«La hermandad nunca aceptará a nadie como tú entre sus agentes.»
«Ya han recurrido a magos con anterioridad.»
Jonathan negó con la cabeza como si de ese modo pudiera dejar de oír el sonido, pero no lo consiguió. Elaine de pronto supo que no podía expulsarla de su mente, no si ella deseba seguir allí.
«No recurrirán a ti.»
«Blaine hablará a mi favor.»
«Y yo en tu contra.»
«Así sea, Jonathan.»
Éste había recuperado el color y su carácter.
– Haré todo lo que esté en mi mano para que todos sepan la corrupción que representas. -Dicho esto, se volvió con brusquedad y se alejó lentamente, con parsimonia.
– No deberías haber entrado en su mente -dijo Gersalius.
Elaine observó a Jonathan mientras se alejaba con la espalda muy rígida.
– Se acabaron los juegos, Gersalius. Soy lo que soy. Y Jonathan nunca lo aceptará.
– Puede que lo haga, con el tiempo, pero ahora… -Dejó su pensamiento sin terminar y la miró con ojos de preocupación.
– Por lo menos me he asegurado de que crea que soy mala.
– Sí, pero ¿por qué?
Negó con la cabeza, insegura de poder explicarlo.
– Me harté de las miradas, de tener que adivinar qué era lo que pensaban. No sé qué me impulsó a hacerlo, pero ya está hecho. Nunca me perdonará.
Curiosamente, las lágrimas le ardieron en los ojos. Había sido su propia elección, ¿por qué lloraba entonces?
– En efecto, has quemado tus naves, como se suele decir -comentó Gersalius. Sonrió y le propinó unas palmaditas en el hombro-. Mi casa es más pequeña que la que también era tuya hasta ahora, pero servirá hasta que domines tu propia magia.
Elaine se volvió hacia Blaine.
– Lo siento.
El le sonrió, aunque con poco entusiasmo.
– Nunca antes te había visto perder los estribos. Ha sido impresionante, pero ¿por qué con Jonathan? ¿Por qué hoy precisamente?
– Puedes quedarte con ellos. No es necesario que ambos nos quedemos sin hogar.
Blaine negó con la cabeza, con expresión adusta.
– No, tú eres mi familia. Si tú ya no eres bienvenida, yo tampoco lo soy.
– Konrad se ha negado a tener ningún otro compañero desde que murió su mujer -dijo Thordin-. Puede que necesitéis otra espada que os proteja las espaldas.
Elaine lo miró atónita.
– ¿Vendrías con nosotros?
Thordin se encogió de hombros.
– Jonathan ahora está enojado, pero si os pasara algo a cualquiera de los dos nunca se lo perdonaría. Yo tampoco, así que es mejor que os acompañe y me asegure de que estáis a salvo.
Blaine lo abrazó torpemente.
– Eres un viejo blandengue.
Thordin se limitó a sonreír.
– Gersalius, ¿te parece bien que Thordin venga con nosotros? -preguntó Elaine.
– Debo admitir que no había planeado aumentar hasta tal punto la familia. -Al ver el semblante de los gemelos, sonrió-. Por otro lado, ¿cómo podría rechazar el fuerte brazo de un espadachín que se ofrece para protegerme?
Thordin le propinó un fuerte golpe en la espalda que lo hizo tambalearse.
– Eres un buen hombre para ser mago.
Gersalius carraspeó.
– Bueno, con un cumplido tan categórico, supongo que seremos una familia feliz.
Al oír eso, la sonrisa se desvaneció del rostro de Elaine. Había tenido su propia familia, hasta hacía muy poco. ¿Por qué había puesto al límite a Jonathan? No era propio de ella. ¿Era culpa de la magia? ¿Acaso Jonathan tenía razón, y la magia la estaba controlando? ¿Y si no se equivocaba al afirmar que se estaba corrompiendo? ¿Y si perjudicaba a su vez a todos los que la rodeaban? Acababa de lograr la desintegración de uno de los equipos que mejor habían servido a la hermandad. Un hogar dividido no puede resistir. Elaine no podía recordar quién lo había dicho. Pero esperaba que, quienquiera que fuese, estuviera equivocado.
Capítulo 19
El ocaso teñía de púrpura el cielo. Las amenazadoras nubes de nieve que habían estado acechando durante todo el día empezaron a dejar caer su carga en forma de enormes y esponjosos copos, como si se tratase del plumaje de un ganso gigantesco. La aldea de Cortton se hallaba en un pequeño valle. Aquí y allá podía verse luz en las ventanas. El humo de las chimeneas se abría paso a través de la luz crepuscular para mezclarse con las nubes violáceas.
Jonathan intentó de nuevo explicar a Silvanus y a los demás lo que les esperaba ahí abajo. Compartía su caballo con el elfo, montado en su grupa, y cuando se volvió se encontró con los desconcertantes ojos del elfo a pocos centímetros de los suyos.
– Hay una epidemia en aquella aldea, al fondo del valle. Puede que alarguéis vuestras vidas si seguís hasta el próximo pueblo. En un día de camino estaréis en Tekla.
– Si en verdad hay una epidemia, ¿qué mejor lugar para un sanador? -dijo Silvanus, señalando con el brazo amputado, que ya había crecido hasta la mitad de su longitud normal.
– No puedo negar que un verdadero sanador sería de gran utilidad, pero quiero que comprendas el alcance de aquello a lo que deberemos enfrentarnos.
– Aprecio tu preocupación, Jonathan, pero ya hemos tenido que hacer frente al mal con anterioridad, también en forma de muertos vivientes, y hemos vivido para contarlo.
Jonathan miró fijamente aquel rostro peculiar e intentó leer su expresión. Silvanus parecía estar muy seguro de sí mismo. El exterminador de magos recordaba haberse sentido seguro, reafirmado en sus propias convicciones; pero eso era antes.
Miró hacia atrás, buscando a Elaine con los ojos. Su melena rubia brillaba bajo la luz del ocaso. Montaba detrás de Blaine, puesto que había cedido generosamente su caballo al corpulento hombre con bigote. Sus cabellos irradiaban luz, en contraste con la capucha blanca de Blaine. De pronto se volvió hacia Jonathan, como si hubiera sentido sus ojos sobre ella.
Jonathan apartó la vista antes de que sus miradas se encontraran. No quería que volviera a infiltrarse en su mente. La mera idea lo hizo estremecerse como si una alimaña se hubiera deslizado en sus zapatos en la oscuridad. No tenía derecho a invadir su intimidad de aquel modo. Era algo maléfico. Y, sin embargo, quería arreglar las cosas entre ellos, aunque no sabía cómo.
A no ser que su magia desapareciera de la noche a la mañana, Jonathan no estaba seguro de poder arreglar las cosas entre ellos. No había previsto que Blaine se pondría de su lado, aunque era de esperar. Había estado ciego al no darse cuenta. Pero ¿Thordin? Aquello sí había sido una sorpresa. Formaban un estupendo equipo en su servicio a la hermandad, mejor que cualquier otro grupo, y entre sus éxitos contaban con el mayor número de monstruos eliminados, magos procesados y charlatanes desenmascarados. El hecho de que la magia de Elaine los hubiera dividido era una prueba más que suficiente de que sus poderes mágicos eran una influencia maligna.
Observó las luces en el valle. Conseguir que los muertos de Cortton descansaran definitivamente sería su última misión conjunta. Él era el cabeza de familia, el líder de todos aquellos que acataban las órdenes de la hermandad en su casa. Entonces, ¿por qué no podía encontrar una salida para ese dilema moral? Era como estar viendo un carro que se precipitara a toda velocidad por un camino estrecho: sabía que volcaría y se despeñaría contra las rocas más abajo, pero era incapaz de detenerlo; o, por lo menos, no bastaba con desearlo o con gritar. Era un accidente que debía presenciar, y no podía hacer nada para impedirlo.
Aunque no viera salida para sus propios problemas, aún podía ayudar a aquella aldea. Jonathan hubiera preferido tener que hacer frente a una docena de zombis que a los conflictos familiares. Quizá aún tenía la posibilidad de vencer en ambos casos.
– ¿Sigues preocupado por la muchacha? -preguntó Silvanus.
Jonathan quería decir que no, pero en lugar de eso se limitó a asentir con la cabeza.