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La bestia se volvió lentamente, escrutando los árboles. Dio una vuelta completa, dándole la espalda a la mujer. Ésta había conjurado un poderoso hechizo para ponerse a salvo, pero la bestia ya no estaba interesada en ella. Empezó a husmear el aire, mientras su aliento parecía echar espuma en el aire gélido. De pronto, miró fijamente a Elaine. No estaba segura de qué era lo que había cambiado o cómo se había dado cuenta, pero supo que la había visto, que sabía que estaba allí.

Alguien la sacudió violentamente. Le dolía la cara. Parpadeó, y alguien la golpeó con fuerza. Gersalius la sostenía. Jonathan retiró la mano para volver a golpearla.

Elaine alzó un brazo para protegerse.

– Creo que ya está mejor -dijo Gersalius, mientras posaba una mano en el hombro de Jonathan-. No creo que sea necesario volver a hacerlo.

– Me dijiste que debía darle una bofetada -replicó Jonathan, con cierto tono defensivo.

– Lo sé -confirmó el mago-. Elaine, ¿cómo estás?

– Tenía una visión. ¿Por qué habéis interrumpido mi concentración? -De pronto se sentía furiosa con ellos-. Ahora ya no sé si la mujer está a salvo. ¿Por qué me despertasteis?

– Una gran oscuridad había dado contigo, Elaine. Noté cómo te buscaba. Grité, intentando romper tu concentración antes de que pudiera encontrarte.

– ¿De qué estás hablando?

– El hombre lobo no es tan sólo un monstruo. Es una importante fuerza del mal, mucho más poderosa de lo que parece.

Elaine lo miró parpadeando, atónita.

– ¿Cómo sabes lo del hombre bestia?

Jonathan respondió por él..

– Tu… visión se reflejaba en todas las superficies. Todos pudimos verla en los espejos retorcidos del hielo.

Había algo en su voz que hizo callar a Elaine. Desaprobación. No aprobaba su comportamiento. Había recelo en sus ojos, algo parecido al… miedo. Aquella mirada se clavó en el corazón de Elaine como una daga. La muchacha apartó la mirada, ocultando el rostro en el hombro de Gersalius. Escondió sus lágrimas en el manto del mago, con la esperanza de que Jonathan no se diera cuenta.

– Si todavía puede montar -intervino Teresa-, debemos ir a ayudar a los demás.

Cuando Elaine advirtió que Jonathan se había puesto en pie y se alejaba, alzó la cabeza lentamente.

Gersalius le rozó la cara con sus dedos fríos y desnudos, recogiendo sus lágrimas.

– No pretende hacerte daño.

– Ya lo sé.

Elaine intentó dejar de llorar, enjugándose la cara con los guantes. Gersalius la ayudó a ponerse en pie. No podía recordar haber desmontado de su caballo, ni mucho menos el momento en que había caído sobre la nieve.

– Nunca una visión había sido tan larga -comentó.

– No fue sólo una visión.

– Debemos ayudar a los demás -dijo Teresa-. Monta.

– ¿Te encuentras lo bastante bien para cabalgar? -preguntó el mago.

– Sí, estoy bien. No me siento cansada, ni tengo frío, ni ningún otro malestar. ¿Por qué no, esta vez?

– Porque estás aprendiendo a controlar tu magia.

Teresa trajo el caballo de Elaine.

– Le sostendré la cabeza mientras montas.

El caballo puso los ojos en blanco. No parecía excesivamente contento.

– No hay tiempo para remilgos, Elaine. Los demás ya se han puesto en marcha. Puede que estén heridos y necesiten nuestra ayuda.

Elaine asintió. Se aferró al arzón de la silla. El caballo parecía querer alejarse bailando; únicamente la cabeza permanecía firme gracias a Teresa. Gersalius la alzó por la parte de atrás, y Elaine se encaramó sobre el caballo. Se sentó en la silla, pero advirtió que el caballo seguía inquieto debajo de ella.

Teresa soltó la cabeza del caballo y lo espoleó hacia adelante, dejando que Elaine se hiciera con las riendas. La muchacha sabía que Blaine se encontraba a salvo. Sus visiones siempre le advertían si a las personas que amaba les estaba sucediendo algo verdaderamente horrible. Como la muerte de sus padres. No podía pasar nada definitivo sin previo aviso, aunque éste a menudo no sirviera para nada. Pero Elaine se sentía más segura sabiendo que no sucedería ninguna catástrofe por sorpresa.

Jonathan seguía a Teresa. Únicamente Gersalius esperó por ella. Elaine aflojó las riendas. El caballo dio un brinco que la hizo chillar, para luego salir disparado hacia adelante, al galope, estirando totalmente su musculoso cuerpo. Saltó por encima de un árbol caído. Elaine reprimió el grito que creció en su garganta. El caballo dejó atrás la montura de Teresa, y Elaine se dio cuenta de que el animal se alejaba desbocado. Cuanto más tiraba de las riendas, más corría el condenado.

La capucha cayó hacia atrás. Su melena ondeaba con el viento helado. Los árboles parecían precipitarse hacia ella a gran velocidad, borrosos. Las manos buscaron la silla, intentando agarrarse a un asidero, a lo que fuera.

Por encima del viento ululante, oyó el ruido de una pelea: un caos de rugidos, chillidos y golpes. El caballo se dirigía directamente hacia allí.

La montura cabalgó al galope, un arroyo ancho de corriente rápida con bancos de nieve en proceso de deshielo. Elaine vio horrorizada cómo el animal arqueaba el cuerpo y saltaba por encima del arroyo. Salió despedida cuando el caballo aterrizó y trepó por la otra orilla.

Chocó contra un árbol y se desplomó al suelo. No podía respirar, ni mover el cuerpo. Se sentía impotente y agonizante. Aquel estúpido caballo había conseguido acabar con ella.

Capítulo 9

Algo se estrelló contra la maleza. Elaine intentó girar la cabeza hacia aquel sonido, pero era incapaz de moverse. El simple hecho de respirar ya le suponía un tremendo esfuerzo. Si se trataba de una enorme bestia dispuesta a devorarla, no podría hacer nada para ponerse a salvo. Este pensamiento la irritó. Volvió a respirar con dificultad y luchó por sentarse, recostándose en el árbol contra el cual casi se había roto la espalda.

Blaine estaba de pie, hundido en la nieve hasta las rodillas, con la espada desenvainada y el escudo fuertemente agarrado contra sí. Dos lobos lo rodeaban. En medio de la profunda nieve luchaba por mantener a ambos bajo su control visual, pero éstos se separaban uno del otro, como si conocieran sus intenciones. Ni él ni las bestias habían visto a Elaine.

Ésta estaba sentada en el frío suelo y observaba a su hermano. ¿Qué podía hacer para ayudarlo? No era una guerrera. Ni siquiera contaba con el cuchillo de pelea que blandía la mujer de ojos dorados de su visión. Tan sólo tenía una pequeña daga destinada a cortar alimentos o a descortezar leña para un fuego, pero no para luchar.

Uno de los lobos se abalanzó sobre Blaine, quien le asestó un golpe con su espada. El lobo dio un aullido y cayó hacia atrás. La sangre fresca se filtró en la nieve. El otro lobo arremetió contra Blaine por su espalda, antes de que a éste le diera tiempo a volverse, lo derribó con su peso y mostró los colmillos con la intención de machacarle el cráneo.

Elaine gritó:

– ¡Noooo!

El lobo giró sobre sí mismo. Todavía tenía inmovilizado a Blaine, pero ya no parecía tener intención de morder. Desvió sus ojos ambarinos hacia Elaine.

Elaine intentó ponerse en pie con gran esfuerzo. El lobo herido avanzó hacia ella acechante, con los miembros muy rígidos. El otro lobo se volvió hacia Blaine, enseñando los colmillos. Blaine consiguió alzar un hombro, pero el lobo atacó. Blaine gritó.

Elaine buscó a su alrededor algo que pudiera usar como arma para defenderse. Extrajo una rama de la nieve. El lobo herido se agazapó, con las caderas tensas, listo para saltar. Se oyó un nuevo alarido de Blaine, pero Elaine no podía prestarle atención. El lobo herido se abalanzó sobre ella, y ésta blandió la rama a modo de espada.

El lobo chocó contra la rama, y aunque Elaine consiguió rechazar el ataque, su peso la empujó hacia atrás, haciéndole caer en la nieve. El enfurecido lobo se encontraba sobre ella, clavado en la rama como una tienda de campaña en su estaca, pero se revolvía arañando con sus garras el rostro y los brazos de Elaine. Ésta gritó.