– ¿Crees que podrás subir al tejado con las faldas?
El muerto viviente estaba intentando colocar las manos bajo el pecho para incorporarse.
– Creo que sí.
Blaine la guió por el pasillo, levantando el farol para aumentar la intensidad de la luz, hasta que llegaron a una puerta de pequeño tamaño en un marco astillado.
– La puerta estaba cerrada, pero no tan bien hecha como la de la entrada.
Había una estrecha escalera de caracol. En la parte superior se notaba el frío, un remolino de copos de nieve y un parche helado de luz de luna. Aquella ventana abierta se le antojó a Elaine una de las cosas más bellas que había visto en su vida.
Blaine se arrodilló al lado de la mochila que había dejado allí. Apagó el farol y lo envolvió cuidadosamente antes de volver a guardarlo. Elaine esperaba bajo la luz de la luna, aguzando el oído. No se oía ningún ruido que indicara que el zombi los perseguía, por lo menos no de momento.
Blaine le dio la mochila.
– Pásamela cuando te lo pida.
Ella apretó la mochila contra su pecho y asintió con la cabeza. Blaine se aferró al alféizar y alzó el cuerpo. Cuando estaba a su altura, hizo fuerza con los brazos y se introdujo en la ventana de cabeza; sólo podían verse sus dedos sobre el alféizar. De repente quedaba sólo una mano, y en seguida su rostro apareció al otro lado de la ventana.
Se equilibró haciendo uso del pecho, con una mano en el alféizar, y alargó la otra por el hueco. Elaine le alcanzó la mochila. El se pasó una de las tiras por el hombro, y acto seguido le tendió el brazo a Elaine.
La muchacha agarró su mano con fuerza. Él flexionó el brazo, con intención de levantarla. La muñeca de Blaine temblaba por el esfuerzo, pero no vaciló. Cuando se encontraba a la altura del alféizar, Elaine se aferró a éste con la otra mano para ayudar a su hermano a alzarla a través de la ventana. Blaine tiró de ella, agarrándose con la otra fuertemente al alféizar, y la hizo pasar por el hueco.
Elaine se apretó contra él y miró hacia abajo, hacia el vacío. El tejado descendía bruscamente, casi vertical, hacia la calle. La nieve caía arremolinándose en la negrura de la noche. Las botas de Elaine resbalaron sobre el tejado helado; sólo los brazos de Blaine detuvieron su caída.
– ¿Puedes escalar por encima de la ventana?
A Elaine le parecía que tenía el corazón en la garganta, así que intentó tragar saliva, con la esperanza de que volviera a su sitio. Se sentía incapaz de respirar mientras observaba la vertiginosa oscuridad.
– No mires hacia abajo, Elaine. Mírame a mí.
Alzó la vista hasta su rostro. Estaba tan cerca que podía apreciar el blanco de sus ojos y sentir su pulso latiendo en la garganta. Aquella situación no parecía gustarle mucho más que a ella. Debido a un lamentable incidente con un dragón, ambos hermanos tenían miedo a las alturas.
– ¿Crees que puedes subirte al alero? -Su voz contenía más calma que sus enormes ojos.
Elaine alzó la vista de nuevo. Sobre la ventana del ático había un pequeño saliente como para que una persona pudiera sentarse, eso sí, con mucho cuidado.
– Sí.
– Entonces hazlo. No podré aguantar tu peso mucho más tiempo. -Su voz seguía siendo tranquila, pero se intuía cierta tensión en ella.
Elaine alargó la mano hacia el alero. Las tejas estaban tan frías que su mero roce dolía, pero se alegró de no llevar guantes: ahora necesitaba de la máxima sensibilidad y adherencia para trepar hasta allí.
Se separó de Blaine y colocó las manos sobre las resbaladizas tejas, confiando en que él le sujetaría las piernas y no permitiría que cayera. Un resbalón sería la muerte segura de ambos.
Se aferró al tejado con rigidez.
– Necesito levantar una pierna, pero no sueltes la otra.
Blaine dejó de apretar las piernas con tanta fuerza.
– No te preocupes, estoy aquí.
Elaine subió un pie al alféizar. Ahora venía la parte más peligrosa. Para poder subir ambas piernas al alféizar, Blaine tenía que soltarla del todo. Permaneció de pie unos instantes, agarrándose desesperadamente a las tejas, con los pies firmemente apuntalados en el alféizar. Oyó a Blaine suspirar aliviado al tener que aguantar únicamente su propio peso.
Elaine se puso de puntillas, tanteando con las manos en busca de un agarre. Cuando sintió los dedos bien afirmados, por lo menos lo máximo posible, apoyó los pies y trepó. Sintió la mano de Blaine ayudándola por la espalda, y por fin consiguió subirse al techo del alerón. Tomó asiento e intentó volver a aprender a respirar.
Oyó cómo Blaine trepaba tras ella, y supo que tendría que moverse para dejarle sitio. Alzó la vista hacia las tejas cubiertas de nieve y suspiró. Tenía que moverse, pero la perspectiva no la atraía lo más mínimo.
Gateó con los pies, las manos fuertemente aferradas a las tejas, reptando lentamente, unos pocos centímetros cada vez.
Pudo ver los dedos de Blaine en el borde del alerón. Pero éste profirió un grito ahogado y una de sus manos desapareció, quedando colgado del alerón con la otra.
Elaine se arrodilló para intentar ayudarlo. Pero no podría sujetarlo ella sola, tal como él había hecho. Incluso al iniciar el descenso hacia él, era consciente de que ambos se precipitarían al vacío, opción que no le desagradaba si la única alternativa era verlo caer a él solo.
El zombi decapitado había agarrado a Blaine por las piernas, y la mitad de su cuerpo sobresalía de la ventana. Elaine se tumbó sobre el alerón y alargó el brazo hacia su hermano. Sin embargo, en lugar de aceptarlo, Blaine intentaba alcanzar el tejado de nuevo. Pero no lo consiguió.
– Cógeme del brazo, Blaine, por favor.
Sus ojos lo decían todo. «No», fue lo único que salió de sus labios.
Elaine lo asió por la manga y tiró de él. El zombi se colgó del cuerpo de Blaine. El peso lo hizo ladearse, y los dedos resbalaron poco a poco de las tejas. Elaine lo agarró por la manga con todas sus fuerzas, mientras gritaba:
– ¡Cógeme de la mano!
El zombi finalmente se precipitó hacia el exterior por la ventana, todavía aferrado a las piernas de Blaine. Éste permaneció colgado aún unos instantes. Elaine, con el cuerpo estirado sobre el tejado y los dedos clavados en la tela, tiró de la manga con más fuerza.
Blaine no pudo aguantar más tiempo, y la tela se rasgó. Mientras se precipitaba al vacío, su hermano articuló su nombre: «Elaine».
– ¡Blaine!
Elaine se quedó inmóvil, tumbada sobre el tejado, con el trozo de tela desgarrada fuertemente apretada entre las manos. Observó cómo la nieve era engullida por la oscuridad, y trató de verlo. Pero sólo vio la negra noche y los copos de nieve.
Capítulo 22
Teresa yacía muy quieta bajo las mantas. Su espesa melena, negra como el azabache y tupida como el pelaje de un animal, se desplegaba sobre la almohada. Cuando dormía profundamente, su rostro parecía más dulce, menos duro; y aquél era un sueño muy profundo. Tenía el brazo izquierdo vendado fuertemente contra el pecho. La herida no había parado de sangrar, hasta el punto de que Jonathan empezó a temer por su vida.
Averil se encontraba gravemente herida. El médico había dicho incluso que tal vez no llegaría al día siguiente. Uno de los muertos la había mordido en la garganta.
El doctor le había dado a Teresa una infusión de hierbas para ayudarla a conciliar el sueño, para evitar que saliera en mitad de la noche en busca de los gemelos. Necesita descansar, había dicho el médico, y el tiempo haría el resto.
Jonathan estaba sentado a su lado, con una de las manos de Teresa entre las suyas. Ella le apretaba levemente las manos, incluso en medio de aquel sueño inducido por las drogas. La luz de la lámpara titilaba, bañándolo todo en oro. Las lágrimas se derramaron por fin en silenciosos hilos por las mejillas, de Jonathan. ¿Estarían muertos los gemelos? ¿Podrían sobrevivir durante toda la noche entre los muertos vivientes?