Las manos de Elaine temblaron, y derramaron el té caliente sobre su piel. Malah corrió hacia ella, le quitó la taza de las manos y secó el líquido con una toalla limpia.
– ¿Te has quemado las manos?
Konrad se arrodilló al lado de la silla de Elaine, y dispuso un trapo sobre sus manos. El frío le hizo dar un respingo. Dentro del trapo había nieve.
– El frío es lo mejor para una quemadura leve.
Sus manos envolvieron las de ella, presionando la nieve contra la piel. Elaine sintió una opresión en el pecho. El peso de las manos de Konrad sobre las suyas ahuyentó el frío de su cuerpo. Aunque su piel estuviera en contacto con la nieve, Elaine sentía calor. Advirtió cómo éste ascendía hasta su cuello, y entonces supo que se estaba ruborizando.
Konrad se limitaba a mirarle las manos, cumpliendo con su deber de enfermero. En ningún momento la miró a la cara.
Los ojos de Elaine se encontraron con la mirada del mago. Gersalius tenía razón, Konrad no sabía nada. No podía ver lo que un extraño había captado tan fácilmente.
– ¿Cómo tienes las manos ahora? -preguntó Konrad.
Elaine bajó la vista para mirarlo. El rubor había desaparecido al saber que él no sentía nada con su roce. Cuando Konrad había bajado la escalera con ella en brazos, el mero contacto de su cuerpo había hecho que Elaine se estremeciera. Para él, en cambio, se trataba únicamente de otra tarea. Otra persona enferma a la que atender.
– Ya no me duelen -respondió.
Konrad hizo un gesto de aprobación con la cabeza y se puso en pie, mientras recogía el trapo para lavarlo y ponerlo a secar. En ningún momento miró atrás.
– ¿Quieres más té, Elaine? -preguntó Malah.
Elaine negó con un gesto.
Malah se llevó la taza que había causado el problema, sin siquiera coquetear con el mago.
– Háblame de tus visiones -dijo Gersalius.
Su voz era afable, como si supiera de qué se había percatado Elaine. Puesto que podía leerle los pensamientos, probablemente lo sabía.
Su primera reacción fue de ira. ¿Cómo se atrevía a espiar sus sentimientos? Elaine abrió la boca para pedirle que se fuera, que la dejara sola, pero la mirada de sus ojos azules era demasiado amable, su rostro demasiado comprensivo.
– No escucharía tus pensamientos con tanta claridad si pudiera evitarlo. Pero esparces tus sentimientos como si fueran las chispas de un fuego. Brillas, Elaine. Brillas por tu talento. Cuando me dijeron tu edad, y que nunca habías recibido ninguna clase de formación, pensé que tus habilidades serían mínimas. ¿Cómo si no hubiera podido permanecer la magia bajo control durante tanto tiempo?
De repente, su rostro adoptó una expresión seria. Se inclinó hacia ella, y Elaine se sorprendió de pronto acercándose al mago.
– La fuerza de tu voluntad es implacable, Elaine. No querías ser una maga, así que reprimiste la magia que había en tu interior. La dejaste encerrada utilizando para ello únicamente tu brillante voluntad, la determinación pura. Si pudieras aprovechar esa fuerza para aprender magia, el resultado sería formidable. Y aprenderías muy rápido.
Elaine lo miró fijamente a los ojos desde tan sólo unos cuantos centímetros de distancia. El mago le estaba susurrando al oído, allí, ante el fuego; era un conspirador. Su poder se deslizaba sobre la piel de Elaine como el viento. El vello de la nuca y de sus brazos se erizó. Se le puso carne de gallina. Sintió cómo algo surgía en su interior, algo que no era fuego, ni frío, ni ninguna otra cosa a la que pudiera dar un nombre. Fuera lo que fuera, Elaine sintió que aquello fluía a través de su cuerpo, respondiendo a la magia del mago. Lo semejante llamaba a lo semejante.
Elaine tomó aire con suavidad. Había estado conteniendo la respiración sin darse cuenta. En las puntas de los dedos sentía un hormigueo, como si la magia fluyera desde sus manos; Sintió la necesidad de tocar al mago, para comprobar si la fuerza de esa magia aumentaría con un simple roce. Sospechaba que sería así. Quería tocarle la mano. Le dolía la piel debido a la necesidad de saber qué sucedería. Pero esa necesidad venía acompañada de miedo.
Cruzó los brazos por encima del estómago y ocultó las manos apretadas contra el cuerpo, cerradas en un puño, como si quisiera hacerlas desaparecer. Necesitó de toda su fuerza de voluntad, de la que Gersalius había hablado antes, para contenerse y no alargar un brazo hasta el mago.
Se reclinó en la silla separándose todo lo que pudo de él sin levantarse.
Gersalius también se separó de ella, dejándole más espacio.
– Cuando la magia toca a la magia, ésta puede aumentar de intensidad. Depende de la clase de magia de cada persona. La tuya, en mayor medida que la mía, radica en la imposición de las manos, creo.
– ¿Cómo puedes saberlo?
El mago se encogió de hombros y sonrió.
– Una de mis habilidades es evaluar el talento de los demás. La mayoría de los magos pueden reconocer el poder y valorar su fuerza potencial, pero muy pocos pueden dilucidar qué método empleará la magia para manifestarse.
– ¿La magia elige la forma en la que se hace patente? -Elaine hizo una pregunta, así que el mago se dispuso a responderla.
– Con frecuencia es así. Si hubieras recibido alguna clase de formación con anterioridad, tal vez habrías podido elegir el camino de tu poder; pero tal vez no. Ahora la magia ya ha tomado decisiones por sí misma. Tus visiones, por ejemplo.
Elaine negó con la cabeza.
– Hablas como si la magia fuera otro ser dentro de mí, y con voluntad propia.
– No es eso exactamente. No es una entidad separada de ti. No tiene sentimientos ni pensamientos propios. -El mago arrugó la frente, pensativo. Sonrió como si se le acabara de ocurrir algo agradable o hubiera tenido una inspiración-. Pongamos por ejemplo que tuvieras un don para la costura, pero no como algo aprendido, sino un don natural. Naciste para ser costurera o sastra. Pero nunca tuviste la oportunidad de aprender a coser. De repente un buen día confeccionas un hermoso vestido para un baile. Una semana más tarde haces otro aún más bonito que el primero.
»Si hubieras podido aprender a coser a una edad temprana, habrías podido decidir si querías diseñar vestiduras ceremoniales o ropa interior de abrigo, pero como tu talento estaba en estado latente, éste decidió hacer vestidos de baile. Tal vez serías más feliz tejiendo chales o diseñando vestidos más sencillos para ocasiones más modestas, pero ahora es demasiado tarde. Tu talento para coser ha decidido hacer trajes de fiesta para la gente adinerada.
El mago escrutó el rostro de Elaine un momento, como intentando calibrar hasta qué punto funcionaba su analogía.
– ¿Por qué no sabes qué es lo que estoy pensando ahora? -preguntó la muchacha.
El mago respondió en tono risueño.
– Muy bien, Elaine, muy bien. Al separarte de mí hace un momento, cerraste algo más que tu cuerpo; encerraste también tus pensamientos. Pero creo que el hecho de que hayas intuido tan rápido que ya no podía seguir leyendo tus pensamientos es aún más prometedor.
– Pero no sé cómo lo hice.
– Intenta recordar qué sentía tu cuerpo cuando te apartaste de mí. Piensa en las sensaciones. ¿Cómo eran?
Elaine reflexionó acerca de ello un momento. ¿Había sentido algo? No podía recordarlo. Se había apartado de él físicamente, pero ¿había sucedido algo más? Cerró los ojos, intentando recordar cómo se había sentido. La sensación que antes le había recorrido la piel había desaparecido al poner una distancia entre ellos. La magia se había retirado a su interior. Había roto la conexión con Gersalius. Le había cerrado las puertas a su mente y a su magia. Era un pensamiento reconfortante.
Abrió los ojos.
– Cuéntame -dijo el mago.
Elaine le contó lo que había sentido.
– Tienes una percepción sorprendente de los principios básicos. ¡Qué discípula tan fantástica serías! -La expresión de su rostro era entusiasta, como si acabara de crear a Elaine en ese preciso instante.