Teresa había desenvainado la espada mientras intentaba no perder de vista a la criatura. Un zombi salió a trompicones del callejón y atacó a su caballo. Éste se encabritó. Averil gritó, mientras se aferraba al brazo de Teresa, impidiéndole utilizar la espada. El hombre-cosa se abalanzó sobre ellas. Por un momento se vio el resplandor de una tez pálida, y algo golpeó a Teresa y Averil, que cayeron al suelo. Se acercaron más zombis, y Jonathan las perdió de vista.
Espoleó a su montura hacia adelante. Un zombi tropezó contra el caballo y aprovechó para clavarle las uñas a Jonathan en la pierna. Éste se liberó de él de una patada. Aquella cosa retrocedió tambaleándose unos cuantos pasos. Algo que antaño fuera una mujer agarró a Silvanus por la cintura.
El elfo se asió con desesperación oprimiendo el vientre de Jonathan, lo cual le arrancó a éste un grito ahogado. Un zombi con el rostro podrido casi por completo agarró la cabeza del caballo. El animal intentó encabritarse pero el zombi había sido en vida un hombre corpulento, y su peso mantuvo el caballo en su sitio. Los muertos los acorralaron, y el asustado caballo retrocedió hasta dar con el lomo contra la puerta de la posada. Jonathan golpeó la puerta.
– ¡Abrid! ¡Abrid!. Silvanus fue derribado del caballo; únicamente su brazo firmemente sujeto a la cintura de Jonathan lo salvó de desaparecer entre los zombis. Jonathan asió al elfo por la túnica, mientras con la otra mano se aferraba al arzón de la silla, a la vez que clavaba las piernas en los costados del caballo con el fin de resistir el empuje de los muertos.
Thordin y Randwulf también estaban allí, blandiendo con ferocidad sus espadas y derramando sangre sobre el suelo nevado de la calle principal. La carne muerta cedía ante el acero, pero las manos sin vida seguían intentando darles alcance. El caballo de Thordin se agitaba nervioso, pero no se encabritó. Por suerte él mismo había entrenado a su montura, y eso los había salvado. De haberse encabritado el caballo, les habría sucedido lo mismo que a Teresa y Averil, y ahora estarían perdidos.
Los dedos de Silvanus se deslizaban poco a poco, soltando su agarre, y en su afán por evitarlo magullaron la piel de Jonathan a través de sus vestiduras. Éste aferró aún con más fuerza las ropas del elfo.
El zombi de mayor tamaño clavó las uñas en los ojos del caballo, y el animal se arrimó aún más a la puerta, presionando la pierna de Jonathan contra ella.
– ¡Abrid la puerta! -gritó de nuevo Jonathan.
Una explosión de luz cegadora inundó la calle en toda su longitud. Los zombis se encogieron de miedo, cubriéndose la cara con las manos. Silvanus se incorporó, los dedos todavía aferrados a las vestiduras de Jonathan. El elfo, agotado, aprovechó la breve tregua para apoyar la frente en el flanco del caballo.
Gersalius estaba montado en su caballo, con las manos envueltas en llamas blancas.
– Rápido, no puedo mantenerlos así demasiado tiempo. -Su voz resonó entre las edificaciones, en un tono mucho más elevado de lo normal.
Teresa se había echado a Averil al hombro como si fuera un saco de harina, dándole la espalda al muro más cercano. Se abrió camino entre los zombis, utilizando su propio cuerpo para apartarlos. Blandía la espada en una mano, pero los zombis no parecían tener el menor interés en luchar.
Thordin apremió a su caballo hacia la posada. Randwulf empujaba a los zombis con las botas. Los muertos vivientes simplemente se apartaban, sin apenas acusar los golpes.
Fredric espoleó su montura a través de los zombis. El caballo se abría paso entre la marea de muertos como si estuviera vadeando un arroyo.
– ¡Elaine! -El grito desesperado de Blaine hizo que todos se volvieran hacia él, mientras hacía que su caballo girara frenéticamente en círculos-. ¡Elaine!
Konrad hizo avanzar a su caballo más allá de los muertos vivientes y gritó también:
– ¡Elaine!
La luz que rodeaba las manos de Gersalius empezó a desvanecerse, como las brasas enfriándose.
– Sólo puedo ofreceros unos cuantos minutos más. Haced lo que queráis, pero hacedlo ya.
Los zombis los observaban otra vez. Sus ojos de muerto estaban clavados en los vivos, sin ansia, pacientes, como si supieran que todo lo que debían hacer era simplemente esperar.
Jonathan desmontó y empezó a golpear la puerta de la posada.
– Soy Jonathan Ambrose, exterminador de magos. Enviasteis a Tallyrand en mi busca.
Ninguna respuesta, ni tampoco se oyó ningún movimiento tras la pesada puerta.
Gersalius había azuzado a su caballo con las rodillas para que siguiera avanzando. La luz empezaba a parpadear débilmente.
– Mi magia ha hecho todo lo que ha podido. Ha llegado tu turno, exterminador de magos.
Los muertos se movían con lentitud, cada vez más cerca. Las manos podridas se alzaban dando zarpazos en el aire; sólo el muro invisible conjurado por Gersalius las contenía.
Jonathan se volvió hacia la puerta y la aporreó de nuevo. Parecía que tuviera más de un palmo de grosor. No podrían abrirla a tiempo ni siquiera haciendo uso de un hacha, pero aquélla fue la única idea que se le ocurrió.
– Konrad, necesitamos tu hacha.
– Elaine ha desaparecido -fue la respuesta.
Los muertos habían empezado a rodear su caballo, aislándolo de los demás.
– Moriremos todos si no conseguimos atravesar esta puerta -dijo Jonathan.
Al decir aquello en voz alta, comprendió el alcance de sus palabras, y el sentimiento de impotencia lo dejó casi sin respiración. No podía permitir que por salvar a Elaine todos los demás murieran. No era justo que perecieran todos por salvar a uno.
Konrad hostigó su caballo, pero los muertos vivientes no querían ceder y se apretujaron contra el caballo y las piernas de Konrad. Todavía no intentaban alcanzarlo con las manos, pero no tardarían demasiado.
– No, no podemos abandonarla -dijo Blaine, mientras hacía que su caballo se dirigiera hacia el callejón cerca del cual la había hecho desmontar.
– ¡Blaine, no! -gritó Teresa.
Konrad vaciló, como si estuviera sopesando la posibilidad de seguir al muchacho.
– Konrad, te necesitamos -gritó Jonathan.
El guerrero se abrió camino a empellones entre los muertos hasta donde se encontraban los demás.
– Si mueren ahí afuera, será culpa tuya.
– Moriremos todos si no abrimos esta puerta.
Konrad lo empujó hacia un lado.
– ¡Apartaos! ¡Dejadme espacio!
Todos retrocedieron. En las manos de Gersalius se desvaneció el último punto luminoso, y un gran suspiro surgió de la garganta de los muertos. Konrad alzó el hacha, mientras los zombis avanzaban hacia ellos arrastrando los pies, alargando las manos putrefactas. La puerta se abrió.
Jonathan sólo tenía ojos para eso. ¿Acaso importaba quién la había abierto? No. Empujó a Konrad hacia el interior. Silvanus y Teresa se precipitaron dentro. Thordin intentó pasar montado a caballo, mientras Randwulf seccionaba las manos que intentaban alcanzarlos. Uno de los zombis se abalanzó sobre el muchacho y se ensartó él mismo en su espada, sin que eso le importara. Las manos purulentas se clavaron en los ojos de Randwulf.
Fredric blandió su enorme mandoble y la cabeza del zombi salió volando hacia el exterior, pero el cuerpo decapitado seguía arañando el rostro de Randwulf, abriéndole surcos en las mejillas con las uñas.
Thordin asió el cuerpo por el cuello y tiró de él. El zombi se desplomó sobre la muchedumbre de muertos vivientes. Las manos ansiosas desgarraron la carne desprotegida y se llevaron los trozos a las enormes bocas abiertas. Destrozaron al zombi y lo devoraron. Un ruido de huesos quebrados y de carne al ser masticada llenó la noche.
– ¡Todos adentro! ¡Ahora! -dijo Jonathan.
Thordin entró con su caballo por la puerta. Fredric asestó un último golpe a los cuerpos insaciables, y después también espoleó a su montura hacia el interior. Jonathan lanzó un último vistazo hacia la calle, pero con excepción de los muertos no vio nada que se moviera.