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»Y así fue, efectivamente: al menos veinte mil nazis alemanes se refugiaron en España tras la guerra. Aquí vivían libres, felices y contentos, con dinero y propiedades, ayudados y cubiertos por la Falange y, en alguna medida, por el Alto Estado Mayor.

– ¿Veinte mil nazis? ¿Veinte mil? -preguntó Helena.

– O más. Las cifras varían según quien cuente la historia. Muchos de ellos simplemente utilizaron nuestro país como un puente hacia América del Sur, pero gran parte permanecieron aquí y viven todavía. Es imposible precisar cuántos, pero hay miles de historias sobre nazis residentes en poblaciones turísticas, esos pueblos de costa en los que se retiran los alemanes, los escandinavos y los ingleses para pasar la jubilación. La mayoría llegó en los años cincuenta y sesenta, cuando la diferencia de ratio entre la peseta y sus monedas locales hacía que el país les resultara baratísimo y convertía como por arte de magia las rentas más o menos modestas que percibían por jubilación en un sueldo de pachá. Esos pueblecitos playeros resultaban los lugares idóneos en los que antiguos altos cargos nazis podían pasar desapercibidos entre los miles de compatriotas que buscaban el sol. Aunque también se cita su presencia en Cataluña y en Madrid, las historias suelen correr en esos pueblos…en la costa levantina, en el litoral de Granada, en Málaga, en Cádiz, en Baleares y en…

– Canarias.

– Bingo, Gabriel… Canarias. En cualquiera de esos pueblos costeros en los que puedes encontrar pubs ingleses o bares con la carta escrita en alemán y en los que muchos extranjeros llevan viviendo años sin hablar una palabra de español. Pues algunos de esos viejecitos jubilados con pinta afable son antiguos nazis con el apellido cambiado. Prácticamente en cualquier guachinche costero de Canarias antes o después, si sacas el tema, alguien te contará la historia de un viejecito que tenía una caja en casa en la que guardaba una foto suya con un uniforme de general, una pistola y una cruz de hierro.

»Esos antiguos nazis nunca preocuparon demasiado a la policía franquista española, ni siquiera después, cuando el país fue una democracia. Se sabía que estaban aquí y quiénes eran, pero eran ya muy mayores y no realizaban ninguna actividad que pudiera ser comprometedora para la seguridad del Estado. Además, desde Alemania nunca se reclamó control sobre ellos. Salvo en casos muy excepcionales. De manera que España ha sido desde el final de la guerra el paraíso europeo desde el que poder burlarse de las legislaciones antifascistas y desarrollar actividades como la edición de libros y revistas. Algunos de los casos han salido a la luz, pero por cinco nazis extraditados ha habido miles que se quedaron aquí tan tranquilamente. Doscientos mil, según el embajador soviético ante la ONU y según cálculos israelíes. Un mínimo de cien mil, según otros.

– Pero ésa es una cifra altísima… -Helena de nuevo, punteando el discurso de Virgilio con la atención concentrada en sus palabras.

– Altísima, sí. Pero hay que tener en cuenta que el gobierno franquista nunca fue tan neutral como se pretendía, y que mientras duró la contienda muchos oficiales alemanes invirtieron en España su botín de guerra con la idea de refugiarse aquí en el futuro si la contienda se perdía. Así que la derrota militar nazi trajo una avalancha de refugiados a la península Ibérica. Precisamente porque durante el Tercer Reich los nazis organizaron una importante infraestructura económica en el territorio del Estado español. Se estima que, acabando la segunda guerra mundial, los nazis dejaron aquí valores entre uno y dos billones, repito, billones de pesetas…

– Eso es un fortunón… -exclamó Helena asombrada y Gabriel hubiera cedido gustoso su carísimo apartamento de Londres sólo porque ella le hubiera escuchado con semejante interés, con que hubiera clavado en él los ojos tal y como entonces los fijaba en Virgilio.

– Sí… -El guía parecía acostumbrado a que las mujeres le escucharan y le miraran así-. Sí, querida -aquel odioso apelativo, de nuevo-. Y a ese monto hay que añadirle el valor de un racimo de holdings: empresas de seguros, bancos, industrias químicas y eléctricas, navieras, mineras y agrícolas, etc.

»Mira, muy probablemente, de no haberse hallado los campos de concentración, el nazismo como filosofía e ideario político no habría sido tan perseguido. Así que los nazis tenían la idea de que, si perdían la guerra, podrían refugiarse en España sin tener siquiera que cambiar de nombre, simplemente como un general cualquiera de un ejército derrotado que se retira a otro país. Entonces muchos no imaginaban que los fueran a juzgar por crímenes de guerra.

»Como os decía, los agentes nazis vinieron a España porque era aquí donde habían invertido su dinero, y la mayoría de ellos simplemente se cambiaron el nombre y compraron un pasaporte nuevo en un momento en el que era facilísimo hacerlo porque los diplomáticos y los funcionarios franquistas hicieron florecer un buen negocio con la venta de documentos españoles falsos. Resultaba fácil en una España empobrecida tras la guerra civil en la que campaba la picaresca y la lucha por la supervivencia y en la que los trapicheos ilegales estaban a la orden del día. De este modo, muchos alemanes se convirtieron en españoles. Algunos ni siquiera eso, sino que mantuvieron su nombre sin reparos, confiando en que nadie los reclamaría. Una vez aquí, el ministro de Exteriores siempre encontró algún argumento oportuno para protegerlos. Después, a raíz de algunas débiles reclamaciones de extradición de agentes alemanes o colaboradores nazis por parte de los aliados, el gobierno español entregó a unos pocos. Pero muy pocos. Cuando en 1955 los aliados presentaron a las autoridades franquistas una lista de demanda de expulsión de presuntos agentes nazis, Franco ignoró la petición. Al contrario, la ayuda que esos alemanes recibieron creció. Precisamente hace unos años el periódico El País publicó esa lista negra, que estaba incluida en un documento desclasificado proveniente de los archivos del Ministerio de Exteriores. Y, como curiosidad, ¿qué nombre figuraba en la lista?

– El de Gustav Winter. -Helena citó el nombre de inmediato, como una alumna aplicada que quiere lucirse y destacar ante un apuesto profesor.

– Efectivamente. Y, por supuesto, el Estado español no entregó ni a él ni a los otros reclamados. España fue el país europeo que acogió a más jerarcas, dirigentes, asesinos y verdugos nazis, tanto de cuadros intermedios como de alto nivel. En ningún momento los falangistas cesaron de admitirlos, ayudarlos, otorgarles la tarjeta de residencia o aceptar su entrada en la Legión Cóndor. Contra las demandas de extradición, el gobierno siempre encontraba la excusa de que tal o cual ex jerarca nazi era importante para el Estado español debido a su posición clave en la economía o a una cualificación superior de técnico, director o representante de alguna empresa alemana radicada en España. Y, de esa manera Merck, AEG, IG Farben o Sofindus se convirtieron en auténticas tapaderas de nazis. Sofindus en particular, que tenía dieciséis filiales en España, parece haber radicado en nuestro país una estructura tan impresionante exclusivamente con tal propósito. Por otra parte, muchos agentes de la Gestapo ingresaron en la Legión española. El Almirantazgo británico recriminó este hecho muchas veces al gobierno de Franco, sobre todo porque algunos de los mandos de la Legión eran jerarcas nazis muy conocidos y significados. El gobierno de Franco respondió al Almirantazgo con una nota en que venía a decir que, dado el duro servicio que se les exigía a los soldados de la Legión, no se podía ser muy exigente respecto a su pasado.