– Quejarse sobre las dificultades no hace que éstas desaparezcan, pero sí hace desaparecer a los compañeros.
– Cierto.
Elaine se inclinó aún más cerca del mago y susurró:
– ¿Ves algo distinto en el elfo? Yo sí, pero no sé exactamente qué es.
Gersalius asintió, puesto que tenía la boca demasiado llena para responder. Después de tragar su contenido, comentó:
– Una muchacha observadora. El brazo es ahora más largo.
Elaine se quedó muy quieta, observándolo.
– ¿Qué quieres decir con que el brazo es ahora más largo?
– Que el brazo amputado le está volviendo a crecer. -Siguió comiendo su bocadillo, sonriendo y feliz como si lo que acababa de decir estuviese perfectamente dentro de los límites de lo posible.
– Pero si le arrancaron el brazo por completo…
El mago terminó su bocadillo y se limpió las manos en sus vestiduras.
– Lo viste resucitar a dos muertos del más allá. ¿Por qué no iba a volver a crecerle el brazo?
– No lo sé, pero…
Elaine se limitó a mirarlo fijamente. Hubiera querido decir que era imposible. Se había medio convencido a sí misma de que los dos hombres no habían muerto en realidad; sólo se encontraban gravemente enfermos, y el elfo los había curado. Era una explicación lo bastante milagrosa. Pero el brazo del elfo en efecto había crecido. Había quedado seccionado por encima del codo, y ahora sin embargo casi podía verse la articulación. Era un palmo más largo.
¿Seguiría teniendo la piel suave y una gruesa capa de carne? Elaine sintió el impulso casi irrefrenable de quitarle las vendas, para ver el brazo al descubierto. ¿Apuntaría ya el hueso a través de la piel? ¿Brotaría como una flor?
Su mirada se cruzó con la de Silvanus.
– ¿Quieres preguntarme algo, Elaine?
Sus ojos de oro líquido emanaban tranquilidad y sonreían. Lo rodeaba un aura de paz que a Elaine se le antojó enigmática.
– No era mi intención mirarte fijamente.
– No hay nada de malo en ello cuando el objetivo es aprender. Puedo ver una pregunta en tus ojos. Habla.
Elaine respiró hondo y formuló su cuestión de forma atropellada, como si al pronunciar las palabras más rápido la pregunta no pareciera tan estrafalaria.
– ¿Realmente tu brazo está creciendo de nuevo?
Pero incluso a toda velocidad seguía sonando ridícula. Y, sin embargo, podía comprobar con sus propios ojos que el brazo era más largo.
El elfo sonrió.
– Sí, está volviendo a crecer.
– ¿Te duele?
– No, pero me pica horrores -dijo soltando una risita que recordaba el sonido de unas campanillas lejanas. Las gargantas humanas sonaban de otra forma.
– ¿Cómo es posible que vuelva a crecer? Quiero decir… -Elaine intentó pensar en formas alternativas de expresarse.
– Elaine, pregunta sin más. Nunca se encuentran las palabras apropiadas para semejantes preguntas -dijo Gersalius.
– ¿Cómo vuelve a salir el brazo? ¿Por fases? ¿Primero el hueso y luego la carne que lo recubre, o crece todo al mismo tiempo, como la rama de un árbol?
La pregunta parecía tener un carácter muy personal, pero Elaine quería saber. Ardía en deseos de tocar el muñón en crecimiento. Bajó la vista al suelo, por miedo a que viera el ansia en sus ojos y la malinterpretara.
– ¿Te gustaría verlo? -preguntó Silvanus.
Ella alzó la vista y le escrutó el rostro. ¿Se estaba burlando de ella? No. La expresión de su cara era agradable, pero seria.
– Me encantaría.
El tono entusiasta de su propia voz la sorprendió. Tenía que aprender magia, porque de lo contrario ésta controlaría su ser, pero curar… Sí, también quería aprender a sanar.
Blaine la observaba intrigado. Elaine no le había contado que podría convertirse en una sanadora, como Silvanus. No era su intención ocultárselo; el problema era que ni siquiera ella misma podía creerlo. Era demasiado fantástico y aterrador a un tiempo para compartirlo con nadie, ni siquiera con Blaine.
Elaine le posó una mano en el brazo y se acercó a él para susurrar:
– Te lo explicaré todo más tarde. No quiero que Jonathan se entere.
Blaine se apartó un poco para verle la cara, y después se inclinó para murmurarle al oído.
– ¿Se trata de otra clase de magia?
Elaine asintió.
Él la abrazó brevemente.
– Después me lo tienes que contar todo. -Al decir esto, la expresión de su cara era muy seria.
– Te lo prometo -dijo ella con voz suave.
Con el rabillo del ojo percibió una sombra en movimiento. Jonathan se acercaba a la hoguera, bien arropado en su abrigo por el frío. La capucha impedía verle bien la cara, pero le pareció que estaba ceñudo.
Claro estaba que su suposición podía deberse a su propia inseguridad. No se había dado cuenta de haber hecho nada especial, pero Blaine la asió por el brazo.
– ¿Qué sucede?
¿Qué podía decirle? ¿Que Jonathan le tenía miedo? ¿Que odiaba lo que era? Elaine negó con la cabeza.
– Jonathan está descontento conmigo.
– ¿A causa de la magia?
Ella asintió.
Blaine le apretó el brazo.,
– Todo se arreglará.
Elaine sondeó su rostro, intentando determinar si sólo lo decía para consolarla o si de verdad lo creía así. Parecía absolutamente sincero. Él estaba seguro de ello. Y Elaine hubiera deseado estar igual de convencida.
Silvanus deshizo el nudo del cordel que le sujetaba la manga de la camisa y empezó a retirar la tela.
– ¿Qué haces? -preguntó Jonathan.
– Elaine desea ver el brazo. Tiene curiosidad por ver cómo crece -respondió el elfo, como si se tratase de algo que sucediera todos los días.
Jonathan lo miró de hito en hito.
– ¿Qué quieres decir con que el brazo está creciendo?
– Está volviendo a salir -afirmó Silvanus.
Jonathan negó con la cabeza.
– Creo que me resulta imposible aceptar otro milagro antes del desayuno.
Silvanus sonrió y siguió remangándose la manga vacía.
Jonathan hizo un gesto de rechazo con la mano, como para apartar algo.
– Por favor, preferiría no tener que ver tu brazo herido durante el desayuno.
En el pequeño grupo se hizo el silencio. Un silencio horrible. Thordin se puso en pie, con el cucharón todavía goteando estofado en el suelo.
– Jonathan, el sacerdote es un invitado en nuestro campamento.
– Me parece perfecto que sea nuestro invitado, pero seguramente también en tu país es de mala educación enseñar las heridas durante las comidas.
Visto así, Jonathan tenía parte de razón. No obstante, debería haber callado, puesto que se trataba de un invitado, y a los invitados no se los hace sentir incómodos, no de forma deliberada.
Silvanus hizo una leve inclinación.
– No era mi intención ofenderos. -Averil lo ayudó a desenrollar la manga y atarla con el cordel.
Elaine sintió que la cara le ardía de vergüenza. Silvanus no parecía ofendido, pero no lo conocía lo suficiente para saber si se comportaba así por cortesía.
– Yo le pedí que me enseñara el brazo -dijo poniéndose en pie y enfrentando a Jonathan desde el otro lado del fuego, sin vacilar a pesar de su mirada de desaprobación.
– En ese caso deberíais haber ido a una tienda. Además, no entiendo por qué quieres verlo.
– No es la visión del brazo amputado lo que te incomoda, sino el hecho de que esté volviendo a salir. Y saber que se trata de magia.
En su voz había cierto tono de desdén que casi rozaba el odio. Seguía queriendo a Jonathan, pero estaba empezando a aborrecer su intolerancia.
Jonathan la miró fijamente, con una expresión neutra.
– Tienes miedo -dijo ella.
– ¿Qué pretendes de mí, Elaine? -La voz de Jonathan parecía de pronto cansina.
De repente Elaine se dio cuenta de lo que pretendía. Quería convertirlo en otra persona. Quería que fuera justo. En ese momento se percató de que tal vez le fuera imposible ser justo, de que no sería capaz de cambiar su visión personal del mal. Los ojos le escocían con lágrimas todavía no derramadas.