– ¿Cómo una playa tan hermosa está desértica? ¿Cómo nadie ha construido? Ni siquiera un chiringuito… -preguntó.
– Esta playa es muy engañosa. Ves estas arenas tan blancas, este agua tan azul, y piensas en un mar tranquilo, pero no… La arena es tan blanca porque es de origen orgánico, procedente de conchas de moluscos marinos, de ahí su extraordinaria belleza. Pero la de Cofete es una playa de ver y no tocar, nadie se baña en ella porque es extremadamente peligrosa, meter un pie en el agua es meterlo en la tumba… El oleaje es muy fuerte; además, la corriente lateral te empieza a arrastrar cuando el agua te llega por las rodillas. Un poco más allá (no la veis desde aquí, pero luego os la enseñaré) hay una roca a la que llaman «La roca de las Siete Mujeres», precisamente porque siete chicas se ahogaron allí.
Gabriel se habría quedado horas en aquella playa, llenándose los ojos de azul y blanco y vaciando la cabeza de Cordelias y Adas, de Patricias y Helenas, pero era demasiado consciente de que el tiempo apremiaba. En cuanto cayera el sol, no podrían seguir buscando. Siguió a Virgilio y a Helena y volvieron a subir al jeep. Condujeron paralelos al mar durante unos cinco minutos, hasta que Virgilio detuvo el coche a ras de playa, casi en la arena.
– ¿Veis? -señaló una enorme roca que se alzaba mar adentro-. Ese es el islote del que hablaba. El de las Siete Mujeres. Separa las playas ele Jandía y Barlovento. Ahora, mirad hacia allí, ¿veis la villa? Es la misma de las fotos.
El edificio se alzaba sobre un risco que había a pie de playa. Tenía un aspecto inquietante, recordaba vagamente a esas casas de torres picudas que suelen aparecer en las películas de terror. Pero no porque la arquitectura fuera gótica, al contrario. La casa era blanca, de tejas naranjas, con el mismo tipo de estructura colonial de tantas edificaciones que había visto Gabriel en Tenerife. Lo que la hacía tan siniestra era el hecho de que se alzase aislada y solitaria en medio de aquel paisaje negro, lo enorme que era y, sobre todo, que pareciese sumida en la oscuridad. Porque sobre el pico de la montaña se habían posado unas nubes y su sombra caía precisamente sobre la casa. Según iban subiendo con el jeep, la casa se iba haciendo más y más enorme.
– Al guardián de la casa le conozco. Hay un perro muy grande, pero no debéis tener miedo. Espero que os deje ver algo del interior. Ahora se la enseñan a turistas alemanes, pero gran parte está cerrada. Está en ruinas, además, y amén de que hay lugares de difícil acceso, también hay zonas peligrosas.
– Desde luego, no parece una casa de retiro, sino más bien un castillo -observó Helena.
– Sí, hay muchas cosas raras. Os lo mostraré antes de que entremos. Fijaos en la torre, ¿no parece una torre vigía? Es accesible solamente desde los dos pisos superiores, no podremos subir. Sin embargo, yo estuve hace años con un investigador alemán y lo que llama la atención es que allá arriba se encuentran los restos de una enorme caja de fusibles. Y cuando digo enorme, quiero decir enorme de verdad. Lo que hace pensar que allí, en la torre, se encontraba un aparato que requería una gran cantidad de electricidad.
– ¿Insinúas que la torre era un faro?
– Son conjeturas pero, sí, da esa impresión. Ahora fijaos en la terraza, y a continuación desviad la mirada hacia abajo, a la izquierda. ¿Veis todas esas pequeñas ventanas? Hay una que está tapiada. Bien, allí hay un pasillo largo que se abre a un montón de pequeñas habitaciones, todas ellas revestidas de azulejo blanco, sin ventanas y sin dimensiones para hacer de dormitorios.
– ¿Un hospital? ¿Un laboratorio?
– De nuevo conjeturas. Os puedo decir también que la cocina de la casa tiene unas dimensiones como para dar de comer a un ejército, no a una familia, y que, como os he dicho, los sótanos se tapiaron. Pero si caminas por el patio muchas veces suena a hueco, lo que indica que los sótanos debieron de ser muy grandes, o incluso da pie a especular, como alguna vez se ha dicho, con que la casa se hubiera construido sobre una cueva subterránea.
– Todo esto es fascinante.
– Sí, corren muchas leyendas, elucubraciones y teorías de todo tipo. Parece evidente que ésta no pudo ser una casa de recreo, pero, lo dicho, nada probado. Por Dios, ¿quién querría veranear aquí? La playa es peligrosa, la zona está desierta, no hay nada en lo que ocuparse, amén de en cazar perdices y en pasear por la playa… sin bañarse, claro. Por otra parte, Winter hizo una enorme fortuna en España, y sus hijos la han heredado. Siempre que alguien especula sobre el motivo o el fin de la construcción de la casa, los hijos amenazan con demandar. En fin, si queréis, entramos y pregunto al majorero si conoce a dos alemanas que puedan estar por aquí…
En ese momento, un perro enorme se acercó hasta el guía trotando y ladrando como un poseso. Detrás de él llegó un viejo desdentado que agarró al perro por el collar y saludó a Virgilio con un cabeceo.
Virgilio sacó un cigarrillo, le pasó uno al viejo y empezaron a hablar. Al cabo de unos diez minutos de charla, Virgilio tradujo.
– Le he preguntado si sabe de alguna casa en los alrededores, de alguna vieja casa de majorero que no esté en Cofete, sino cerca de aquí. Me ha dicho que hay dos. Una se ve desde aquí, ¿la veis? Me dice que conoce a los dueños, que viven en Morro Jable, y que está seguro de que ahora mismo no hay nadie porque pasa por allí todos los días cuando pasea con el perro. La otra, según me indica, está precisamente hacia el islote, de forma que, si es verdad que allí hay una casa, es cierto que cualquier fotografía de la casa Winter tomada desde allí presentaría exactamente la misma perspectiva de las fotos que sacó tu madre. Dice que la casa se nutre del mismo aljibe que la Winter a la hora de abastecerse de agua.
– Pero yo no veo ninguna casa.
– Puedes no verla, si es una casa de majorero tendrá poca altura y puede estar disimulada entre los bancales. Recuerda como la casa Winter se nos ha aparecido de pronto, pese a ser una construcción muy grande, casi un castillo. Debido a la orografía del terreno y a las perspectivas de pendiente, en esta zona se producen muchas ilusiones ópticas. Lo mejor será que avancemos hacia allí, a no ser que queráis echarle un vistazo al interior de la casa. El guardián estará encantado de enseñárosla siempre que le deis una propina.
A la casa se accedía a través de un portón de madera con una «W» gótica grabada en la entrada que daba a la puerta el aspecto de portón de castillo hechizado y no de casona canaria. La decadencia de la casa soñolienta se advertía nada más entrar. Las gallinas correteaban por los suelos de losas destrozadas por el crecimiento imparable de las malas hierbas que se habían abierto paso a través de las junturas. Se apreciaban a primera vista los desconchados en las paredes de cal. Atravesaron una amplia estancia con una chimenea que Gabriel imaginó salón de baile o sala de reunión de oficiales y a partir de ahí siguieron de habitación en habitación vacía. Finalmente, llegaron a una enorme terraza desde la que dominaba un paisaje impresionante. Gabriel entendió entonces por qué tanta gente pensaba que la casa había servido de base de observación, puesto que desde allí se abarcaba la extensión de las dos playas, y se podría avistar cualquier barco que cruzara o intentara atracar, así como cualquier persona que se acercara por tierra. Sin embargo, no se veía la casa a la que el guardián se refería, a no ser que, como Virgilio afirmaba, sus muros de piedra seca se camuflasen entre los bancales.