– Qué soberbio, ¿no? Y… ¿cómo se lo permitieron?
– Se lo permitieron, Helena, y en breve te explicaré por qué. Así las cosas, no creo que os sorprenda que la ayuda al prófugo nazi se ofreciera incluso desde el ámbito institucional. En 1940, la Presidencia de Gobierno de Madrid creó el Patronato de Refugiados Extranjeros Indigentes, cuyo objetivo, sobre el papel y en estatutos, era el de ayudar a aquellos extranjeros que «vienen a buscar trabajo, asilo político o posibilidades de salir del país». Lo de extranjeros era un decir, dado que a los únicos extranjeros que este patronato ayudó fueron alemanes.
»Al final, no se sabe con certeza cuántos nazis se refugiaron en territorio de Franco. Debido al secretismo institucional, incluso hoy en día sólo podemos especular sobre ello. Enrique Múgica Herzog, que fue senador en España, defensor del pueblo y presidente del grupo de investigadores sobre el paradero del oro nazi en España, cree que alrededor de cuarenta mil nazis se refugiaron aquí. Ya os he dicho que hay quien dice que fueron cien mil y hay quien habla de doscientos mil.
– En cualquier caso, un número altísimo. -Helena ele nuevo, tan solícita, tan cautivada.
– Sí. En fin, fuera el número que fuese, el caso es que el régimen de Franco les daba su bienvenida a todos, y nadie fue expulsado por los gobiernos posteriores. Hasta que en noviembre de 1947 Estados Unidos se rindió a la evidencia, tiraron la toalla y dieron por cerrado su programa de repatriación.
– Lo que no entiendo es… ¿cómo no se presionó más al gobierno de Franco? ¿Cómo los aliados no amenazaron con represalias? -Gabriel, absorbido por la historia, había decidido dejar de lado un rato su odio carnicero, aunque, por supuesto, éste no se había extinguido en absoluto. No podía evitar que la historia le atrapara y le dividiera en dos: el Gabriel que sentía una antipatía profunda y visceral hacia Virgilio y el Gabriel que quería conversar con él, saber más de aquella historia, incluso, qué extraña y paradójica ocurrencia, hacerse su amigo.
– Necesidades políticas y estrategias de la guerra fría. A nadie le apetecía un enfrentamiento abierto con el gobierno español, dada la situación geopolítica privilegiada de la península Ibérica, y si analizas todos los factores, como la posición estratégica de España como puente entre Sudamérica, Europa y África, las simpatías de Franco hacia el nazismo, la cantidad de nazis afincados en España y los aliados que hacían la vista gorda, no os sorprenderá que la mayoría de los miembros de la Kameradenwerk trabajasen desde España.
»Bueno, tras esta digresión creo que ahora entendéis que, teniendo en cuenta todo lo que os he contado no se puede probar de forma absolutamente concluyente que Gustav Winter fuera miembro de la Kameradenwerk, o de alguna asociación similar, pero resulta verosímil. Es decir, un hombre que monta una base militar en un enclave perdido que podría ser el escondite ideal para refugio y avituallamiento de cualquier barco, submarino o viajero de camino hacia Sudamérica o África; un hombre que cuenta con el apoyo de un gobierno fascista, gobierno que llega al punto de falsificar unos papeles para declarar a una península entera de un área de casi cuatrocientos kilómetros cuadrados exenta de servidumbre de paso… En fin, blanco y en botella.
»Pero, si continuamos con esta hipótesis, en 1950 las actividades de Winter empezaron a ser demasiado evidentes, y una cosa era que Franco diera asilo y refugio a jerarcas nazis en su país, y otra muy distinta que permitiera la actividad de una base militar que empezaba a ser un secreto a voces en una época en la que los helicópteros y los aviones aliados la habían emplazado perfectamente. De ahí que se le requiriera a Winter que destruyera la pista de aterrizaje y que paralizara las obras de construcción del muelle. La zona quedó abandonada, pero podría haber seguido funcionando como enclave de avituallamiento y refugio, aunque fuera temporal. Un retiro, por ejemplo, para ex nazis que estuvieran esperando papeles o transporte hacia otro lugar.
»Tened en cuenta que Jandía cuenta con cuatro manantiales de agua dulce, y los majoreros se aprovechaban de un sistema de canalización y riego que probablemente tenía cientos de años. Winter perfeccionó este sistema con acero alemán, y las ruinas de las tuberías aún son visibles hoy día. La casa Winter disponía de un aljibe y de un generador que cubrían las necesidades de agua y electricidad…
– Así que Cofete resultaba un lugar de retiro idílico.
– Exactamente, Helena. Recordad que todos los majoreros habían abandonado Cofete después de que Winter prohibiera la siembra en la zona y los condenara, por tanto, al hambre. La península de Jandía está atravesada por una crestería y son las montañas, precisamente, las que aíslan Cofete de los vientos alisios, de ahí el clima privilegiado. Como el terreno está en pendiente, se sembraba en bancales. Cuando Cofete era un vergel, existían unos bancales de cientos de años de antigüedad, muros de piedra que servían tanto para separar parcelas de cultivo como para aprovechar al máximo el terreno cultivable y evitar el desperdicio de agua. Al despoblarse la zona y al no haber nadie que fuera reponiendo las piedras que la lluvia o los vientos derribaban, dichos bancales se fueron derrumbando. El terreno se cubrió de piedras y todos los cultivos se perdieron. Y, así, el antiguo vergel que fue Cofete adquirió el aspecto yermo que tiene hoy.
– Y ahora, ¿qué es?, ¿un desierto?
– No exactamente, ya lo veréis. Estoy a punto de acabar la historia. En el año sesenta y dos, en una época en la que las actividades de la Kameradenwerk se habían limitado considerablemente, pues casi todos los ex altos mandos nazis va vivían confortablemente instalados en España o Sudamérica, o bien ya habían fallecido, Winter vendió las tierras de la península de Jandía pero se reservó la propiedad de la casa. Lo curioso es que antes de irse tapió los sótanos, de forma que actualmente es imposible precisar si de verdad existían, como se supone, túneles en la casa con acceso directo al mar, tal y como afirmaron en su día muchos de los sirvientes que habían trabajado en la casa. La leyenda dice que esos túneles se diseñaron para permitir el paso de submarinos, pero lo veo poco probable, pues la accidentada geografía de Jandía no da como para construir un túnel tan ancho que pudiera permitir el paso de un submarino. Y la zona, con semejantes corrientes, no permitiría maniobras muy sofisticadas. Yo tiendo a pensar que los túneles existían, ya que, de lo contrario, no veo la razón para tapiar los sótanos, pero creo que no se construyeron para permitir el paso de submarinos, sino para facilitar una huida rápida en caso necesario. Claro que todo son elucubraciones…
»En fin, cuando lleguemos, ya veréis cómo en semejante paisaje de soledad absoluta, cuando uno se encuentra con esa villa enorme en medio de la playa… Es imposible no darse cuenta de que se trata de un elemento insólito y preguntarse qué diablos pinta esa villa allí, ya que desde luego no es, ni puede ser, por sus dimensiones, por su aspecto, por su estructura, el sitio de recreo y reposo de una familia, tal y como insistían la viuda y los hijos de Winter. El caso es que Gustav Winter desapareció hace más de treinta años, después de habitar el extremo más despoblado de las Canarias durante otros treinta. Su secreto, si lo hubo, sigue sin desvelarse, y en Jandía la población sigue creyendo en la existencia de túneles subterráneos que conducen desde los sótanos de la casa Winter hasta el mar. Fuera o no Herr Winter un espía al servicio de Hitler, la leyenda vive. Y, cuando lleguemos allí y veáis la casa y el entorno, creo que entenderéis por qué…
El vehículo avanzaba ajeno a los celos de Gabriel, a su inseguridad, a sus miedos infantiles, ronroneando como un animal tranquilo y bien alimentado, y la voz interna de Gabriel le requirió que recuperara la compostura y la contención, que controlara la expresión y los gestos, que asegurara firmemente las compuertas para impedir que se desbordara cualquier emoción inoportuna. Igual que el caracol, con los años había ido creándose un refugio a la medida de sus necesidades, una concha frágil en realidad, y que podría resquebrajarse con la simple pisada de un niño, como acababa de quedar demostrado, pero su refugio exclusivo al fin y al cabo, en el que podía replegarse, como hacía siempre, cuando se sentía vulnerable. Contuvo la respiración y se obligó a sí mismo a concentrarse en el paisaje.