.
3
– He preparado una cama en la habitación de invitados -le informó Helena con voz apacible-. Es pequeña, en realidad la utilizábamos más bien como trastero, porque nadie venía nunca a visitarnos. La habitación de tu hermana es mucho más grande pero no me he atrevido a dejártela. Sigue tal como ella la dejó, sus cosas están allí. No sé en cuál de las dos preferirías dormir. Hay otras habitaciones libres, pero no las tocamos. Llegamos a ese acuerdo con los dueños de la casa.
– ¿Tú entras en esa habitación? En la de Cordelia, quiero decir. ¿Has vuelto a entrar en ella desde que se marchó?
– Cordelia se fue hace casi dos meses, ¿sabes? No he entrado mucho. He barrido y he quitado el polvo, pero no he tocado nada. En realidad, cuando se marchó, albergaba la esperanza de que aquella locura durara poco, de que volviera. Y sigo esperando que vuelva, que esté en alguna parte, que tenga miedo de dar señales de vida…