– La sanación de los sacerdotes no es igual. O por lo menos, no es eso lo que Kilsendra me explicó.
El mago torció el gesto.
– Muy poco observador por mi parte, si lo que dices es cierto.
Elaine bebió un sorbo de su infusión y se volvió hacia Thordin. Parecía saber más sobre esa clase de sanaciones que el mago.
– Si una herida no sana por completo, ¿qué se hace para seguir tratándola?
– No estoy seguro de a qué te refieres.
– ¿Se procede a limpiarla? ¿Vendarla?
– Eso creo. -Pero Thordin parecía desconcertado-. ¿Por qué no es posible tratarla como cualquier otra herida?
– Porque las heridas normales no se quedan así, tal cual, simplemente llenas de sangre. Konrad tiene miedo de que al limpiarlas éstas vuelvan a sangrar, y que después sea imposible cortar la hemorragia.
– ¿Por qué no deberían dejar de sangrar? -preguntó Thordin.
Gersalius tomó ahora la palabra.
– Puedo entender su preocupación. ¿Qué pasa si lo que impide que la sangre fluya es una especie de campo mágico? ¿Quedaría éste destruido al tocarlo? Y si el conjuro que ayuda a coagular la sangre queda destruido, ¿será posible detener la sangre con los métodos tradicionales?
– Sí, eso exactamente es lo que no sabemos.
Thordin arrugó la frente.
– No recuerdo ningún caso semejante.
– ¿Estás seguro? -preguntó Elaine.
– Estoy seguro de que nunca tuve noticia de que pasara algo así, pero no por ello puedo asegurar que nunca haya sucedido… -Se encogió de hombros-. Yo no soy sanador.
– ¿Cómo atendía tu amiga la sacerdotisa las heridas sólo curadas en parte? -preguntó Gersalius, de nuevo recostado sobre las pieles, con la taza de té en la mano. En su toga podía verse una pequeña mancha húmeda, consecuencia del té derramado anteriormente.
– Kilsendra volvía a imponer las manos sobre las heridas por segunda o tercera vez. A veces tenía que esperar un día entero para recuperar las fuerzas, pero siempre era ella misma la que nos curaba.
– ¿Y las heridas?-preguntó Elaine.
Su mirada se perdió en la nada, como si estuviera viendo cosas sucedidas hacía mucho tiempo en algún lugar remoto.
– No las tocábamos. Esperábamos hasta que Kilsendra pudiera curarnos.
– Así que en realidad no sabes qué sucedería en caso de emplear métodos más mundanos en heridas previamente curadas con magia -concluyó Gersalius.
Thordin negó con la cabeza lentamente.
– Creo que no. -Miró a Elaine-. ¿Ha despertado ya el sacerdote elfo?
– No, sigue inconsciente, pero el muñón del brazo perdido parece curado, así que no hemos tenido que cauterizarlo.
Gersalius se atragantó con el té. Cuando dejó de farfullar, añadió:
– Yo no aplicaría fuego a ninguna herida. Creo que eso impediría que la carne siguiera cicatrizando.
Elaine sintió frío de pronto, pero era una sensación que nada tenía que ver con el viento del invierno. ¿Qué hubiera sucedido de haber efectuado las curas normales? ¿Habrían condenado a los tres hombres a sufrir por culpa de sus heridas de por vida? Konrad afirmaba que las quemaduras eran las heridas más dolorosas. El brazo del elfo hubiera presentado el aspecto de un muñón quemado en lugar de la suavidad que la piel tenía ahora. Parecía que el elfo hubiera nacido con el brazo así, que se tratara de una deformidad más que de una herida.
– ¿Qué debemos hacer? -preguntó.
– Nada -respondió Gersalius-. Esperad hasta que el elfo vuelva en sí.
– ¿Qué pasa si una herida empieza a sangrar otra vez? ¿O si entran en estado de shock? ¿Podemos tratarlos con hierbas? ¿O eso tal vez sería también contraproducente?
– Haced lo que creáis conveniente para mantenerlos con vida -opinó Gersalius-, pero sólo lo único e imprescindible.
Thordin asintió con la cabeza.
– Soy de la misma opinión.
– De acuerdo, entonces le comunicaré a Konrad vuestras recomendaciones. -Dicho esto, tendió la taza vacía a Thordin-. Gracias por los consejos y por la infusión. -Elaine se puso en pie, medio encorvada, y alzó la portezuela de la tienda.
Afuera, el aire seguía inmóvil como si fuera de cristal y tan gélido que cada respiración resultaba dolorosa. Elaine se detuvo unos instantes, escrutando el cielo. Las nubes habían avanzado, otorgando al cielo una blancura perfecta. Amenazaba con nevar, pero la quietud del aire hacía pensar más bien en una tormenta. Sólo en una ocasión había visto rayos en una tormenta de nieve. Era algo inusual, pero después de tantos acontecimientos extraordinarios, tan sólo se trataría de uno más. Una breve tormenta en pleno invierno era una nadería en comparación con todo lo que había visto aquel día. Fuera cual fuera la causa, la atmósfera era pesada y amenazadora.
Elaine miró a Blaine, que seguía entretenido ante el fuego. Estuvo a punto de preguntarle si también podía sentirlo; pero, en caso de que no fuera así, haría que se preocupara por nada. Si la sensación era el inicio de una visión, iría a más; si no, se desvanecería poco a poco, y únicamente Elaine debería preocuparse por ello.
Se arropó bien en el abrigo y se apresuró a regresar al lado de Konrad. Éste se encontraba arrodillado junto al elfo, dando la espalda a la abertura de la tienda. Se volvió, alertado por el ruido o tal vez por el frío. Al ver a Elaine, le hizo señas de que se acercara.
Elaine retiró la capucha hacia atrás y se arrodilló a su lado.
– ¿Qué sucede? -susurró.
Konrad buscaba con la mano el pulso en el cuello del elfo.
– Su corazón no late como debería.
– Quizá es algo normal en un elfo.
Konrad negó con la cabeza.
– Antes su pulso era firme y constante; ahora es débil e inestable. Compruébalo tú misma. Konrad le frotó las manos para que éstas entrasen en calor. Elaine nunca tocaba a un herido con las manos frías si podía evitarlo. Palpó la suave piel del cuello. El pulso era vacilante; de pronto, el corazón dio unos cuantos latidos rápidos para después volver a un ritmo constante. Elaine mantuvo la mano allí durante unos instantes, pero el pulso seguía estable.
– He notado las palpitaciones, pero parece que ahora vuelve a la normalidad -comentó ella.
– No me gusta. Su corazón estaba bien hasta hace apenas unos minutos. -Arropó al elfo con una piel hasta la altura de la barbilla-. No sé qué pasa. Ni siquiera entiendo por qué no despierta. En un principio pensé que estaba inconsciente debido a la herida y al esfuerzo que le supuso conjurar una magia tan poderosa, pero ahora… ya no estoy seguro.
– Thordin y Gersalius no parecieron alarmarse por el hecho de que el elfo siguiera durmiendo.
– ¿Qué dijeron sobre el tratamiento de las demás heridas? -preguntó Konrad.
– En su opinión, debemos hacer lo menos posible. Cuando el elfo vuelva en sí, podrá volver a imponer las manos sobre las heridas una y otra vez, en tantas ocasiones como sea necesario.
– Un don sorprendente, pero que sólo podrá llevar a cabo si se despierta. -Konrad había bajado tanto la voz que Elaine tuvo que inclinarse hacia él para poder entenderle. Sintió su cálido aliento en la cara.
– ¿Qué le pasa a Silvanus? -preguntó Fredric. El hombre corpulento se había girado hacia un lado, apoyado sobre un codo.
– ¿Qué pasa? -preguntó Randwulf.
– Su corazón late de manera irregular -dijo Konrad sin embargo.
Era un buen sanador, pero mejor no preguntarle su opinión a menos que uno realmente quisiera saberla, y quisiera saber la verdad, por muy cruda que fuera.
Randwulf se incorporó, con lo que las pieles fueron a parar al suelo, pero en ningún momento Elaine pensó que estuviera coqueteando de nuevo. Parecía demasiado asustado para andarse con bromas.
– ¿Va a morir? -preguntó Fredric, con voz grave y neutra. Sólo lo traicionaba la mirada, donde ya empezaba a asomar el dolor.
– No lo sé -repuso Konrad.