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Konrad y Elaine intercambiaron una mirada. En ese instante, Jonathan supo que ambos estarían dispuestos a eliminar al responsable si se les presentaba la oportunidad. Viniendo de Konrad, aquello no lo sorprendía. No dudaba de que el guerrero era capaz de matar a sangre fría. Pero Elaine, la pequeña Elaine, ¿sería capaz de matar con tal de vengarse?

Observó sus ojos anegados en dolor, su funesta mirada, y la creyó capaz de ello. Una parte de su corazón había muerto junto con Blaine.

Si Jonathan le permitía matar a sangre fría, aquel fragmento nunca se recuperaría. Si pudiera se lo impediría. Pero en los últimos tiempos no había tenido demasiado éxito en proteger a su familia.

Se oyeron unos débiles golpes en la puerta, que se abrió antes de que nadie pudiera decir nada. Gersalius apareció en el umbral.

– He podido sentir vuestros pensamientos, vuestra pena. Lo siento.

Aquellas palabras a menudo vacías parecían significar realmente algo en boca del mago.

Elaine hizo un gesto de asentimiento.

– Gracias.

– Si estás lo suficientemente recuperada, me gustaría enseñarte un nuevo hechizo que he encontrado.

Elaine levantó la cara ante ese comentario.

– ¿Qué quieres decir con «encontrado»?

– Casi todo lo que hay en esta aldea está embrujado. Es algo muy sutil. Pensé que Jonathan daría más crédito a mis palabras si tú lo compruebas y se lo explicas con las tuyas propias. -El mago no parecía sentirse ofendido por aquella realidad.

Elaine miró a Jonathan en espera de que éste diera su permiso o aprobación.

Jonathan asintió.

– Ve con él. Aprende todo lo que puedas y en cuanto lo hayas hecho infórmanos.

Ella le rozó la cara suavemente con los dedos.

– Entonces, ¿hay sitio para un mago en la hermandad, después de todo?

Jonathan volvió la vista hacia Gersalius, alarmado por el hecho de que Elaine hubiera hablado en voz alta de la hermandad.

– Puede leer mis pensamientos, Jonathan -dijo ella-. Así resulta muy difícil tener secretos.

– Mi palabra de honor de que todos los secretos de los que pueda enterarme accidentalmente están a salvo conmigo -afirmó el mago.

Jonathan volvió a mirar a Elaine, que ahora parecía sosegada. Tenía fe en el mago. Y Jonathan en ella.

– Pues bien, ve con él, y regresa para informar lo antes posible.

– Anochecerá en unas cuantas horas -comentó ella.

– En efecto -confirmó Jonathan-, y para entonces debemos tener las respuestas.

Elaine bajó de nuevo la vista a su falda.

– Puedo curar el brazo de Teresa.

Alzó la cara hacia él, mirando de hito en hito a Teresa.

Jonathan intercambió una mirada con su esposa. Amaba a Elaine, pero no permitiría que volviera a curar. Se trataba de magia, y magia maligna. Por lo menos, eso creía. Por otro lado, se trataba del brazo de Teresa.

– Te lo agradezco, Elaine, pero no es necesario -intervino Teresa con el tono de voz más amable e inofensiva que encontró.

Elaine respiró hondo.

– No soy mala.

– Ya lo sé, mi niña -dijo Teresa.

– Permitámonos este pequeño desacuerdo en este asunto -dijo Jonathan, mientras le rogaba con los ojos: «Por favor, no permitas que esto se interponga entre nosotros». Creía haberla perdido para siempre. La había recuperado y no quería volver a perderla, no tan pronto.

Elaine asintió.

– Muy bien. Creo que sois unos insensatos, pero estáis en vuestro derecho.

Se inclinó sobre Teresa para besarla en la mejilla, y rozó con los labios la barba de Jonathan, propinándole un pequeño tirón, como cuando era pequeña.

– No permitiremos que esto se interponga entre nosotros -dijo por último.

Jonathan sonrió.

– No, no lo permitiremos.

Elaine le tendió la mano a Konrad, y éste se la llevó a la mejilla, sin besarla, en un gesto íntimo.

La muchacha abandonó la habitación tras el mago. Jonathan la siguió con la mirada mientras salía de la estancia, y observó también cómo Konrad la miraba. En medio de cualquier catástrofe siempre pueden verse las semillas de la esperanza. Era algo que ya sabía, pero resultaba sumamente agradable que se lo recordasen.

Capítulo 27

Gersalius condujo a Elaine al exterior. Habían encontrado otro abrigo para ella. Era oscuro y rígido, pero cumplía su función. Una vez en el exterior se dio cuenta de que no se había preocupado de limpiarse la sangre. Gersalius le había ofrecido un desayuno, pero ella lo había rechazado; aunque sentía un vacío en el estómago, no era comida lo que necesitaba, sino ver a Blaine, oír su voz, sentir su roce. Necesitaba que su muerte no fuera real.

Konrad la había abrazado. Por fin había podido atisbar una expresión de ternura en su rostro, lo que tanto había anhelado. ¿Qué habría pensado Blaine? ¿Se habría alegrado por ella? ¿O se habría puesto celoso? Habría renunciado al amor que acababa de surgir en Konrad, si realmente se trataba de eso, con tal de recuperar a Blaine.

Konrad finalmente parecía corresponderle, pero en su corazón ahora sólo había cenizas. Avanzó por la calle cubierta de nieve. El aire glacial le cortaba la cara. El abrigo estaba provisto de una capucha, pero Elaine no la utilizó. Quería sentir el frío en la cara. Su melena se esparcía desordenadamente sobre los hombros. Ni siquiera se había acordado de recogerse el pelo. Así se parecía aún más a Blaine. Durante el resto de su vida, en cada espejo vería su sombra.

Gersalius la llevó hasta la plaza del pueblo. En medio del área empedrada había una fuente, en la que el agua se había congelado y cambiado de estado, ahora blanco y sólido hielo. Éste recubría incluso la figura central, haciéndola irreconocible, aunque un fino hilillo de agua seguía deslizándose por el hielo. El repiqueteo del agua resonaba con un eco extraño en aquella plaza, de lo contrario silenciosa, rebotando en los edificios de dos plantas que la flanqueaban.

– Cortton fue en su día una población importante, incluso ambiciosa, y éste es su centro -comentó Gersalius.

Elaine se acercó a la fuente helada y, al espirar, su aliento formó una vaharada blanca. Del cielo pendían a baja altura enormes y esponjosas nubes de color gris pálido, que parecían cargar lluvia en lugar de nieve. Pero hacía demasiado frío para que lloviera.

Las nubes grises desplegaban un velo de uniformidad sobre todas las cosas. Hacía un día triste y opresivo, acorde con el estado de ánimo de Elaine.

– ¿Por qué me has traído aquí?

Gersalius se volvió hacia ella. Su sonrisa desapareció al mirarla.

– Sé que en estos momentos no lo creerás, pero con el paso del tiempo todo esto te resultará menos doloroso.

Ella hizo un gesto de negación.

– ¿Por qué estamos aquí?

– Este es el corazón del pueblo. Esto no fue lo primero en ser construido, pero sí el centro de todas las esperanzas. Una fuente en una plaza; muy cosmopolita. Aquí se encuentra el centro del pueblo, y aquí conjuraron el hechizo.

Elaine miró a su alrededor.

– No puedo ver nada fuera de lo normal.

– Observa la fuente, Elaine. Abre tu mirada interior y mírala con detenimiento.

El esfuerzo que Gersalius solicitaba de ella se le antojaba tan agotador que estuvo a punto de negarse.

– Si podemos seguir el rastro de este conjuro hasta llegar a su creador, encontraremos al responsable de esta calamidad -dijo Gersalius-. Entonces podrás vengarte.

Venganza. ¿Bastaría con eso? No, nada bastaría. Pero la venganza era mejor que la desesperación.

Elaine tomó una bocanada de aire glacial y cerró los ojos. Contuvo la respiración, intentando encontrar la calma, apaciguar la vorágine que arrasaba su mente. Abrió los ojos lentamente. La fuente brillaba en varios colores, como si alguien hubiera derretido cera en el agua antes de que se congelara.

Elaine pasó las manos sobre el hielo. Una franja era de un color verde repugnante, otra del color rojo de la carne quemada, al lado una veta del color azul violáceo de las magulladuras; descubrió otra franja irisada, de varios colores. Al principio no pudo descifrar el significado de todo aquello; hasta que recordó la imagen de un hombre ahogado que había visto en una ocasión. La última veta presentaba el color de la piel de un ahogado, putrefacta, con manchas.