Выбрать главу

– Y ¿cómo estaban las chicas tan seguras de que en una sola noche mi madre iba a enamorar a un hombre para que se casara con ella?

– La idea no tenía nada de descabellada, aunque a ti te lo parezca. Estamos hablando de la chica más rica del pueblo y, para colmo, una belleza. Y hace casi cuarenta años de eso, en un pueblo pequeño de Canarias. Entonces se suponía que las chicas llegaban vírgenes al matrimonio, así que si una muchacha, digamos, decente te gustaba de verdad, tenías que casarte con ella. Eso de conocerse antes del matrimonio no se estilaba. Pues bien, esa noche Aneyma se puso el traje más bonito que tenía y se soltó la melena, bien lavada y cepillada; cosa que no hacía nunca. Y en cuanto la abuela se durmió se dedicó a coquetear con todos los hombres que Yaiza le iba presentando, los de la lista que su amiga previamente había confeccionado. A eso de las tres de la mañana, Yaiza se fue a bailar con el chico que entonces le gustaba y perdió de vista a Aneyma. La volvió a ver al día siguiente en la misa, con la mantilla puesta y expresión de ser la perfecta jovencita católica. Yaiza no imaginó que nada especial pudiera haber sucedido, ni Aneyma le contó nada tampoco. Pero sí que a partir de entonces, cuando salía acompañada por la madrastra a hacer las compras o a pasear, siempre había algún joven que la seguía o que la interceptaba en el camino y hablaba con ella, sin que la madrastra pudiera hacer nada por impedirlo. Y Yaiza sabía que a veces Aneyma, por la noche, cuando en la casa dormían, salía por la puerta trasera, la de la cocina, para hablar con algún amigo. Pero su amiga no tuvo nunca noticia de que hubiera un pretendiente especial.

– Lo que me cuentas me suena tan… extraño.

– ¿Por qué?

– No sé… La verdad es que no recuerdo mucho a mi madre, pero no imaginé que tuviera una vida tan… tan novelesca. Antes he dicho que lo que contabas parecía una obra de Lorca, ahora me da la impresión de que hemos llegado a García Márquez.

– Pues prepárate porque aún no ha llegado lo más novelesco de todo.

– La razón que precipitó la huida de mi madre.

– Exactamente.

– Cuenta.

– Un mes después de la romería, Aneyma le hizo una confesión a Yaiza: estaba embarazada.

– ¿De quién?

– Nunca se supo, Aneyma no lo dijo. Sólo dejó clarísimo que no quería tener el niño.

– Y no lo tuvo, por lo que se ve.

– No.

– ¿Alguna hierba abortiva de las que has citado antes?

– No, nada que ver. No, no utilizaron hierbas abortivas ni recurrieron a ninguna mujer de pueblo. En España, en aquel entonces el aborto estaba prohibido, en cualquier caso, incluso aunque la vida de la madre corriera peligro, pero se practicaba. En Canarias también, por supuesto. Se trataba de un secreto a voces. Abortar en España era muy peligroso, muchas mujeres fallecían en la intervención. ¿Qué podía ser peor, tener el niño y asumir la marginación y el oprobio que entonces acarreaba una madre soltera o acabar en una prisión o muerta, desangrada, en una camilla de mala muerte, en el saloncito de alguna de las aficionadas que se dedicaban a practicar abortos clandestinos en condiciones inhumanas y con una aguja de ganchillo como principal herramienta?

– Que espanto…

– Así que la solución consistía en viajar a Londres.

– ¡A Londres!

– Ya atas cabos, ¿no? Por entonces las clínicas inglesas llevaban ya casi una década de experiencia, porque la ley británica se aprobó a mediados de los sesenta.

– En el 67.

– Y tú, ¿cómo conoces ese dato?

– Tuve una novia médica… -Era la primera vez que Gabriel mentaba a Ada en voz alta desde que empezó a salir con Patricia, pese a que no había habido un solo día en el que no hubiera pensado en ella, aunque lo cierto era que, desde que había llegado a Canarias, el recuerdo de Ada se había ido atenuando sensiblemente, engullido por la preocupación por Cordelia-. Y feminista.

– Pues sí, el aborto era legal en el Reino Unido, y por eso las mujeres españolas que podían permitírselo iban a abortar a Londres. El problema era que salía carísimo.

Unas doce mil pesetas, cuando el sueldo medio en Canarias rondaba las diez mil y había que contar también con dinero para los gastos de estancia en la ciudad y el coste del billete o de los billetes si había acompañantes. En 1973, para ir a Londres desde Gran Canaria había que pasar por Madrid, y todo el viaje, con operación incluida, podía costar en torno a sesenta mil pesetas, una verdadera fortuna en aquellos años. Pero Aneyma tenía joyas que había heredado de su madre y que nunca utilizaba… y Yaiza fue la encargada de ir a Tenerife a venderlas. El segundo problema fue organizar el viaje. Imagina, con lo vigilada que estaba la niña, que nunca había salido de la isla, cómo iba a decir que quería viajar a Londres, y sola. Así que recurrieron a una tía de Aneyma, hermana de su madre, que vivía en el Puerto. Como el Puerto era zona turística por entonces la gente ya era mucho más abierta. Yaiza fue a visitarla y le explicó todo el problema. Además, necesitaban a alguien que hablara inglés para entenderse con el personal de la clínica. La tía de Aneyma hablaba un inglés más o menos decente, pero ella apenas manejaba el inglés básico que le habían enseñado en el colegio, y Yaiza, que no era buena estudiante, ni lo hablaba ni lo entendía. La tía se inventó que quería regalarle a la sobrina un viaje de fin de semana para ir a ver un musical a Londres y así celebrar su diecinueve cumpleaños. Y, claro, lo normal era que la sobrina invitara a su mejor amiga. De alguna manera, la tía Mila convenció a la abuela de Aneyma asegurándole que ella actuaría de carabina. La abuela de Aneyma se sentía pequeña al lado de aquella mujer tan cosmopolita y tan viajada, y no supo negarse. Yaiza recordaba a la señora diciendo, preocupada: «¡Y ahora qué les ha dado a todas ustedes para irse a Londres a comprar ropa!», porque no era extraño entre las amigas jóvenes de aquellos primeros años setenta quedarse embarazadas y salir a abortar. La abuela les dijo a las niñas que fueran bien abrigadas para que no cogieran frío, pero cuando se bajaron aquel día del avión en Londres brillaba un sol de justicia. Era mayo. Supongo que debió de ser muy difícil… por los nervios, el miedo, el primer viaje en avión, el calor y las molestias propias del embarazo… el caso es que cuando Aneyma salió del aeropuerto, donde la esperaba una enfermera de la clínica abortiva, se desmayó. Coincidieron en la consulta con otra chica del Puerto, hija de unos amigos de la tía, una de las mejores familias del Puerto, que iba con su madre. Imagina la situación… Nadie hablaba de aborto en aquellos años, y menos que nadie, la gente de derechas y religiosa, que ponían el grito en el cielo al oír hablar de legalización pero que luego enviaban a Londres a sus hijas a abortar en secreto. Al cabo de algunas horas, Aneyma ya estaba en el hotel. La intervención se había realizado un viernes y estaba previsto que regresasen en el vuelo del domingo. Pero el domingo por la mañana Aneyma se sentó a desayunar con Yaiza y le comunicó que ella no pensaba regresar.

– ¿Se quedaba en Londres?

– Efectivamente. Había hablado con la tía Mila, la había puesto al corriente de los problemas que tenía en casa, y la tía había convenido en enviarle dinero para que se estableciera allí, en Londres, hasta que alcanzara la mayoría de edad y heredara. Yaiza no sabía bien qué había podido contarle Aneyma, pero la tía estaba muy escandalizada.