Giré el pomo. La puerta se abrió. Me volví una vez más para comprobar que nadie me prestaba atención. Dentro del despacho no había nadie. Cerré a mi espalda y suspiré.
Debía actuar rápido. Me concedí medio minuto para la inspección. Había una máquina fotocopiadora, una mesa portátil con un teléfono, varias carpetas y un maletín negro. ¿Por dónde empezar? No podía pararme a deliberar. Abrí el maletín. Había algunos documentos sueltos y una cinta de vídeo VHS donde leí, rotulado a mano, PSY PROJECT, I. Sin pensarlo dos veces, cogí la cinta y un fajo de papeles y salí con premura y sigilo.
En el pasillo todo seguía iguaclass="underline" nadie me había visto. Me dirigí a la salida.
Lo primero que hice al llegar al hotel fue analizar los documentos que había sustraído del maletín, cinco folios escritos en inglés e impresos en tinta negra con letra courier de cuerpo 12. Era probable que, al tomarlas precipitadamente, faltaran hojas antes y después.
Era una escueta relación de laboratorios y centros de investigación norteamericanos y un extracto de sus programas respectivos. No tardé en percibir un elemento común, y era que abordaban fenómenos parapsicológicos: percepción extrasensorial, telepatía y psicoquinesis. De cada uno de ellos se detallaba información en cuanto a la organización, entidades implicadas, financiación, plantilla, calendario, etc. Estos datos fríos no se acompañaban de ningún comentario adicional. En total, sumaban quince laboratorios extendidos a lo largo del país.
Me pareció sorprendente la proliferación de laboratorios psíquicos. Algunos, como la Fundación de Ciencia Mental de San Antonio, Texas, fueron creados con el objetivo de estudiar las fuerzas psíquicas, pero otros, de fuerte calado científico, se habían sumado a la corriente, como el muy prestigioso Laboratorio de Investigación de Anomalías de Ingeniería de Princeton o el de la Universidad de Duke en Durham, Carolina del Norte. Al parecer, suponía un viraje insólito en los actuales programas de investigación.
Me dispuse a visionar el vídeo. Era una grabación casera. Las primeras imágenes resultaban impactantes, casi indescriptibles: Lorenzo Rubio suspendido en el aire a un palmo del suelo. Exactamente como yo lo había visto cuando irrumpí en el laboratorio del Zócalo de la facultad.
Los ojos cerrados y la boca algo abierta, como si durmiera; esta placidez del rostro contrastaba violentamente con la rigidez del resto del cuerpo; sus brazos extendidos en ángulo recto sobre el torso, y las palmas abiertas como si quisiera atrapar algo que tuviera delante, conformaban una composición humana anómala, dislocante.
Se encontraba levitando en un lugar cerrado e iluminado por lo que parecía una fuente natural de luz. Tal vez el interior de una casa. El suelo era de madera. La imagen permanecía estática, en un plano fijo de cuerpo entero, donde se apreciaba claramente el vacío por encima de su cabeza y bajo los pies. El sonido llegaba nítido y directo. Un lento zoom abrió campo y pude ver, a un metro de Lorenzo, una mesa de comedor con dos tenedores. Segundos después, los cubiertos comenzaron a estremecerse con un leve tintineo, como si se estuviera produciendo un temblor de tierra. Sin embargo, la mesa permanecía quieta.
El movimiento de los cubiertos aumentaba gradualmente y comenzaron a desplazarse hacia el lado de Lorenzo, imantados por sus manos, ahora extendidas en esa dirección. Otro efectista zoom se cerraba sobre la aproximación de los objetos a las manos de Lorenzo.
De golpe la cámara viró el ángulo, la luz se aclaró y puso de manifiesto que todo era un truco, un efecto visual. En realidad, sólo levantaba un pie mientras el otro permanecía en el suelo. Para desvelar mejor el truco, la cámara se desplazó alrededor de Lorenzo, en un movimiento mal compensado que hizo bascular la imagen arriba y abajo (se advertía que el cámara hacía lo que podía). La toma final era la misma que al principio, con lo que parecía de nuevo que levitaba.
Ahora, Lorenzo pasaba a ser un actor que hablaba con aire desenfadado. Era una persona completamente distinta a la que me presentó Andy.
– ¿Es suficiente? ¿He salido favorecido? ¡No puedo estar levitando todo el día!
Lorenzo se acercó a la mesa, donde los cubiertos seguían reptando y moviéndose como gusanos.
– ¿A que son divertidos? Cada uno cuesta más de mil dólares, y hay que encargarlos a un fabricante especial, que sólo trabaja para profesionales.
Alzó uno de ellos y, con un pase «mágico» de la mano por encima, lo devolvió a su posición original, quieto y conforme. Hecho esto miró de frente, serio.
– Hola, me llamo Lorenzo Rubio. Trabajo para el CSICOP en el Proyecto Psy, dirigido por el doctor John Lizzy desde Stanford, California. Voy a adentrarme en el mundo de la llamada parapsicología científica, también llamada «estudio de los fenómenos anómalos relacionados con la conciencia». Les mostraré cómo funciona por dentro un experimento de esta clase, en lo que califican como condiciones de control. Recuerden algo importante: en el reportaje que van a ver a continuación, yo soy el único actor. Todo lo demás es real. Las imágenes se han tomado con cámara oculta, por lo que en ocasiones la nitidez de la imagen y el sonido no son perfectos. Espero que sea de su agrado.
Fin de la cinta.
36
De acuerdo, señor Frías, basta de ocultamientos, le diré la verdad, y le advierto que no le va a gustar. En realidad, no me queda más remedio, llegado a este punto. Usted ha sido un obstáculo en nuestros planes. Uno de esos imprevistos con los que, por desgracia, hay que contar, que no sabes cuándo van a surgir ni desde dónde, ni de qué naturaleza ni con qué consecuencias, pero en todo plan, por bueno que sea, siempre tiene que reservarse un hueco en blanco con un interrogante, yo lo llamo el gap maldito, para estar preparados en el momento en que aparezca y complique las cosas. Un gap, un hueco vacío, un roto, una discontinuidad, así opera el gap maldito, creando una laguna de incertidumbre, hay que contar con ese gap en el proyecto, sobre el papel, lo pones en cualquier parte del desarrollo porque en realidad el imprevisto es por naturaleza imprevisible, no sabes ni siquiera si te lo encontrarás al principio, al final o en medio del meollo, es esa contrariedad que no puedes suponerla ni aunque todo un equipo de expertos se estruje el cerebro pensando qué podría ocurrir para complicarlo todo: un robo, un incendio, un tornado, un golpe de Estado, una repentina enfermedad, una deserción, lo que sea. No contábamos con que llegara usted para unirse al proyecto, me siguiera hasta el cuartel de operaciones y me robara información.
Lamento que se haya tropezado con Andrew en este momento y que él le haya convencido para participar en su proyecto. Lo cierto es que usted venía predispuesto. Lo necesitaba. Lo que voy a pedirle es que se olvide de Inquiring Minds. Olvídese de Andrew Harris y de Lorenzo Rubio. Será lo mejor para todos. Ya vio que yo no quería que formara parte del equipo. Ahora sabrá por qué. Los escépticos sabemos reconocer a un escéptico. Pero a veces, hasta un escéptico consumado puede sufrir una crisis de fe, siente la necesidad de creer en sucesos sobrenaturales.
Usted había hecho un gran esfuerzo por creer, y eso es lo que pude apreciar en nuestra entrevista, que no fue tal. Fue una pantomima para hacer creer al señor Harris que atendía su imperiosa demanda de sumarle a usted al equipo. Yo no podía permitir que usted entrara de ninguna manera. Es la prueba de que no he querido engañarle.
La respuesta al problema de la psicoquinesis es que el problema es ficticio. Nadie mueve nada con la mente. Nadie levita ni camina sobre el agua. Estos supuestos fenómenos son cantos de sirena para muchos científicos, que desvían su rumbo y echan a perder años de trabajo. Existen en la medida en que la gente habla de ellos, en el imaginario colectivo, como los duendes de los bosques o el triángulo de las Bermudas. La gravedad no hace excepciones, no entiende de auras místicas. Como dice un amigo mío obeso, la gravedad es dura de sobrellevar, ¡pero es la ley! ¿Sabe que aún no hemos encontrado una maldita evidencia de lo paranormal, y seguimos buscando? Los escépticos no nos cruzamos de brazos, pensando que tenemos las respuestas y no hay nada que investigar ni descubrir. Hay una recompensa de la Fundación Randi de un millón de dólares, repito, un millón de dólares, para aquel que demuestre una sola facultad paranormal. Nadie la ha cobrado hasta la fecha. Cada «prueba» presentada como evidencia ha fracasado en un examen científico riguroso. No es que seamos enemigos de la parapsicología por antojo, no es que seamos impersuasibles, sino que aún estamos esperando a que llegue un verdadero psíquico y cobre la recompensa. De manera que, si quiere magia, vaya a ver a David Copperfield, ese hombre maravilla, pero no engaña, no es un farsante como los miles de mentalistas, astrólogos, curanderos y adivinadores que pululan por todo el mundo y se lucran con el engaño.