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El suelo había cedido ante el peso del ataúd, durante la descomposición del cadáver, y el terreno parecía haber sido excavado y rellenado de nuevo. El suelo todavía estaba congelado, pero todo eran terrones de tierra pelada. La hierba debería haber cubierto el sepulcro hacía ya mucho tiempo.

Empezó a excavar la tumba con las manos desnudas, en el suelo helado. La llama se estaba debilitando, extinguiendo. Elaine profirió un grito ahogado y renovó sus esfuerzos.

– Elaine, Elaine.

Una voz gritó su nombre, pero eso no importaba. Acto seguido, unas manos le asieron las muñecas, impidiéndole seguir excavando, pero ella luchó por liberarse.

– Elaine, ¡mírame!

Parpadeó y vio a Gersalius sujetándola por las muñecas, arrodillado en la nieve revuelta. La llama violeta se había desvanecido, y ahora estaban bañados por la brillante luz del sol. Las nubes habían desaparecido y todo parecía envuelto en un nítido resplandor. Bajo aquella luz intensa que lo iluminaba todo, Gersalius alzó las manos de Elaine para que ella también pudiera verlas.

Tenía las uñas rotas, la sangre fluía por sus dedos y la piel presentaba cortes y desgarros.

– ¿No sientes nada?

Elaine no confiaba en poder darle una respuesta, así que se limitó a mirarlo.

– Elaine, háblame, muchacha.

– Debemos desenterrar lo que haya en esta tumba. La llama se detuvo sobre ella.

Ella misma se sorprendió de que su voz sonara normal en sus oídos. Al ver la cara del mago, se preguntó qué era lo que él habría oído.

– Excavaremos, pero creo que sería mejor utilizar palas y tal vez deberíamos también calentar un poco el suelo helado. -Le soltó las muñecas mientras la miraba fijamente a la cara-. ¿Te encuentras bien ahora?

Ella profirió una carcajada.

– ¿Que si me encuentro bien? Nunca volveré a estar bien ¿No puedes comprenderlo? Blaine está muerto. -La palabra se le atragantó-. Muerto. Y no puedo hacer que vuelva.

– Puede que eso no sea del todo cierto -dijo Gersalius.

– ¿Qué es lo que no es cierto?

– Si conseguimos encontrar su cuerpo, tal vez podrías resucitarlo, tal como Silvanus hacía antes.

– El cuerpo ya estará frío.

– Si cuentas con el poder suficiente, eso no importa -afirmó Gersalius.

– ¿Estás diciendo que si encontramos el cuerpo de Blaine podría devolverle la vida? -Le asió el brazo, como si de ese modo sus palabras fueran más reales-. ¿Estás seguro?

– He visto resucitar a personas que llevaban muertas varios días.

– Entonces debemos recuperar su cuerpo, debemos encontrarlo.

– Lo haremos, muchacha. -Gersalius le dio unas palmaditas en la mano y se liberó de su agarre-. Ahora veamos quién mora esta sepultura.

Se acercó gateando hasta la lápida y retiró la nieve que la cubría.

– «Melodía Ashe, amada esposa, perdida en la muerte, te echaremos de menos durante toda la eternidad.» ¿Te dice algo ese nombre?

– No -respondió Elaine.

– A mí tampoco, pero tal vez sea significativo para los habitantes del pueblo. -Se puso en pie, apoyándose en la lápida-. Mis viejas rodillas no están hechas para correr atropelladamente por las calles en cuesta y cubiertas de nieve en pleno invierno. -Acompañó esas palabras con una amable sonrisa-. Vamos, Elaine, regresemos a la posada. Allí podemos conseguir palas y anchas espaldas que se abran camino a través de este suelo.

Pero Elaine no quería abandonar la sepultura.

– Yo me quedo aquí haciendo guardia.

– Elaine, nadie vendrá a profanarla mientras no estamos. No podrán excavar más hondo que nosotros en este suelo helado. -Le tendió una mano-. Venga, vamos. Cuanto antes regresemos, antes se resolverá este enigma.

Elaine aceptó la mano a regañadientes. No quería abandonar aquella vieja tumba, como si seguir arrodillada sobre ella la hiciera sentirse más cerca de Blaine. Tenía la sensación de que irse en ese momento era como abandonarlo de nuevo.

– Muchacha, te lo ruego. Estos viejos huesos se resienten con el frío.

Elaine aceptó la ayuda del mago para ponerse en pie, y éste la guió a través de los sepulcros, llevándola de la mano como si se tratase de una niña. El contacto empezó a calentarle la piel, de manera que, para cuando llegaron a la verja, las heridas habían comenzado a molestarle. Se había arrancado una uña entera, y sentía un dolor agudo y profundo. Las manos le escocían, pero casi lo agradecía.

Si se concentraba en el dolor, no podía sentir nada más. Si lograba encontrar el cuerpo de Blaine, le devolvería la vida. En realidad, no estaba muerto. Ella lo traería de regreso. No volvería a fallarle.

Capítulo 28

Al entrar a la posada, oyeron el ruido característico del acero contra el acero, acompañado de gritos. Elaine corrió hacia la escalera.

– La prudencia sería una actitud más sabia, muchacha -le gritó Gersalius. Elaine hizo caso omiso de su advertencia. Todas las personas que todavía le importaban se encontraban en el piso de arriba. No permitiría ninguna otra pérdida.

La falda rasgada hizo que tropezara al subir la escalera; cayó con fuerza y se golpeó en la rodilla. El dolor le inmovilizó la pierna, por lo que Elaine se quedó donde estaba. Voces, gritos y el rugido a voz en cuello de alguien familiar. Nunca había oído aquel grito de guerra, pero le recordaba a Fredric. El paladín no se enfurecía fácilmente.

Elaine subió gateando la escalera, arrastrando su pierna magullada hasta llegar casi al último escalón. El rellano estaba atestado por una masa de personas que reñían. Un hombre de gran estatura se defendía con una espada y un escudo frente a la puerta de la habitación de Averil. Elaine no podía ver contra quién luchaba, pero sí lo oyó.

– Atrás, malditos villanos, atrás os digo, o tendré que mataros a todos. -Era la voz de Fredric.

Elaine utilizó la barandilla para ponerse en pie. Esperó allí unos momentos mientras comprobaba si la pierna le respondía. Había un punto rojo con sangre en el área dañada. No se molestó en examinar la herida. Eso podía esperar; la pierna aguantaba. Subió cojeando los últimos escalones, apoyándose con fuerza en el barandal.

Gersalius se encontraba detrás de ella.

– ¿Qué es todo este escándalo?

Elaine negó con la cabeza dando a entender que no lo sabía, mientras avanzaba tambaleándose por el rellano hacia el lugar de la pelea. A través de la puerta abierta salió la voz de Jonathan, en un tono bastante tranquilo.

– Silvanus, todos los que mueren en Cortton resucitan como zombis. Todos. No creo que desees eso para tu hija.

Fredric guardaba la puerta, blandiendo su enorme mandoble. El hombre armado que se enfrentaba a él dijo:

– Escuchad, caballero, estoy cumpliendo con mi deber como alguacil de esta ciudad. No pretendo haceros daño. Todos hemos perdido a alguien con motivo de la enfermedad. No queremos que vuestra pena sea aún más dolorosa, pero debemos sacar el cuerpo de aquí.

– Para conseguir a Averil deberás pasar por encima de mi cadáver -dijo Fredric.

– Caballero, ésa sería una posibilidad, pero preferiría que no fuera así.

Fredric profirió una carcajada, un potente bramido que contenía el suficiente desdén como para helar la sangre.

– Serás tú quien acabe muerto, alguacil, lo sabes perfectamente.

Elaine se encontraba lo bastante cerca para ver el sudor que corría por la frente del alguacil. Era consciente de que podía morir en cualquier momento, pero no retrocedía. El honor era más importante que la vida.

– Si acabas conmigo, quiero que quemen mi cuerpo. No quiero volver como un muerto viviente. Tampoco creo que quieras eso para tu amiga; ver cómo se pudre ante tus ojos una noche tras otra. Permite que nos llevemos su cuerpo y estará simplemente muerta. La muerte es mejor que eso, caballero, mucho mejor.