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El zombi se quitó un guante. Su piel, fina como el papel, se tensaba sobre sus huesos. Recogió con dos dedos la sangre que le resbalaba por la barbilla. Después se los llevó a los labios y los chupó, sorbiendo la sangre como si fuera un caramelo.

Elaine hizo todo lo posible por no prestarle atención. El vestíbulo se prolongaba más allá del alcance de la luz de las velas. Había dos puertas, una enfrente de otra, justo detrás del zombi; después el pasillo giraba bruscamente. Si conseguía correr en esa dirección y esquivar al zombi, tal vez encontraría alguna salida: una puerta, una ventana, algo. Cualquier cosa antes que dejarse atrapar así, acorralada contra la puerta.

La puerta retumbó con los golpes que alguien le propinó desde el exterior. Elaine se sobresaltó, sin poder reprimir un breve chillido.

– Elaine, Elaine, abre. Soy yo, Blaine.

Elaine volvió la vista hacia la puerta, con las manos apoyadas en la superficie de madera.

– Blaine, estoy encerrada.

– Eso suena bien. Los zombis ya dieron buena cuenta de mi caballo, no quiero ser el siguiente.

Elaine golpeó la madera con la palma de la mano.

– Hay uno aquí. Es quien me encerró.

El zombi en cuestión preguntó:

– ¿Quién es ese tal Blaine?

Elaine se apoyó con fuerza en la puerta.

– Mi hermano.

El zombi volvió a sonreír, chupando la sangre a medida que ésta fluía de sus labios agrietados.

– Podrá escuchar tus gritos mientras mueres. ¡Será maravillosamente horrible!

– ¡Blaine!

La puerta vibró con los golpes que Blaine le propinaba con los puños y la empuñadura de su espada.

– La puerta es demasiado maciza. Encontraré otra manera de entrar.

– No hay otra manera -dijo el zombi-. He inutilizado las ventanas con tablas, y cerrado las puertas con llave. Él está atrapado afuera, con los demás, y tú aquí adentro, conmigo. -Hizo un gesto breve llevándose la mano al pecho.

Se oyó un ruido fuera, como si un cuerpo hubiera chocado contra la puerta.

– Blaine, ¿estás ahí? ¿Blaine?

El zombi rió.

– Los demás se ocuparán de tu hermano, Elaine Clairn, descuida.

Elaine siguió apretando con fuerza la espalda contra la puerta.

– ¡Blaine! ¡Blaine!

Algo de gran tamaño se deslizó a lo largo de la puerta, haciéndola vibrar en su marco. Algo de mayor tamaño que Blaine. Alguien giró el picaporte desesperadamente, sacudiendo la puerta.

– ¡Blaine!

– Ya no está, Elaine, se ha ido antes que tú. -El muerto viviente avanzó hacia ella despacio, con un andar casi felino-. Pero no te apures, tú hora está también a punto de llegar.

Llevaba el candelabro consigo, en la mano todavía enguantada. Alargó la mano; los dedos de los que había chupado la sangre ahora le rozaban la mejilla. Su piel parecía disecada, y tenía el tacto irreal del pergamino.

Colocó el candelabro a la altura de la cintura e inclinó la cabeza hacia ella como si quisiera besarla. Elaine llevó una mano hacia la llama de una vela, y ésta bailó en su palma, como sucedía durante sus visiones; pero no le dolía, no le quemaba, sólo titilaba y bailaba sobre su piel.

El zombi se echó hacia atrás, tan sólo durante una fracción de segundo.

– ¿Quién eres tú, Elaine? ¿Una maga? Nunca he probado la sangre de un mago.

Elaine llevó la diminuta llama a la altura de sus ojos, para que el zombi pudiera verla mejor. Tomó aire y sopló sobre la llama en dirección a su cara; quería que la llama prendiera, ardiera, creciera. Y así fue.

El zombi gritó, volviéndose hacia el vestíbulo, dándose golpes con las manos en la cabeza. Dejó caer el candelabro al suelo. Una vela se apagó. Elaine cogió la otra y echó a correr por el pasillo, protegiendo la llama con la otra mano.

Justo al girar la esquina había una escalera que subía al primer piso. Vaciló. ¿Debería seguir investigando el pasillo? ¿O sería mejor subir?

– Te mataré, Elaine Clairn, y te sorberé la médula de los huesos.

Elaine subió corriendo la escalera. La llama tembló y quedó reducida a un punto azulado. Elaine dejó de correr, para que la llama se reavivase. La idea de quedarse en la más absoluta oscuridad en un lugar desconocido con un zombi era demasiado espantosa. La llama volvió a crecer, creando un delicado halo de luz a su alrededor. Algo de gran tamaño golpeó con el primer escalón.

Elaine bajó la vista. El rostro del zombi se encontraba al borde mismo del círculo de luz. La purulenta nariz había desaparecido. La cara había sido consumida por el fuego, y de ella sólo quedaban unos cuantos ligamentos rosados tensados sobre los huesos. Lo que antaño había sido un hombre atractivo era ahora un esqueleto en estado de descomposición, como si el fuego hubiera revelado su verdadera naturaleza.

– Hubiera intentado hacerlo lo más agradable posible para ti, Elaine, pero ahora ya no te lo mereces. Ahora sufrirás como yo estoy sufriendo. Y al beber tu sangre sanaré. Ni siquiera el fuego puede dañarme por mucho tiempo. -Subió un escalón, agarrándose a la barandilla con la mano enguantada. Sus movimientos parecían producirle un dolor lacerante, por mucho que él lo negara.

Elaine subió otros dos escalones de espaldas. El zombi se desplomó sobre las rodillas y empezó a subir la escalera a cuatro patas, como un mono, cada vez más rápido. Elaine echó a correr.

Una mano le dio alcance allí donde terminaba la escalera. Elaine dejó caer la vela debido al susto. Ésta rodó por el suelo y se apagó. La muchacha gritó, intentando liberarse de aquellas manos por todos los medios, pero éstas consiguieron arrojarla al suelo, donde ahora yacía en una oscuridad tan absoluta que hubiera podido llevarse los dedos a los ojos y no hubiera sido capaz de verlos.

No podía ver, pero sí oír: pies y manos se arrastraban por la escalera, tropezando y resbalando. Aquello que la había aferrado estaba en el piso superior. Se encontraba sobre ella pero no parecía tener intención de tocarla o de hacerle nada.

El zombi subió la escalera a toda velocidad. Su aliento llenaba la oscuridad. Se oyó un sonido como si alguien hubiera cortado el aire; después, el golpe sordo de una hoja hundiéndose en la carne. Un ruido semejante al de la lluvia, y un líquido tibio se derramó sobre el rostro de Elaine. Algo rodó por el suelo y rebotó contra la pared contraria.

En medio de la oscuridad surgieron chispas como estrellas fugaces. Un pequeño farol cobró vida. Arrodillado en el círculo de luz se encontraba Blaine.

Elaine lo miró fijamente durante unos instantes, observando su larga melena rubia y su manto blanco, que absorbía la luz como si estuviera confeccionado en hilos de oro.

Los ojos empezaron a escocerle debido a las lágrimas, que le nublaron la vista. Elaine se llevó los dedos a la zona húmeda de su cara y supo que se trataba de sangre. La cabeza del zombi era lo que había rodado por encima de la alfombra. El cuerpo decapitado yacía sobre el último escalón, y de él manaba una sangre de color negro azabache que se iba derramando por el suelo.

Blaine se arrodilló a su lado.

– ¿Estás bien, Elaine?

Asintió con la cabeza, desconfiando de su propia voz. Acto seguido, se incorporó y se echó en sus brazos. Ambos se abrazaron como si sólo ellos dos existieran sobre la tierra. En ese momento no había nada más, sólo ellos dos, y más allá del círculo de luz, la nada.

Elaine alzó la cabeza para mirarlo a los ojos.

– ¿Cómo entraste?

– La ventana del ático. Está recubierta de láminas de madera para permitir la ventilación. Supongo que el zombi pensó que si no era posible ver a través de ella, tampoco sería posible que nadie se colara.

– Dudo que contemplara la posibilidad de que alguien se animara a escalar tejados en pleno invierno.

Blaine sonrió.

– Tal vez no.

El zombi se estremeció, y una de sus manos se agitó en el suelo. Blaine ayudó a Elaine a ponerse en pie.