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– ¿Qué significaría convertirme en tu discípula? -Se sorprendió a sí misma formulando esa pregunta. ¿Realmente estaba contemplando la posibilidad de estudiar magia? En efecto, acababa de hacerlo.

– Cuanto más tiempo pudieras pasar conmigo, más rápido aprenderías, y más pronto podrías controlar tus poderes.

– ¿Tendría que mudarme a tu casa?

– Por supuesto, serías bienvenida. La otra posibilidad es que yo me mudara aquí. Estaría dispuesto a hacerlo. En circunstancias normales, con alguien tan predispuesto a aprender, acudiría a su casa para su instrucción. No me gustaría tener que separar a una joven maga de su familia y amigos.

Un pensamiento no expresado en voz alta quedó flotando entre ellos: aquéllas no eran circunstancias normales.

– Jonathan nunca alojaría a un mago bajo su propio techo.

– ¿Aunque se trate de ti?

Elaine negó con un movimiento brusco de cabeza, que hizo que su melena le azotara el rostro. No quería pensar en ello.

– No lo sé.

– Si no podemos persuadirlo de que permita a un mago extraño vivir bajo su propio techo, tal vez será más fácil que acepte cuando ya hayas sido instruida.

Aquello tenía cierta lógica, pero el odio de Jonathan hacia los magos no.

Blaine gritó desde la mesa:

– Podría funcionar.

– Y yo que creía que nuestra conversación era privada -dijo Gersalius, pero no había enfado en su voz.

Blaine llegó hasta ellos, sonriente.

– Si os mudáis aquí, debéis saber que no hay conversaciones privadas.

– Hay una pequeña cabaña dentro de la finca -dijo Konrad-. Os ayudaríamos a hacer las reparaciones necesarias y a mudaros.

– ¿Realmente crees que Jonathan permitiría a un mago vivir en el interior de las murallas?

Elaine alzó la vista hacia el alto guerrero. Intentó ver algún indicio que le indicara que no haría semejante esfuerzo por cualquiera, sino porque se trataba de ella. Su rostro era inescrutable. ¿Podría llegar a leerle los pensamientos, tal como Gersalius había leído los suyos?

El mago le rozó levemente la mano. Sin magia, simplemente un breve contacto para llamar su atención.

– Si yo estuviera en tu lugar, no lo intentaría. Con frecuencia descubrimos cosas que no queremos saber. Además, ¿cómo crees que se sentiría Jonathan si supiera que ya estás intentando utilizar la magia en relación con los habitantes de la casa?

– De nuevo me lees los pensamientos.

– Como ya te dije, las emociones fuertes facilitan las cosas.

Konrad y Blaine arrugaron la frente simultáneamente.

– ¿De qué estáis hablando? -preguntó Blaine.

Gersalius sonrió.

– Si maese Ambrose me permitiera quedarme aquí, aunque fuera en la pequeña cabaña, lo haría. Por semejante discípula, estaría dispuesto a abandonar mi cómodo y acogedor hogar, incluso con estas nieves.

– Hablaré con Teresa -dijo Konrad-. Si alguien puede convencerlo para que dé su aprobación, es ella.

– ¿Crees que aceptará? -preguntó Elaine, mientras se inclinaba hacia él, ansiosa por tocarle las manos, rozarle la piel desnuda, y hacer que se estremeciera del mismo modo que ella.

De nuevo Gersalius le dio unas palmaditas en la mano, mientras negaba levemente con la cabeza. Elaine lo miró con el ceño fruncido.

– No estaba…

– La magia incontrolada tiende a buscar aquello que desea -replicó, en voz tan baja que seguramente nadie más pudo oírlo.

Elaine sintió una oleada de calor que le subía desde el cuello hasta el rostro. De pronto se sorprendió ruborizándose, irritada por el hecho de que sus emociones fueran tan obvias. Alzó la mirada hacia Konrad, pero éste parecía simplemente desconcertado.

– ¿Por qué aparece ahora la magia? ¿Por qué no se manifestó antes?

– Ha estado intentando salir por tus rendijas durante algún tiempo. Ahora estoy aquí y puedo decirte cuándo se manifiesta y cuál es el objetivo de ese poder. Pero ya hace tiempo que está presente.

Elaine reflexionó acerca de ello. Magia incontrolada que flotaba alrededor de su ser y actuaba en función de sus deseos.

– ¿Soy peligrosa?

– En estos momentos, sobre todo para ti misma. Pero eso cambiará, Elaine; con instrucción o sin ella, eso cambiará.

El miedo le recorrió la piel, como una gélida ola.

– No puedo poner en peligro a la gente a la que quiero. Si Jonathan no te permite vivir aquí, tendré que irme.

– Y yo me iré contigo -dijo Blaine.

– No, Blaine, los dos no podemos irnos.

– No permitiré que te vayas sola. Lo sabes perfectamente -dijo con un rictus de tenacidad.

– Nadie se va a ninguna parte -intervino Konrad-. Voy a buscar a Teresa. ¿Podríais esperar hasta que hayamos solucionado este asunto, maese Gersalius?

El mago asintió con la cabeza.

– Con mucho gusto, siempre que haya más galletas de ésas tan deliciosas.

Malah se acercó con otro plato de galletas.

– No perderemos a nuestra Elaine por la testarudez de Jonathan.

– No -confirmó Konrad-, no lo permitiremos. -Dicho esto, giró sobre sí mismo y salió en busca de Teresa.

– Será mejor que vaya con él. Sabes que a Teresa le cuesta mucho negarme cualquier cosa. -Blaine salió con una sonrisa y agitando el brazo, lleno de seguridad en sí mismo, o como mínimo eso aparentaba.

Malah seguía removiendo la olla en el fuego.

– Konrad haría lo mismo por cualquiera de nosotros, ¿no crees? -preguntó Elaine con voz suave.

– Mucho me temo que así es -respondió Gersalius.

– ¿Seré capaz de leer sus verdaderos sentimientos algún día?

Los ojos del mago contenían tristeza, como si estuviera reviviendo el dolor de una vieja herida.

– Me temo que demasiado rápidamente.

– ¿Pudiste leer sus pensamientos?

– No, muchacha, eso sería inmoral, a menos que se trate de otro mago. Si la otra persona no puede leer tu propia mente, resulta sumamente injusto. Sería como leer su correo privado.

– Crees que no me gustaría lo que podría encontrar, ¿no es cierto?

– Quiero que seamos sinceros el uno con el otro desde el principio, Elaine Clairn. No, no creo que te gustara.

Elaine apartó la mirada de sus ojos amables. El fuego brilló en las lágrimas no derramadas hasta que la estancia empezó a desdibujarse en una sombra anaranjada. Cerró los ojos, y una sola lágrima recorrió cada una de sus mejillas. El aprendizaje de la magia presentaba más escollos de lo que había imaginado. Aprendería a leer la mente y los sentimientos, y, por mucho que Gersalius le advirtiera, Elaine sabía que un buen día leería la mente de Konrad. No sería capaz de resistir la tentación. Y eso pondría fin a las suposiciones, a la esperanza, al miedo, para dejar al descubierto la verdad desnuda. Y entonces se le rompería el corazón, así de simple.

Capítulo 5

Jonathan Ambrose estaba solo en su estudio. Su ventana daba al patio interior del fuerte. Desde allí podía ver la cabaña que le habían ofrecido al mago. Unas luces extrañas, procedentes de las ventanas y la puerta abierta de la cabaña, bailaban sobre la nieve. Columnas de polvo gris salían de la puerta y ensuciaban la nieve. Un montón de desechos se movían ordenadamente por arte de magia hacia el exterior, para ser amontonados por unas manos invisibles a un lado de la entrada de la cabaña.

De las diminutas ventanas de sucios cristales salía un resplandor dorado. Pero no era la luz de una lámpara, sino de la magia. ¿Cómo había permitido que lo convencieran para consentir algo semejante? ¿Cómo era posible? Sabía perfectamente qué significaba permitir la estancia dentro de las murallas a un mago. Se trataba de criaturas débiles, que podían pasarse fácilmente al lado oscuro. Todos ellos anhelaban el poder, y la oscuridad ofrecía maneras más sencillas de conseguirlo que la luz. El mismo poder, pero con menos esfuerzo. Jonathan todavía no había conocido a un mago que pudiera resistir la tentación.