– Ni siquiera ha quedado una cicatriz. Silvanus, no hay cicatriz.
El elfo se acercó lentamente y asió el brazo. Pasó los dedos por la carne curada.
– Bertog sea loado. Es como si la piel nunca hubiera sido perforada.
– Conocí a un sanador que podía curar así -comentó Thordin-, pero era una autoridad del templo.
Silvanus alzó la vista hacia el guerrero.
– Sólo he conocido dos sacerdotes capaces de algo semejante. -Recorrió de arriba abajo la suave piel-. ¿Te duele?
Fredric levantó el brazo y flexionó la muñeca.
– La sensación es fantástica, casi mejor que antes.
– Ahora me toca a mí -dijo Randwulf, estirando ambos brazos heridos.
No estaba sonriendo; no era momento para bromas. Elaine no lo conocía lo suficiente para leer su expresión, pero era solemne, como si estuviera impresionado.
– ¿Cómo te encuentras, Elaine? -preguntó Silvanus.
– Bien.
– ¿No estás cansada?
– No -respondió, negando con un movimiento de cabeza.
– ¿En absoluto? -preguntó Silvanus-. Asegúrate de que no estás cansada, Elaine. Acabas de llevar a cabo tu primera cura importante. Tienes que ser precavida en cuanto a la preservación de tus fuerzas.
Elaine se reclinó hacia atrás y observó su cuerpo. ¿Cómo se sentía? No estaba cansada. Al contrario, se encontraba estupendamente, como nueva, viva.
– No estoy nada cansada. Me siento muy bien.
Silvanus la miró fijamente, como intentando evaluar su reacción.
– No te sientas obligada a ser fuerte por los demás. Si estás demasiado cansada para curar a Randwulf, podrías hacerte daño a ti misma.
– Me siento bien.
– ¿Qué clase de daño podría sufrir?
Jonathan se encontraba justo detrás de ella, alto e intimidatorio, aunque en realidad estuviera preocupado por su seguridad. Pese a lo sucedido la noche anterior, se preocupaba por ella. Elaine alargó la mano hacia él, para demostrarle que su inquietud la conmovía. Pero Jonathan retiró la mano bruscamente, como si su roce le quemara.
Elaine dejó caer la mano sobre el regazo, pero se quedó mirándolo a los ojos, y no pensaba apartar la vista, no se lo pondría tan fácil. Jonathan no le devolvió la mirada; en lugar de eso, siguió observando al elfo.
– Si se encuentra demasiado cansada e insiste en hacer una sanación, puede que haga uso de su propia fuerza vital. Elaine podría agotar su propia vida, consumiéndola en Randwulf. Es una principiante, y todavía desconoce las señales. Podría matarse a sí misma para dar a otros la vida.
Jonathan por fin desvió los ojos hacia ella, para mirarla a la cara. Respiró hondo y le acarició el pelo con las puntas de los dedos.
Elaine alzó la mano muy despacio. El no se apartó. Ella le rozó la mano y él apretó sus dedos ligeramente.
– No quisiera que te pase nada malo, Elaine.
– Me encuentro bien, de veras.
Colocó la mano de Jonathan en su mejilla como hacía cuando era pequeña. Jonathan sonrió, y ella se dio cuenta de que hacía muchas horas que no se sentía tan bien.
– Entonces cúralo, pero ten cuidado.
Le dio unas palmaditas en la mejilla y retiró la mano de entre las suyas con delicadeza. Elaine se volvió hacia Randwulf.
– ¿Debo proceder del mismo modo?
– Sí -dijo Silvanus-, se trata prácticamente de la misma clase de herida. Puedes curar cada muñeca de una en una, o ambas a un tiempo.
– ¿Cómo puedo curarlas a la vez?
Silvanus sonrió, casi con amargura.
– Eres ambiciosa, muchacha, ¿no crees?
– Es una sensación… maravillosa.
Silvanus rozó la cara de Elaine, mientras se adentraba en sus ojos como si éstos fueran a revelarle sus secretos.
– ¿Estás diciendo que el hecho de curar te hace sentir bien?
– Sí. -La expresión del rostro de Silvanus la obligó a preguntarle-: ¿Acaso tú no sientes lo mismo cuando realizas sanaciones?
– No, Elaine -respondió en un susurro-, no me siento como tú.
– ¿Es algo malo?
– En absoluto, simplemente es extraño.
– ¿Hasta qué punto es extraño? -preguntó Jonathan.
– Extraño en el sentido de que he leído sobre personas que se sentían así después de curar, pero nunca he conocido ninguna -aclaró Silvanus.
– No lo entiendo -repuso Elaine-. ¿Por qué es tan insólito el hecho de que me sienta mejor después de haber curado la herida de Fredric?
– Durante una batalla, podrías curar a mucha más gente que yo. Cuando yo me cansara, empezaría a hacer uso de mi fuerza vital. Pero si tú estás haciendo lo que yo creo, nunca te fatigarás. Siempre serás capaz de curar, una y otra vez. Es un gran don.
– Ya basta de hablar sobre teorías de la magia -interrumpió Randwulf-. Estoy harto de estas heridas. -Acto seguido, volvió a estirar ambos brazos hacia Elaine.
– Randwulf, estás siendo impertinente -lo increpó Silvanus.
El joven sonrió, y después le guiñó un ojo a Elaine.
– Si dejáis de hablar de una vez, esta bella mujer posará las manos sobre mi carne desnuda. Perdonad si estoy impaciente.
Elaine observó la sonrisa de suficiencia en su cara. No le gustaba Randwulf, pero quería tocar las heridas. Eso era lo importante, y no el sujeto de la sanación.
– Discúlpate inmediatamente -dijo Averil, en un tono indignado.
– No es necesario -dijo Elaine-, está bien.
Debería haberse sentido avergonzada, pero no lo estaba. Sentía grandes deseos de curar, no sólo a Randwulf, sino cualquier lesión corporal; tocar y sanar. Sus manos ardían de impaciencia.
Elaine pasó los dedos por las muñecas de Randwulf. La carne aparecía perforada, pero en mejor estado que el brazo de Fredric. Los lobos se habían limitado a sostenerlo con los colmillos para que la bestia pudiera asestarle el golpe mortal.
Tomó cada muñeca en una mano. Randwulf alzó los brazos, acercando el dorso de las manos de Elaine a su cara como para besarlas. Elaine clavó las uñas en las heridas abiertas. Randwulf se echó hacia atrás con un bufido. Los dedos invisibles de Elaine se hundieron en la carne y recorrieron los huesos. Fue tan fácil que casi le resultó decepcionante. Eliminó la contusión, y las manos volvieron a descansar sobre la piel. Ejerció presión, hasta el punto de que Randwulf dio un grito ahogado; después siguió hacia abajo, allanando las marcas de los colmillos con un solo movimiento brusco.
Randwulf se llevó los brazos al pecho, haciendo una mueca de dolor.
– Silvanus nunca me hizo tanto daño.
– Nunca intentaste besarme las manos -dijo éste.
– En adelante prometo evitar cualquier clase de provocación. Pero, por favor, no seas tan brusca con la herida de la nuca. -Se llevó una mano hacia ella para tocarla suavemente-. Ya me está doliendo.
– Si te comportas, prometo no hacerte daño a propósito -fue la respuesta de Elaine.
El se llevó una de las manos recién curadas al corazón.
– Palabra de honor -dijo.
– ¿Tu piel tiene el mismo aspecto impecable que la mía? -preguntó Fredric.
Randwulf tendió ambos brazos al guerrero, el cual los examinó con las manos.
– No hay cicatrices. -El hombre corpulento parecía perplejo. Dirigió la mirada hacia Elaine-. Si te hubiese conocido antes, mi cuerpo no parecería un mapa de cada combate en el que he participado.
– Mi padre lo hizo lo mejor que pudo -dijo Averil.
Silvanus le propinó unas palmaditas en la mano.
– Está bromeando, hija.
– ¡Ah! -prosiguió Fredric-, hubiera muerto en más de una docena de ocasiones de no haber sido por tu padre.
– A mí todavía me duele algo -interrumpió Randwulf-. ¿Podría curarme Elaine ahora?
Averil lo golpeó en uno de los brazos recién curados.
– Eres un sinvergüenza desagradecido.
Él sonrió.
– En efecto, lo soy.