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– ¿No le dolerá?

– Un poco, pero eres novata en esto. Debes comprender la naturaleza de una lesión antes de intentar curarla. Debes sentirte libre para tocar la herida tanto como te sea necesario. -Alzó la vista hacia la enorme cara del guerrero-. Fredric aguanta bien el dolor. No te guardará rencor por ello.

– Si de veras puedes curarme, muchacha, sólo tendré elogios para tu nombre.

Elaine seguía vacilando.

– ¿Y sino puedo?

– Por lo menos lo habrás intentado, y sólo por ello cantaré tus alabanzas. -Por debajo del mostacho asomó una sonrisa.

Elaine le devolvió una sonrisa nerviosa y dejó que sus dedos tocaran la herida. La piel aparecía replegada sobre sí misma allí donde los colmillos la habían desgarrado. Con las puntas de los dedos recorrió el corte profundo y las protuberancias que presentaba la piel, bajo las cuales se abrían huecos resbaladizos.

Observó el rostro de Fredric, pero éste mostraba una expresión neutra.

– Si te duele, dímelo, y pararé.

Él negó con la cabeza.

– En mi vida he permitido que me hagan cosas mucho peores que soportar que una dama me toque una insignificante herida.

Pero la herida no era insignificante, y todos lo sabían. Gracias a la sanación parcial practicada por Silvanus el día anterior podía volver a utilizar el brazo, pero hasta que no se hubiera curado por completo no estaría en disposición de volver a luchar. Normalmente cargaba con un enorme mandoble a la espalda, y necesitaba dos brazos en perfectas condiciones para poder empuñarlo.

Ya había inspeccionado la superficie de la piel, pero los dedos querían ir más allá. Elaine miró a Silvanus.

– No quiero herirlo.

– ¿Recuerdas cuando exploraste mi fuerza vital en la tienda, hasta que notaste la oscuridad?

Elaine asintió.

– Debes explorar la herida del mismo modo y descubrir si los daños son superficiales, o si músculos y huesos han quedado afectados. Lo que hiciste ayer es mucho más difícil, puesto que el aura no es tangible; ni siquiera es posible visualizarla. Una mordedura puedes verla con los ojos, tocarla con tu propia piel. Cuando hayas reconocido la superficie de una herida, sigue buscando hacia el interior, pero no con los dedos. Ayer sentiste que podías sostener mi corazón entre tus manos, ¿no es cierto?

– Sí.

– Estudia la herida hasta que sientas que los dedos se funden con la carne, y comprueba si los músculos están heridos.

Elaine se inclinó de nuevo sobre la herida. Respiró hondo y ejerció presión con los dedos en las marcas dejadas por los colmillos. Fredric no pudo evitar dejar escapar una repentina exhalación. Elaine no alzó la vista. No estaba segura de poder continuar si veía dolor en sus ojos. Pero quería hacerlo. Sentía aquella fuerza que aumentaba en intensidad. Fluía a través de ella, procedente de Kartakass. El país estaba con ella. Podía sentirlo, casi como si tuviera curiosidad.

Los dedos se hundieron en la carne. Fredric profirió un resoplido de dolor. Elaine cerró los ojos, presionando el brazo con ambas manos. Se adentró aún más en la herida, con los dedos curvados, en busca de la carne desgarrada, profundizando en las heridas. Era como si las puntas de sus dedos se deslizaran hacia el interior de las heridas, cada vez más adentro, viajando a través de las fibras musculares. La sangre fluía alrededor de ellos con toda normalidad bajo la superficie, como un río oculto. Llegó hasta el hueso, tanteándolo como si se tratara de una obra de orfebrería, intentando memorizar su tacto.

– ¿Hay alguna herida por debajo de la superficie? -Incluso la voz suave de Silvanus la sobresaltó. Perdió el contacto con el hueso resbaladizo y con el músculo activo. Parpadeó y dejó caer las manos en su regazo.

– Hay algunas contusiones, pero nada más. No hay nada roto.

Silvanus sonrió.

– Bueno, entonces ha llegado el momento de curar la herida.

– ¿Cómo debo hacerlo?

– Debes proceder de dentro afuera. Busca la carne magullada y cúrala, después ve avanzando hacia afuera, dejando las heridas cerradas a tu paso.

Ella lo miró fijamente, arrugando el ceño.

– Creo que comprendo que en primer lugar se deben curar las contusiones interiores, pero ¿cómo se cerrarán las heridas a medida que mis dedos avancen hacia el exterior? ¿No tiene más lógica alisar las heridas para cerrarlas, como si hiciera cerámica, y arreglar los agujeros en la arcilla mojada?

– Si para ti eso tiene sentido, entonces hazlo así, Elaine. No sé nada de brujería, pero la sanación es algo muy personal. Cada sanador cuenta con su propia imaginería. Tú utilizas imágenes similares a las mías, pero sé que otros sacerdotes se mueven sólo por instinto. Mientras funcione, no importa demasiado cómo.

Elaine buscó de nuevo el brazo de Fredric. Miró fugazmente su rostro y luego volvió a la herida. Le había hecho daño, lo sabía, pero era más importante curar la herida que aliviar el dolor.

Esta vez sus dedos se movieron con más facilidad hacia el interior de la carne. Las yemas de los dedos recorrieron los músculos y la sangre que rodeaban el hueso en toda su longitud. Abrió los ojos, sólo por curiosidad, pero las manos descansaban en la parte superior del brazo, con un aspecto aparentemente normal. Si no fuera porque podía sentirlo ella misma, no habría pensado que estaba sucediendo algo anormal.

Al ver que con los ojos abiertos podía seguir sintiendo el hueso, decidió mantenerlos así. Era una sensación extraña, casi de vértigo. La vista le decía que simplemente estaba sosteniendo el brazo de Fredric, pero el tacto le recordaba que tenía los dedos profundamente incrustados en su carne. En teoría no debería poder vérselos en absoluto,pero ahí estaban.

– No te distraigas -susurró Silvanus, el cual estaba arrodillado a su lado, con un hombro casi pegado al suyo. Elaine no lo había oído acercarse-. Que no se te escape la sensación de profundidad, pero recuerda el motivo por el que has llegado hasta allí: estás ahí para curar, no simplemente de excursión.

Elaine se sonrojó. Había estado jugando en el interior del brazo del hombre sin curarlo, simplemente disfrutando de la sensación. Alzó la vista hacia Fredric. Su rostro tenía una expresión tranquila y al mismo tiempo de perplejidad.

– Lo siento -dijo Elaine.

– No, Elaine -dijo Silvanus-, no te distraigas, ni siquiera con palabras o sentimientos de compasión. Concéntrate en la herida. Cúrala.

– ¿Cómo? -Elaine inició un movimiento de cabeza para volverse hacia el elfo. Pero él, con suma delicadeza, le hizo girar la cara hacia la herida-. Ten ojos sólo para esto. Siente exclusivamente esto.

Respiró hondo y siguió sus indicaciones. Percibió el alcance de la contusión: se extendía hasta llegar al hueso. Rotura de los vasos sanguíneos, la carne casi prensada. Deseaba sanar los vasos, suavizar la carne por dentro y por fuera. Pasó las puntas invisibles de sus dedos por el tejido, como si se tratase de una masilla.

Las fibras de carne rota se cerraron tras sus dedos, como un muro que se reparase a sí mismo. Los dedos regresaron poco a poco al exterior hasta que Elaine pudo sentirlos descansando en el brazo de Fredric. Bajó la vista hacia la carne desgarrada.

Elaine pasó la mano por encima de los desgarros. Alisó la piel, que se dejaba modelar como si fuera arcilla bajo sus dedos. La carne parecía fundirse, reconstruyéndose a medida que recorría la herida con los dedos y el pulgar. Por último, tomó el antebrazo entre sus manos y alisó la piel como si le estuviera dando un masaje.

A continuación colocó el brazo sobre el regazo y lo examinó por todas partes. Pero no necesitaba que sus ojos le dijeran que estaba curado. Al realizar los últimos movimientos para alisar la carne, había notado que ésta se encontraba completa, en una pieza, sin imperfecciones.

– Ya está -concluyó Elaine, percibiendo un tono de asombro en su propia voz.

Fredric alzó el brazo ante su cara y lo giró para observarlo. Pasó una mano por la zona en la que antes había una mordedura.