– ¿Puedes hablar? -preguntó Elaine.
El zombi se limitó a seguir avanzando, lenta y pausadamente, con expresión ausente, o por lo menos con ninguna que Elaine pudiera entender.
– Háblame, por favor. Di algo si puedes.
El zombi pareció vacilar. Después negó con la cabeza.
– Me entiendes -dijo Elaine, con un tono de alivio en su voz que resultaba hasta doloroso oír.
La mujer zombi volvió a negar con la cabeza. ¿Podía entenderle realmente, o sólo se estaba moviendo como reacción ante algún recuerdo de su vida? Elaine no podía saberlo, y lo más probable era que no lo supiera nunca.
Chocó con la espalda contra un muro. Dio un grito ahogado, lanzando una rápida mirada hacia atrás para comprobar que se trataba de la pared que cerraba el callejón. Tanteó con las manos los ladrillos; no había salida.
– Te lo ruego, si me entiendes, detente. Por favor, no. -Elaine ni siquiera estaba segura de qué era lo que le estaba suplicando que no hiciera. Que no la tocara; que no la matara; que no la tocara con los dedos fríos de la carne muerta; que no le hiciera daño.
La mujer abrió la boca, como si quisiera hablar. Un rayo de luna perdido le iluminó la cara. La lengua que colgaba entre sus dientes era de color verde salpicada de manchas encarnadas. De su boca surgió un sonido como el maullido de un gato joven.
Elaine gritó.
– ¡Blaine!
Pero nadie acudiría en su ayuda; esta vez no. Le vinieron a la memoria las palabras de Gersalius, cuando le decía que era capaz de protegerse a sí misma, pero ¿cómo?
Ninguno de los hechizos que le había enseñado hasta el momento era de utilidad en este caso. Toda la magia que sabía no servía de nada contra los muertos. Los demás zombis se habían acercado cojeando al callejón. Mantenían una respetuosa distancia respecto a la mujer zombi, pero allí estaban. ¿Por qué la mujer no se decidía a atacar?
– ¿A qué esperas?
La mujer la miró y volvió a emitir un espeluznante maullido. ¿Trataba de decirle algo? ¿Era eso? ¿Se debería al hecho de que Elaine intentaba hablar con ella, no sólo huir, o luchar, sino dialogar? ¿Era aquello lo que la hacía dudar?
– ¿Quieres hablar?
La mujer sacudió la cabeza pero abrió la boca de nuevo. Tosió con violencia como si sus pulmones no estuvieran acostumbrados a tomar aire para respirar. Un hilillo de un fluido negro le resbaló por la barbilla debido a la tos, y ella se limpió con el dorso de una mano macilenta.
La mujer estaba lo suficientemente despierta para que le molestase aquel fluido negro que le corría por el rostro. No era solamente un esqueleto andante, un simple zombi.
– ¿Quieres decirme algo?
La respuesta fue un movimiento negativo con la cabeza.
– ¿Quieres enseñarme algo?
La mujer asintió, casi con ansia.
Elaine tragó saliva con dificultad, debido al nudo que le atenazaba la garganta y que amenazaba con ahogarla.
– Hazlo, por favor.
La mujer muerta le hizo señas y empezó a caminar en sentido contrario, hacia la entrada del callejón, donde se encontraban los demás zombis. ¿Acaso se trataba de un truco para que Elaine se acercara a ellos? No le parecía probable. Estaba atrapada. De querer asesinarla, ya lo habrían hecho. No había ninguna razón para intentar engañarla.
– Tengo miedo de los demás.
La mujer zombi se limitó a hacerle señas para que la siguiera, como si no la oyera o no quisiera entenderle. Los demás zombis se apartaban de la mujer muerta, temerosos de ella, al parecer. ¿Qué podía asustar a los muertos? Elaine prefería no saberlo, pero ¿acaso tenía otra opción? La mujer zombi quería enseñarle algo. Tal vez fuera ésa la única razón de que siguiera con vida. Tal vez la mataría si dejaba de seguirla. Parecía bastante probable.
Los demás zombis habían salido a la calle principal. Se apiñaban a ambos lados de la boca del callejón. La mujer zombi esperaba justo al otro lado, más allá de donde ellos se encontraban.
Elaine vaciló al ver a los zombis agazapados a ambos lados. Si se decidía a avanzar entre ellos, éstos podrían apresarla fácilmente. Pero Elaine no quería pasar tan cerca de ellos, no de forma voluntarla.
La mujer zombi hizo un gesto impaciente; el más brusco que había hecho hasta el momento. Si provocaba su enojo, ¿la dejaría a merced de los demás zombis?
Elaine respiró hondo y se dirigió como una flecha hacia la entrada de la calleja. El zombi manco la asió por la falda. Elaine chilló y tuvo la extraña sensación de que el zombi se reía de ella, aunque era evidente que los zombis no podían tener sentido del humor. Elaine miró fijamente los brillantes ojos del cadáver. Los ojos estaban de algún modo vivos, mucho más que el cuerpo del que formaban parte. Aquellos ojos brillantes atrapados en un cuerpo putrefacto la asustaron más que ninguna otra cosa. Era como si hubiera una persona viva confinada en aquel cuerpo.
Elaine sacudió la cabeza para desechar aquel pensamiento. Eso era imposible.
La mujer zombi dio la vuelta a la esquina y siguió avanzando por la calle principal. Elaine se apresuró tras ella, echando un último vistazo hacia los demás, que seguían esperando, todavía agazapados. Cuando la mujer zombi se encontraba casi en la otra esquina, se levantaron y empezaron a seguirlas.
La mujer muerta en ningún momento miró hacia atrás. ¿Se había olvidado de Elaine? ¿Por qué los demás muertos obedecían a la mujer? Elaine había leído en los libros de Jonathan que los zombis eran simplemente cadáveres capaces de caminar, que aceptarían las órdenes del mago que los hubiera despertado, pero no de otro zombi.
La mujer zombi se adentró en una calle estrecha y sinuosa. Las plantas superiores de las edificaciones casi se tocaban por encima de sus cabezas, dejando la calle sumergida en una oscuridad casi absoluta. La mortaja blanca de la mujer era una silueta trémula que avanzaba hacia adelante. Era una blancura incierta, siempre en movimiento, que nunca se volvía hacia atrás, que nunca vacilaba, y que evocó en Elaine las historias de fantasmas que había leído. ¿Estaba siguiendo a un fantasma? ¿Era posible que la mujer fuera un espectro? ¿Podían pudrirse los fantasmas? Elaine no lo creía así, pero había demasiadas cosas que no sabía a ciencia cierta.
Mientras avanzaba despacio por las lúgubres calles, se abrazaba para darse calor. Deseaba volver a encontrar su abrigo tirado en algún lugar en medio de aquella fría noche de invierno. ¿La habría echado de menos Blaine a esas alturas? Sabía que no se hallaba gravemente herido, puesto que no percibía el menor indicio de una visión. Por supuesto, nunca había estado a su lado en un combate.
Al oír una piedra tras ella, volvió la vista atrás y comprobó que la calle estaba atestada de zombis de todas las formas y tamaños, que casi taponaban la calleja. Elaine se apresuró tras la distante figura blanca. Sintió la necesidad de correr, temerosa de que los demás intentaran darle caza. Parecía que sólo tenían intención de seguirla, no de hacerle daño. De momento.
La calle empezó a ascender por una colina. La mujer zombi esperó en la cima, bañada en luz de luna. Por un instante, a Elaine le pareció que la mujer zombi emitía luz, pero a medida que se acercaba comprobó que era una ilusión creada por el contraste con la oscuridad del cielo y la tenebrosa calle. La mujer muerta se había detenido en medio de un claro, lejos de cualquier edificación. Después de pasar por aquellas callejas estrechas sumidas en la oscuridad, la luz de la luna parecía casi demasiado brillante, artificial.
La mujer zombi se encontraba al lado de una valla alta y rematada con ápices, confeccionada con barras de hierro negras. Elaine se acercó a la verja. Era un cementerio, y las tumbas salpicaban el suelo como los dientes rotos de un gigante,