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Esperó, sentado en el porche, a que Helena regresara. El timbre del iPhone sonó una o dos veces. En la pantalla parpadeaba el nombre de Patricia. Gabriel no respondió. No sabía bien por qué, por qué no quería hablar con ella, por qué quería que Helena fuera la primera en conocer su descubrimiento. Porque Patricia no había conocido a Cordelia, era evidente. Y… ¿por algo más? Apartó la pregunta de su pensamiento como una mosca molesta que le zumbara por delante de la cara. En ese preciso momento, el coche de Helena apareció por la carretera. La chica aparcó frente a la verja de la casa y descendió del vehículo. Sonrió a Gabriel. Él se acercó a ella, abrió la puerta y recogió las bolsas que ella traía en la mano, a pesar de que Helena insistía en que podía cargarlas sola. «Llévalas a la cocina», dijo ella. Gabriel dejó las bolsas en la mesa. Helena extrajo su contenido: plátanos, patatas, tomates, una lechuga, una barra de pan. Sin que ella se lo pidiera, él empezó a guardar frutas y verduras en la nevera. Aquella escena le recordaba mucho a tantas vividas con Patricia. Pero en las bolsas que Patricia traía siempre había agua Evian.

– Helena… -le dijo-, ¿Cordelia te habló alguna vez de Fuerteventura?

– No, nunca, ¿por qué?

– Pero sí que se iba a veces, ¿no? Viajes de una semana, de diez días.

– Sí, claro, sus retiros espirituales. Una semana, diez días, como tú dices… ¿Cómo lo sabes?

– He estado registrando su habitación. Me daba un poco de vergüenza contártelo -confesó-. Ya sabes, registrar la intimidad de otro, invadir su privacidad…, no es algo de lo que estar orgulloso.

– ¿Buscabas alguna pista, algún indicio de dónde podía estar Cordelia?

– No, no buscaba una pista sobre dónde puede estar ahora. Más bien buscaba pistas sobre dónde estuvo los últimos diez años, qué hizo sin mí, qué fue de mi hermana. Probablemente registré con mucho más método que tú precisamente porque no iba buscando nada, y también porque lo hice con tiempo y sin nervios. El caso es que encontré unas fotos… de Heidi, creo. Estoy casi seguro.

– ¿Dónde?

– En un cedé. Estaba con los cedés de música. No creo ni siquiera que estuviera escondido, creo simplemente que era fácil no reparar en él. En las fotos aparecen Cordelia y Heidi. Sobre todo Heidi. Y una casa. Por lo que he visto en las imágenes que aparecieron en la televisión y en los periódicos, no es de la casa Meyer, no es la casa en la que vivía el grupo. Esta casa tiene una torre, y se trata de una construcción más antigua. Creo que está en Fuerteventura.

– ¿Por qué?

– Era el nombre de la carpeta: Fuerteventura. Además, encontré unos billetes de ferry. Las fechas de ida y vuelta coinciden con la fechas de las fotos… Ya sabes, la fecha sale en el nombre del archivo, y en los detalles del mismo.

– Cordelia nunca mencionó Fuerteventura, nunca. Pero sí es cierto que alguna vez dijo que Heidi la había llevado a su retiro, a otra casa, un lugar privado pensado para su exclusivo uso y disfrute. Cordelia estaba muy orgullosa de semejante privilegio pero nunca me dijo dónde se encontraba la casa.

– Probablemente porque Heidi no querría revelarlo. Imagina, si estás metida en asuntos turbios, si piensas que en cualquier momento te puede tocar desaparecer, si tienes una casa a la que retirarte, prefieres que la gente no sepa que existe, o dónde está. Además, todo el mundo está dando por hecho que Heidi ha salido del país, a nadie se le iba a ocurrir que sigue en el archipiélago, no buscarían allí.

– Sí, además, un ferry no tiene los mismos controles de seguridad que un aeropuerto. Te piden un documento de identidad, claro, pero no lo contrastan en el ordenador, no hay policía, nadie sabe si pesa una orden de busca o captura contra ti, nadie detectaría si el pasaporte es falso…

– Exacto. Es lo mismo que pensé yo. -Gabriel estaba encantado con la agilidad mental de 1a chica y con el hecho de que hubieran llegado a la misma conclusión, como si sus cerebros estuvieran conectados por un hilo invisible una corriente eléctrica-. Pero hay otro detalle que me llamó la atención.

– ¿Cuál?

– Ayer Rayco dijo que el coche que encontraron en el aeropuerto de Tenerife era un Porsche Cayenne, pero tú me habías dicho que Heidi tenía un Land Rover.

– El Cayenne viene a ser como el Land Rover, ¿no? Un todoterreno. Quizá Cordelia confundía uno con otro.

– No. El Cayenne no es duro como el Land Rover, no es exactamente un todoterreno, no es un vehículo que pueda avanzar a diario por una carretera sin asfaltar. Estoy segura de que Cordelia te dijo la verdad. Heidi tenía un Land Rover para moverse por la finca. Yel Cayenne, que es un coche carísimo, quizá lo tenía para ir a la ciudad. Puede que el Cayenne estuviera a nombre de Heidi y el Land Rover a nombre de Ulrike. O de una tercera persona, que me parece lo más lógico, pues supongo que la policía debería saber si había otro vehículo matriculado a nombre de Ulrike. Yo imagino que clos mujeres van al aeropuerto, cada una en su vehículo, dejan el Cayenne en el aparcamiento y luego se marchan en el Land Rover. Así, la policía cree que han cogido un avión. Después, cogen el ferry. Todavía no hay orden de busca y captura, nadie va a extrañarse…

– Creo que para ir a Fuerteventura hay que coger dos ferrys, uno a Las Palmas y luego a Fuerteventura. Se tardaría bastante. Aun así, es una idea muy lógica.

– Dime…, ¿Fuerteventura es grande? ¿Turística? ¿Tan poblada como Tenerife?

– No tan turística. Básicamente recibe dos tipos de visitantes: el de los ingleses y alemanes que van a los resorts «todo incluido» frente a la playa y que, en muchos casos, no salen de allí en una semana entera, y el de los italianos, en su mayoría, más…, no sé cómo decírtelo sin sonar clasista, bueno…, más bien surfistas, montañeros, un tipo de turismo ecológico, otro estilo…

– Te enseñaré las fotos luego, pero me da la impresión de que la casa es muy antigua, y muy grande. Si es tan antigua como imagino, debe de ser un edificio conocido, no será tan difícil ubicarlo. Seguro que alguien lo reconoce… Guías turísticos, topógrafos, arquitectos, historiadores… Alguien debe de haber que conozca los antiguos edificios de la isla. No sé… Quizá deberíamos hablar con Rayco.

– No.

– ¿Por qué?

– Porque si Cordelia estuviera allí con Heidi, estaremos poniéndola en peligro.

– Y ¿qué te hace pensar que lo esté?

– Por las fotos. Si Heidi llevó a Cordelia a su refugio secreto, si le enseñó su Shangrila particular, el lugar al que pensaba retirarse, sería porque pensaba escapar allí con ella. No sabemos si la mujer que acompañaba a Heidi era Ulrike, podría ser Cordelia. Y, si está allí, no quiero poner a la policía sobre su pista.

– Eso quiere decir que entonces Cordelia sería cómplice de Heidi, ¿no te das cuenta?

– Puede que le haya hecho un lavado de cerebro, o que la haya llevado allí contra su voluntad, o amenazada…

– Todo eso son suposiciones.

– Además, a partir de unas fotos y unos billetes de ferry, no puedes dar por hecho que Heidi está allí.

– Pero es lo único que tenemos. Y ¿qué pinto yo aquí, si no? No puedo quedarme el día entero mano sobre mano, viendo el tiempo pasar.

– Puedes volver a Londres. Es más, debes volver a Londres. Tienes un trabajo, ¿no?