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– Gracias.

El elfo permitió que Elaine lo ayudara a acercarse al segundo cuerpo y a arrodillarse en la nieve; espiró profundamente, todavía tembloroso.

– No puedes hacerlo. -Gersalius estaba de pie ante ellos con su toga negra-. Puede que no sea sanador, pero sé que estás gravemente herido. Si lo intentas, pondrás en juego tu propia salud.

El elfo alzó la vista, todavía apoyándose en el brazo que le había ofrecido Elaine.

– Soy sanador de Bertog. No tengo derecho a guardar para mí mis dones si éstos pueden ayudar a los demás. -Dijo esto absolutamente convencido de sus palabras. La fuerza de esta creencia era casi tangible; su verdad, cálida y luminosa.

Thordin tocó el brazo del mago.

– Es un sacerdote, un verdadero sanador. Déjalo.

El rastro dejado por las lágrimas se había helado. La sonrisa de Thordin irradiaba una paz que Elaine nunca antes había visto en su rostro.

– Era de prever que no hubiera sido capaz de devolver la vida ni a un solo muerto -insistió Gersalius-. Arriesga algo más que su vida aquí, y tú lo sabes.

– Es un riesgo que debe asumir él mismo.

– No sé si llega a entender el alcance de ese riesgo.

– ¿Qué quiere decir el mago, Thordin? ¿Que el sanador arriesga más que su propia vida? -dijo Jonathan, mientras se acercaba a ellos.

Tenía los ojos más abiertos de lo normal, con un toque salvaje en la mirada. Incluso el exterminador de magos había quedado impresionado por aquel hechizo.

Gersalius se apartó de Thordin.

– Este país corrompe todo lo que llega a tocarlo. Y tú lo sabes, exterminador de magos.

– Corrompe toda la magia, sí.

– Y corromperá incluso este don puro. Hasta hoy, hubiera jurado que ningún sacerdote era lo suficientemente poderoso para solicitar ayuda divina en Kartakass.

– Si realmente puede resucitar a los muertos, entonces seguramente es inmune incluso a las fuerzas de este país -dijo Thordin.

El mago volvió a negar con la cabeza, tenaz.

– De ser eso cierto, todo está bien, pero en caso contrario, el sanador debe ser consciente de los riesgos. Si no comprende realmente su alcance, entonces no podrá decidir libremente.

El elfo se inclinó sobre el hombre caído.

– Aunque tuviera que arriesgar mi propia alma, no podría hacer otra cosa -declaró.

– ¿Y si eso es exactamente lo que estás poniendo en juego? -dijo Gersalius.

El elfo alzó la vista hacia el mago. Su sonrisa se suavizó, y Elaine sintió que el elfo se erguía en sus brazos.

– En ese caso, que así sea. Se trata de mi elección, tomada con libertad y otorgada con libertad.

– No lo entiendes. No puedes entenderlo.

– Déjalo, mago -dijo Jonathan-. Ya ha tomado una decisión.

– Como tú digas, exterminador de magos. Pero el hecho de haber pasado unos cuantos instantes en Kartakass no lo prepara a uno para pasar el resto de sus días aquí.

El elfo liberó el brazo suavemente de la mano de Elaine.

– Gracias por tu ayuda.

Elaine respondió con un leve movimiento de cabeza.

El elfo colocó la mano sobre el pecho del hombre. En este caso, no había armadura que ocultara lo que iba a suceder. Nada hubiera conseguido apartar a Elaine del elfo.

Éste dejó caer la cabeza hacia adelante, con lo que sus brillantes cabellos se desparramaron como una cortina sobre su cara. Elaine reprimió el impulso de apartarle el pelo hacia un lado. Quería verle el rostro, sus facciones, mientras llevaba a cabo el milagro. Porque no se trataba de otra cosa. Había crecido escuchando las historias de Thordin sobre sanadores, pero no había comprendido realmente su esencia. Ahora sí la había captado, y se sentía ansiosa por saber más sobre aquella… magia, aunque la palabra «magia» le parecía que se quedaba corta.

Era algo que iba en aumento, como la misma tierra en su despertar bajo el calor del sol. Algo procedente de una fuente desconocida, que iba llenándolo todo; y ese poder se reunía en el exterior para mezclarse con una chispa de magia que el elfo guardaba en su interior. Elaine podía sentirlo como si se tratase de su propio cuerpo. Por supuesto había magia, pero era mucho más que eso.

El hombre muerto realizó una inspiración como un gemido, mientras su columna vertebral se curvaba hacia arriba como si un cordón tirara de ella. Parpadeó y se enderezó con un sobresalto, como alguien a quien hubieran despertado de repente. Miró a su alrededor con los ojos desorbitados.

– ¿Dónde estoy?

El elfo dibujó una sonrisa beatífica por segunda vez, y lentamente se desplomó ante las piernas del hombre al que acababa de resucitar.

Elaine no estaba segura del todo, pero le pareció oír susurrar a Gersalius: «Ya te lo advertí».

Capítulo 12

La tela de las tiendas ondeaba bajo el azote del viento. Los dos hombres que habían vuelto a la vida yacían sobre un montón de pieles y mantas. El elfo, Silvanus, se encontraba acurrucado en una esquina, casi inconsciente. Apenas se había movido desde que lo habían llevado al campamento. Los dos hombres antes muertos habían mostrado mucho más brío.

El hombre más corpulento, Fredric Vladislav, abrazaba las pieles contra su pecho desnudo.

– No está bien que una mujer me vea de esta guisa. Sobre todo, si se trata de una mujer soltera. La piel de sus hombros era blanca como la leche. Muchas mujeres hubieran estado orgullosas de tener una piel semejante. La cicatriz blanca e irregular que le recorría la clavícula estropeaba el conjunto, sin embargo, al igual que la mano que apretaba fuertemente las pieles. Sus ojos eran del color de las nubes de tormenta, un pálido gris indefinido. El amplio bigote blanco combinaba bien con las espaldas increíblemente anchas.

Elaine siempre había considerado que Thordin era un hombre de gran tamaño, pero en comparación con el paladín -que así era como él mismo se denominaba- parecía incluso pequeño. Una de esas manos, encallecidas por el manejo de la espada, podría haber cubierto por completo la cara de Elaine. Y sus pies rozaban peligrosamente las paredes de la tienda,

– No me habría desvestido si el sanador me hubiera dicho que una joven entraría en la tienda.

– Es una… enfermera. ¿No es así como la llamaste? -preguntó Randwulf.

Konrad respondió desde la parte trasera de la tienda, mientras colocaba sus ungüentos y vendajes sobre un trozo de tela limpio al lado del elfo inconsciente.

– Sí, me ha ayudado en muchas ocasiones a atender a los heridos. -Dijo esto sin levantar la vista, poniendo toda su atención en las medicinas.

Tiempo atrás, Elaine habría pensado que semejante comentario era un elogio. Ahora le resultaba hasta cierto punto irritante, simplemente otra señal de que en realidad no era importante para él. Como si la considerase un instrumento más o una hierba medicinal. j_.

– Ya he visto el pecho desnudo de un hombre antes, maesé Vladislav -dijo Elaine, tirando de las pieles.

Pero aquellas poderosas manos seguían agarrándolas con fuerza. A menos que él aflojara su agarre, no podría moverlo.

– Pero no has visto el mío. Además, muchacha, eso no es lo único que está al descubierto bajo estas mantas.

– Por el cuello del hombre subió una oleada de color, que lo tiñó de rosa desde la parte superior del pecho hasta la frente.

Elaine sonrió; no pudo evitarlo.

– ¿Tal es tu descaro que esto te resulta divertido? ¿Eres la ayudante de un sanador o una soldadera?

– No sé qué es una soldadera -dijo Elaine.

– Me encantaría poder enseñártelo -dijo el otro hombre con un tono pícaro que la hizo sonrojarse.

– Ah, os referís a una mujer de vida disoluta -comentó ella en un murmullo.

Se había ruborizado y apartó la mirada del hombre corpulento. Era cierto que había atendido heridos, pero en su mayor parte se trataba de miembros de la familia que la había adoptado. A decir verdad, nunca había visto desnudo a un perfecto desconocido. Konrad lo había olvidado o tal vez no le importaba demasiado.