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– Pero tú eres el sanador -dijo Randwulf-. ¿Cómo es posible que no lo sepas?

– Su cuerpo está bien. El brazo ha sanado incluso por sí solo. Nunca antes había visto una sanación mágica, y creo que ahí radica el problema.

– ¿Alguno de vosotros sabe algo sobre esta clase de magia curativa? -inquirió Elaine.

Randwulf hizo un gesto de negación.

– No, pero Averil puede que sí sepa -dijo Fredric.

– Creía que era maga -comentó Konrad.

– En efecto, así es, prepara pociones medicinales y las vende -confirmó Fredric.

– Pociones medicinales -repitió Konrad, quien acto seguido empezó a farfullar palabras ininteligibles, con los labios entrecerrados. Después añadió-: Elaine, ve a buscar a la muchacha y tráela. Dile que traiga también sus pociones. Rápido.

Elaine se puso en pie y salió a toda prisa de la tienda. Corrió arrastrando su pesado abrigo sobre la nieve. Averil se encontraba en la tienda que Elaine y Blaine compartían. Se suponía que debía descansar.

Elaine abrió bruscamente la portezuela de la tienda. Averil se incorporó, con un puñal en la mano.

– ¿Qué sucede?

– Tu padre está grave. Recoge tus pócimas y acompáñame, rápido.

Averil cogió una mochila y se precipitó hacia la entrada de la tienda. Sólo llevaba puesta una enagua, ya que el vestido estaba doblado con cuidado sobre la cama. Sin darse cuenta de ello, al parecer, empujó a Elaine para apartarla de su camino.

Elaine le echó sobre los hombros desnudos su propio abrigo, pero Averil echó a correr, y el abrigo cayó al suelo. Elaine no se detuvo a recogerlo, sino que se remangó la falda para correr al lado de la muchacha. Sentía el frío, pero eso era algo irrelevante en comparación con el pánico de Averil, que casi podía palparse en el aire.

Capítulo 14

Averil se arrodilló al lado de su padre. Sólo entonces Elaine se dio cuenta de que la muchacha no llevaba zapatos: había corrido por la nieve provista únicamente de calcetines. Los hombros desnudos estaban azulados debido al frío, pero las manos no le temblaron al buscar el pulso de su padre. Averil le desabrochó la camisa y le puso una mano sobre el corazón.

Miró a Konrad.

– El corazón late con fuerza, y tiene buen color. Ella dijo que estaba grave. -Averil alzó la vista hacia Elaine, con una mirada acusadora.

– Mantén la mano sobre el corazón y comprobarás que a veces el ritmo de los latidos es irregular.

– ¿Irregular? ¿Qué quieres decir?

– El pulso es constante casi todo el tiempo, pero al cabo de unos cuantos minutos el corazón parece vacilar. Cada vez pasa más a menudo. Creo que está empeorando.

Averil negó con la cabeza.

– No noto nada.

Randwulf y Fredric se encontraban sentados cada uno a un lado, bien arropados con las pieles para cubrir su desnudez.

– Antes nunca tuvo problemas de corazón -dijo Fredric.

– No -dijo Averil-, es cierto.

Mantuvo la mano sobre el corazón, pero sus ojos de oro brillante parecían cada vez más enojados. Tras unas cuantas horas, Elaine había descubierto que le resultaba más fácil leer la expresión de su rostro que observar el extraño color de sus ojos.

Esperaron. Elaine se sorprendió a sí misma deseando que le fallara el corazón, lo cual no dejaba de ser aberrante, pero no quería que Konrad quedara como un tonto. Además, ella también lo había notado. El problema estaba ahí.

Averil se puso tensa. Se le escapó un grito ahogado. Se quedó muy callada, aguantando incluso la respiración. Por último, profirió un largo suspiro.

– En efecto, tenéis razón.

Retiró la mano del corazón y acarició la mejilla de su padre. El movimiento fue tan dulce, tan íntimo, que casi dolía presenciarlo.

– No lo entiendo. El corazón no tenía ninguna herida. ¿Por qué le pasa ahora esto?

– ¿Podría deberse al esfuerzo de resucitar a Fredric y Randwulf? -preguntó Konrad.

Averil negó con la cabeza.

– No, los sanadores tienen la capacidad de curarse a sí mismos igual que a los demás. Su corazón sanaría por sí mismo antes de llegar a ese punto.

– Y, sin embargo -intervino Konrad-, hay algo raro en su corazón.

– Lo sé -dijo Averil con voz ronca. Bajó la mirada hacia su padre, para después volver a alzar la vista hacia Konrad-. Lo siento. No tengo derecho a desahogarme con vosotros. Es sólo que me parece inexplicable. No debería estar sucediendo esto.

Abrió la mochila y empezó a rebuscar en ella. Se oyó un leve tintineo de cristales y otros ruidos sordos y más graves, como de objetos de cerámica entrechocando. Extrajo un pequeño frasco, que de algún modo a Elaine le resultaba familiar.

La visión. Había visto cómo Averil introducía a la fuerza un líquido en la garganta de Silvanus. La muchacha destapó el frasco y levantó ligeramente la cabeza del elfo.

– Está inconsciente y podría ahogarse -advirtió Konrad.

– Le haré un masaje sobre la garganta y de este modo podrá tragar la poción.

– Podría ahogarse de todos modos.

– Ya he hecho esto antes, en casos de extrema necesidad.

Miró a Konrad con sus ojos brillantes tan llenos de pena que Elaine tuvo que apartar la vista. Konrad no lo hizo, y Elaine reprimió el impulso de obligarlo a mirar hacia otro lado. Era un sufrimiento demasiado íntimo para los ojos de un extraño.

– Ayúdame a levantarle la cabeza, Fredric.

El paladín se adelantó y acunó la cabeza del elfo en su regazo. Los cabellos dorados se esparcieron en las pieles, y el rostro de facciones delicadas quedó enmarcado en la suavidad de aquéllas. Fredric, quien apenas había permitido a Elaine observar su pecho descubierto poco antes, ahora estaba desnudo hasta la cintura, pero eso ya no parecía importarle.

Averil obligó a su padre a abrir la boca.

– Le mantendré las mandíbulas abiertas mientras tú viertes la pócima -se ofreció Konrad.

Averil lo miró por un momento y luego asintió. Mientras los fuertes dedos de Konrad mantenían abierta la boca del elfo, Averil dejó caer un hilillo con la dosis mínima.

– Ya puedes soltarle las mandíbulas.

Konrad dejó que los labios volvieran a unirse con suavidad. Averil dio un firme masaje sobre la garganta del elfo, el cual tragó convulsivamente.

Transcurrieron unos instantes. Los ojos de Silvanus se abrieron de repente. El paladín le sonrió, mientras sus manos de gigante le acunaban la cabeza.

– Buenas tardes, viejo amigo -dijo Fredric.

Silvanus sonrió y recorrió con la mirada los rostros que lo rodeaban. Al reconocer a Averil sentada a su lado, la sonrisa se hizo más amplia. Ésta tomó la mano que le quedaba entre las suyas.

Elaine observaba la escena boquiabierta. Konrad elaboraba pociones de hierbas, pero ninguna que surtiera semejante efecto. Aquello era tan fantástico como la imposición de manos. Bastaba un pequeño sorbo para que un hombre gravemente herido se despertara sonriendo. Sabía que Konrad no podía curar con las manos, pero ¿podría elaborar pociones como aquélla si conociera los ingredientes?

– ¿Cómo te encuentras, padre?

El elfo pareció reflexionar más de lo normal antes de responder a aquella pregunta.

– No estoy seguro.

– ¿Qué quieres decir, padre?

Averil se inclinó sobre él, con la preocupación pintada en la cara, y posó una mano en su frente.

– No noto que tengas fiebre.

– No se trata de fiebre -dijo él, al tiempo que empezaba a toser convulsivamente, con un estruendo que parecía corresponder al doble de su tamaño.

– Levantadlo -dijo Averil.

Fredric así lo hizo, acunando al elfo en sus fuertes brazos. Lo apretó contra su pecho desnudo marcado por las cicatrices hasta que la tos cedió. La voz de Silvanus era un áspero susurro.

– Agua.

– Elaine -dijo Konrad.

Ésta rompió la fina capa de hielo que se había formado en el cubo y sumergió la taza de madera en él. Tendió el agua a Konrad, pero Averil se la arrebató. Nadie protestó.